Cómo Napoleón llegó a ser respetado en Rusia

“En el palacio Petrovski (Esperando la paz)”. De la serie de pinturas “Napoleón en Rusia” de Vasili Vereschagin

“En el palacio Petrovski (Esperando la paz)”. De la serie de pinturas “Napoleón en Rusia” de Vasili Vereschagin

Vasili Vereshchagin
Se cumplen 200 años de la muerte de Napoleón Bonaparte, que fue enemigo cerval de los rusos. ¿Cómo acabó siendo una de sus figuras más veneradas?

En 1806, el Santísimo Sínodo declaró a Napoleón Bonaparte “enemigo de la paz y de la bendita serenidad” y lo añadió a la lista de perseguidores de la Iglesia de Cristo. Esto tuvo lugar en el contexto de la formación de la Tercera Coalición contra la Francia de Napoleón y el inminente encuentro de los ejércitos ruso y francés. En estas circunstancias, los ideólogos rusos decidieron vender el próximo conflicto como una “guerra sagrada”. Sin embargo, en 1807, Rusia y Francia firmaron el Tratado de Tilsit, y hasta 1812, Rusia “olvidó” oficialmente a “Napoleón el Anticristo”. Sin embargo, eso no significó que los rusos lo hicieran.

El poeta Piotr Viazemski registró una conversación entre dos campesinos rusos sobre el encuentro de los emperadores en Tilsit, que tuvo lugar en una balsa en medio del río Neman. “¿Cómo pudo nuestro padre, el zar ortodoxo, decidir reunirse con este pagano?”, dijo un campesino. “¿Pero cómo, hermano, es que no comprendes que nuestro Padre ordenó que se preparara primero la balsa, en el río, para bautizar a Bonaparte, y sólo después permitirle presentarse ante sus radiantes ojos reales?”, replicó el otro.

Despreciado como enemigo, emulado como genio

El encuentro de Napoleón I y Alejandro I en el río Niemen, el 25 de junio de 1807 (Tratado de Tilsit), por Adolph Roehn

Al mismo tiempo, la generación más antigua, que aún recordaba la amistad del emperador Pablo I de Rusia con Napoleón, tenía al corso en alta estima por sus propias razones. Para ellos, Napoleón, que consideraba la Revolución Francesa de 1789 como el acontecimiento que marcó su vida de forma más destacada, era el restaurador de la monarquía francesa y la personificación de un poder autocrático fuerte. En la finca de los ancianos parientes del poeta ruso Afanasi Fet, un retrato de Napoleón colgaba en la pared desde finales del siglo XVIII, y sólo fue enviado a un trastero después de 1812.

A grandes rasgos, para los rusos de la época, la figura de Napoleón tenía dos facetas. Según Iliá Radozhitski (1788-1861), veterano de la guerra de 1812, Napoleón, “el enemigo de todas las naciones de Europa”, era al mismo tiempo “un genio de la guerra y de la política”. Por ello, “como genio lo emularon, pero lo odiaron como enemigo”.

“¡Fin de las conquistas! ¡Gloria a Dios! // Su dominio diabólico ha sido derrocado: // ¡Vencido, vencido está Napoleón!”, escribió el historiador y escritor Nikolái Karamzin en 1814. “¡Se ha desvanecido como una pesadilla al amanecer!”, escribió el joven de 15 años Alexander Pushkin, aparentemente haciéndose eco de Karamzin, en su poema “Recuerdos en Tsárskoye Selo”.

