El primer elefante de Rusia tenía orejas de liebre y garras de tigre. Un par de bajorrelieves con elefantes custodiaban el muro sur de la catedral de San Jorge en Yuriev-Polski (región de Vladímir, a 180 km de Moscú). Hoy sólo queda uno de ellos. Quien creó este elefante nunca lo vio en carne y hueso; sólo en el siglo XVI llegaron las enormes bestias a suelo ruso.
1. El elefante de Iván el Terrible
Los animales exóticos eran un regalo real habitual en el siglo XVI. Así, el sha persa Tahmasp I envió un elefante al zar Iván el Terrible para expresarle su aprecio. Heinrich von Staden, un alemán al servicio de Iván, escribió que el elefante llegó con su cuidador. Cuenta la leyenda que, a su llegada, el animal estaba tan cansado que cayó de rodillas nada más ver a Iván, lo que agradó al zar, por lo que concedió al cuidador un excelente salario, que provocó la envidia de muchos pobres moscovitas. Cuando en 1570 la peste se extendió por Moscú, muchos culparon a la bestia. El elefante y su cuidador fueron enviados a una ciudad remota, donde el musher falleció. La gente temía que, sin los cuidados adecuados, el elefante se volviera loco, por lo que el Zar envió un escuadrón para matar al animal. El elefante fue encontrado en la tumba de su cuidador, negándose a marcharse. Su trompa fue enviada a Iván como prueba de que estaba muerto.
2. Los elefantes propiedad de Pedro el Grande
Los sha persas siguieron suministrando elefantes a Rusia. En 1713, enviaron uno a Pedro el Grande. Andréi Denisov, un contemporáneo, vio la bestia en Moscú de camino a San Petersburgo. Su afectuosa descripción relataba que las patas del elefante eran “de la altura de un hombre y tan gruesas como un tronco”, la bestia era “de color negro”, tenía la “espalda caída” y la “columna encorvada”, caminaba “pesadamente como un oso” y sus orejas parecían “puertas de un horno”. En San Petersburgo, los cuidadores del elefante ganaban dinero vistiendo lujosamente al animal y llevándolo a las casas de los ricos durante las fiestas. El elefante sólo duró tres años en el clima de San Petersburgo. El sha envió entonces otro más pequeño, que se mantuvo en la Gran Pradera (actual Campo de Marte, San Petersburgo) y era “muy manso y doméstico”, según los contemporáneos. “Con su trompa nos quitaba pan blanco y jugaba con sus guardianes, levantándolos en el aire”.
3. El elefante de Ana
En 1736, otro elefante persa fue regalado a Ana de Rusia, emperatriz amante de los espectáculos circenses. El elefante fue puesto al cuidado de tres cuidadores que lo sacaban con frecuencia a la calle para que la gente lo viera. Las fuentes recogen la ración anual de alimento del elefante: 24 toneladas de heno, 2.200 kg de arroz, seis toneladas de harina, 450 kg de azúcar y también canela, nuez moscada, dianthus, azafrán y otras especias. Y vodka: unos 600 litros al año.
La propia Ana vio una vez al elefante hacer trucos durante más de una hora, y le gustó tanto que “encargó” a la bestia que participara en la famosa boda de bufones en la Casa de Hielo. Pero este no fue el último elefante que los gobernantes persas enviaron a Rusia.
4. Elefantes como propuesta de matrimonio: Isabel de Rusia
El 10 de octubre de 1741, el tirano persa Nader Shah Afshar regaló 14 elefantes a la princesa rusa Isabel, hija de Pedro el Grande. Cinco de los elefantes eran para Iván VI, un zar niño que acababa de subir al trono, dos para su madre Ana y siete para la encantadora Isabel. Junto con los elefantes se enviaron lujosas joyas y vajillas persas. Nader Shah Afshar pretendía que el matrimonio reforzara sus lazos con Rusia en medio de una tensa relación con Turquía. Pero el canciller Andréi Osterman impidió que el enviado persa viera a Isabel. El emisario fue devuelto a su país “compuesto y sin novia.”
Los elefantes fueron colocados en recintos de la Gran Pradera. Además, se reforzaron algunas carreteras y puentes de San Petersburgo para que no se derrumbasen al paso de los elefantes. Asati, el cuidador del elefante de Ana, pidió cadenas metálicas fuertes para sujetar a los elefantes, y resultó que hacían falta. En seis días, los elefantes “se volvieron agresivos debido a las hembras, tres de ellos se escaparon. Dos fueron capturados pronto, mientras que el tercero llegó a la isla Vasílevski, donde dañó el edificio del Senado y se desbocó en un pueblo finlandés”, escribió un periódico de San Petersburgo. La bestia atacó el edificio de los Doce Colegios situado en la isla Vasílevski, donde residía entonces el Senado.
5. Los elefantes de Nicolás II
Después de Isabel, casi todos los emperadores rusos tuvieron un elefante simplemente como pasatiempo.
Los tenían en la residencia de Tsárskoye Seló, cerca de San Petersburgo. Pero Nicolás II, que era conocido por su amor a los animales, se trajo él mismo su elefante a casa.
En 1891, Nicolás (Gran Duque por aquel entonces) se trajo un elefante de su viaje por el mundo. En 1896, recibió otro elefante de Abisinia (Etiopía). Este elefante vivió una larga y cómoda vida en Tsárskoye Seló. “El elefante es extraordinariamente bondadoso y está muy apegado a su cuidador”.
“En verano, pasea libremente al aire libre y todos los días se baña en el parque Alexander”. Al Emperador le encantaba ver nadar al elefante y a menudo traía a todos sus hijos para que lo vieran.
El elefante abisinio fue sacrificado en 1917 porque se le consideraba un símbolo de la autocracia, al igual que el elefante de Iván el Terrible. Lamentablemente, el único “defecto” de estas bestias era el lujoso estilo de vida que llevaban en las residencias reales.
Por cierto, Rusia es la patria del elefante: descubra por qué aquí.
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