Pero la actitud de Pushkin hacia Napoleón cambió con el tiempo. En 1824, describió a Bonaparte como “el invitado providencial de la Tierra”. Y, finalmente, en Eugenio Oneguin (1823-1830), Pushkin dio su opinión definitiva sobre el Emperador: “Todos los hombres son ceros, // Las unidades somos sólo nosotros. // Napoleón es nuestra única inspiración; // Los millones de la creación de dos patas // Para nosotros son instrumentos y herramientas...” [traducción de Charles H. Johnston]

En su poesía, Pushkin relató vívidamente la actitud cambiante de la sociedad rusa hacia Napoleón. En gran medida, esto fue influenciado por el capítulo final de la vida de Bonaparte: la imagen de Napoleón como prisionero de Santa Elena añadió una buena cantidad de romanticismo a su historia. Tras la muerte de Napoleón (5 de mayo de 1821), los atributos del “villano” comenzaron a desaparecer de su imagen.

El culto ruso a Napoleón

Napoleón en el sitio de Tolón, 1793

En una época en la que, según las reminiscencias del famoso jurista Anatoli Koni, los organilleros italianos recorrían las calles de San Petersburgo (con sus instrumentos adornados con figuras de Napoleón en su lecho de muerte, rodeado de generales llorosos), el propio nombre de Napoleón llegó a utilizarse como un sintagma descriptivo. El escritor Alexander Druzhinin se refirió a Goethe como el “Napoleón intelectual de nuestra época”, mientras que Alexander Herzen escribió que Byron era el “Napoleón de la poesía”...

En 1897, el historiador Vasili Kliuchevski escribía: “Hoy en día, es frecuente encontrarse con un estudiante de secundaria que va por ahí con la expresión de Napoleón I, aunque en su bolsillo haya un libro de notas escolar lleno sólo de malas calificaciones”. Además, los principales acontecimientos de la biografía de Napoleón también adquirieron el estatus de memes. Así, el príncipe Andréi Bolkonski en la novela Guerra y Paz, que Tolstoi escribió en 1863-69, se pregunta:”"¿Pero dónde voy a encontrar mi Tolón?”. El sitio de Tolón (septiembre-diciembre de 1793), en el que las fuerzas realistas defendían la ciudad con el apoyo de los británicos, fue el primer gran triunfo del hasta entonces desconocido capitán de artillería Bonaparte. Desde entonces, la palabra “Tolón” se ha convertido en una metáfora del momento que marca el brillante comienzo de la carrera de alguien.

Los últimos días de Napoleón por Vincenzo Vela. Alrededor de 1867. Bronce sobre base de mármol y madera.

Al mismo tiempo, el estudio de las principales campañas de Napoleón, según las memorias del general Alexéi Ignatiev, fue la “base de la formación militar académica” en el ejército ruso desde principios del siglo XIX hasta el siglo XX. De hecho, el conocimiento de los principales capítulos de la biografía de Bonaparte llegó a ser una parte indispensable de la educación de toda persona culta.

Finalmente, según el historiador Serguéi Sekirinski, el propio Nicolás II “en una conversación con el embajador francés Maurice Paléologue en la biblioteca de Tsárskoye Selo, cuando ambos estaban sentados ante una mesa en la que había una docena de libros dedicados a Napoleón, admitió que se sentía ‘atraído por su culto’”. Y eso fue en 1917, cuando el colapso del Imperio Ruso era ya prácticamente inevitable. El encaprichamiento del Emperador con el napoleonismo le había llevado lejos.

“En el gran camino de la retirada”. De la serie de pinturas “Napoleón en Rusia” de Vasili Vereschagin.

Una de las pocas personas que se opuso a la glorificación de Napoleón en aquellos años fue el artista Vasili Vereshchagin. Las exposiciones de su serie “Napoleón en Rusia” tuvieron lugar en Moscú y San Petersburgo en 1895-96. En ella, Vereshchagin intentaba “retratar el gran espíritu nacional del pueblo ruso” y también “derribar la figura de Napoleón del pedestal de héroe en el que ha sido colocado”. Los cuadros de la serie representan a Bonaparte como cualquier cosa menos un héroe conquistador. Espera en vano recibir las llaves de Moscú, aguarda en el Palacio Petrovski las noticias de un tratado de paz en un sombrío letargo, o hace una figura cómica con su abrigo de pieles y su sombrero húngaros mientras camina, bastón en mano, a la cabeza de la otrora grandiosa Grande Armée en retirada. “¿Es éste el tipo de Napoleón que estamos acostumbrados a ver?”, se preguntaba la asombrada sociedad rusa. Las opiniones de Vereshchagin no encontraron mucho favor entre el público. Ni siquiera había rusos ricos dispuestos a comprar los cuadros. Sólo en el período previo al aniversario de la Guerra Patria de 1912, el gobierno zarista, bajo la presión del público, compró toda la serie a Vereshchagin.

“Cerca de Moscú. Esperando a la delegación de los boyardos”. De la serie de pinturas “Napoleón en Rusia” de Vasili Vereschagin.

En la época de la Revolución de Febrero de 1917, el mito napoleónico (la restauración del régimen monárquico por un héroe hasta entonces desconocido surgido del pueblo) casi revivió en la figura de Alexander Kerenski: “Y alguien que cae en el mapa // Está en un sueño insomne. // Un soplo de Bonaparte sopla // En mi país” es como escribió Marina Tsvetaeva sobre él. Al pasar por su propia revolución, los rusos no podían dejar de asociarla con la revolución más famosa del pasado: la Revolución Francesa, lo que explica el auge del interés por la figura del Primer Cónsul. El revolucionario Borís Savinkov, junto con uno de los líderes del movimiento blanco, Lavr Kornilov, eran aspirantes a “Napoleones”. Como dijo Alexander Blok en su momento: “Los de la derecha (los cadetes y los no militantes del partido) profetizan un Napoleón (unos Napoleón I, otros Napoleón III)”.

Sin embargo, la Revolución de Octubre y sus consecuencias fueron completamente incompatibles con el mito napoleónico, y éste cayó en el olvido (al menos durante un tiempo, hasta que volvió a ser útil) durante el periodo estalinista.

Napoleón en la URSS

Vladislav Strzhelchik como Napaoleón en la película de 1967 Guerra y Paz, dirigida por Sergey Bondarchuk.

En 1936 se publicó el libro Napoleón, del historiador Yevgueni Tarle, que sigue siendo una de las biografías más populares de Bonaparte en Rusia hasta la fecha. Abundando en conjeturas e inexactitudes históricas, la obra de Tarle revivió una vez más la imagen romántica e incluso misteriosa de Napoleón como el héroe aparentemente predestinado por el destino a adquirir fama mundial. “Todas las circunstancias -grandes y pequeñas- se sucedieron en este periodo de tal manera que le llevaron ineludiblemente hacia arriba, y todo lo que hizo e incluso todo lo que ocurrió fuera de su control acabó por beneficiarle”, escribió Tarle. Serguéi Sekirinski describe sin rodeos el libro como “un trabajo de montaje político”. Cabe destacar que, tras su publicación con críticas devastadoras, Tarle, que hasta entonces había estado en la penumbra, recuperó su antiguo título de académico de la Academia de Ciencias de la URSS.

Con el inicio de la Gran Guerra Patria, la figura de Napoleón volvió a revivir, naturalmente, en el contexto de la agresión contra Rusia. Sin embargo, ya no se le presentaba como el “temible” Napoleón, sino como un enemigo derrotado, y se empleaban comparaciones entre Hitler y Napoleón para dar inspiración y ánimo al pueblo y a las fuerzas armadas. “No es la primera vez que nuestro pueblo tiene que enfrentarse a un enemigo agresivo y altivo. En el pasado, nuestro pueblo respondió a la campaña de Napoleón contra Rusia con una Guerra Patriótica, y Napoleón sufrió la derrota y la ruina. Lo mismo ocurrirá con el arrogante Hitler, que ha declarado una nueva campaña contra nuestro país”, fueron las palabras del Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores, Viacheslav Molotov, en un discurso pronunciado el 22 de junio de 1941, el día en que comenzó la guerra.

Mariscal Georgui Zhukov

En la propaganda oficial, el contraataque de 1941-42 en las afueras de Moscú fue comparado posteriormente con la derrota y la retirada de las tropas napoleónicas en el otoño de 1812. Además, en 1942 se celebró el 130 aniversario de la batalla de Borodino. Guerra y Paz volvió a convertirse en una de las obras literarias más leídas. La comparación no sólo afectó a los rusos, por supuesto. El general alemán Günther Blumentritt (1892-1967) escribió en 1941 que, fuera de Moscú, “el recuerdo de la Grande Armée de Napoleón nos perseguía como un fantasma. Cada vez había más puntos de comparación con los acontecimientos de 1812...”

El propio Hitler consideró necesario responder a estos sentimientos en su ejército. Hablando en el Reichstag el 26 de abril de 1942, trató de demostrar que los soldados de la Wehrmacht eran más poderosos que el ejército de Napoleón, señalando que Napoleón luchó en Rusia con temperaturas que alcanzaban los -25°C, mientras que los soldados de la Wehrmacht luchaban con temperaturas de -45° e incluso -52°. Hitler también estaba convencido de que Napoleón acabó destruido por su decisión de retirarse, mientras que el ejército alemán tenía órdenes estrictas de no retirarse. La propaganda alemana se esforzó por distanciarse de la historia napoleónica.

En la URSS, después de la guerra, el mito bonapartista volvió a ser atacado. La figura de Georgui Zhukov, el principal héroe de la guerra, era demasiado peligrosa. La artista Liubov Shaporina, expresando su admiración en su diario por Zhukov, ese “mayor comandante militar de la historia rusa”, escribió en términos explícitos: “¿Viviremos para ver otro 18 de Brumario?” (10 de marzo de 1956), expresando así la esperanza de ver la restauración del viejo orden “democrático-burgués” de la mano de Zhukov.

No es ninguna sorpresa saber que en sus acusaciones contra Zhukov en 1957, la dirección del Partido Comunista utilizó repetidamente la palabra “bonapartismo”, una acusación que ya se le había hecho en 1946. No se produjo ningún “Brumario”. La desaprobación de Jruschov resultó ser la última que se ganaría Zhukov, que nunca volvió a la actividad política.

¿Y qué hay de la visión a largo plazo de Napoleón?

En los últimos años de la URSS y en la Rusia postsoviética, el emperador francés se ganó un lugar definitivo en las estanterías de la gente, en forma de bustos de porcelana y tomos históricos. Ni la propaganda oficial, ni los ideólogos de la oposición de cualquier signo emplearon activamente la imagen de Bonaparte, algo que no puede decirse de los redactores publicitarios que siguieron explotándolo con éxito como parte integrante de la identidad histórica rusa.

La última gran aparición de Napoleón en las pantallas rusas fue el uso de su imagen en una serie de anuncios publicitarios, uno de los cuales (el del Banco Imperial) fue rodado por el ahora famoso director Timur Bekmambetov entre 1992 y 1997. Dos de los anuncios, que se convertirían en clásicos de la publicidad rusa, explotaban la imagen de Bonaparte, y ambos lo presentaban, además, de forma positiva. En el primero, El tambor, el Emperador hace gala de su sangre fría y su intrepidez en el campo de batalla.

En el segundo, Napoleón Bonaparte, los realizadores rinden homenaje a la capacidad de Napoleón de afrontar con dignidad tanto el triunfo como la derrota. El clip muestra la ignominiosa huida de Napoleón a París tras el cruce del Berézina por los restos de su ejército. “Sólo quería ver a mi Emperador”, le dice una anciana francesa a Napoleón cuando lo alcanza junto a su carruaje. En respuesta, Bonaparte le entrega a la mujer una moneda con su imagen y le dice: “Aquí salgo mejor”.

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