Catalina II
Los rumores acerca del insaciable apetito amoroso de la zarina, de la que se decía que era una ninfómana, se extendieron durante su vida y aún persisten. En la literatura se pueden leer increíbles obras sobre sus aventuras, incluyendo afirmaciones que cuentan que tenía entre 200 y 300 amantes y que era adicta a todo tipo de perversiones. Pero todo esto no son más que rumores. Lo que se sabe con certeza es que Sophie Friederike Auguste von Anhalt-Zerbst-Dornburg (el verdadero nombre de Catalina II) tuvo 23 amantes y solo terminó bien con unos pocos.
La princesa alemana llegó a Rusia en 1744 y un año después se casó con el heredero del trono, Pedro III. Pero su marido no estaba en absoluto interesado en ella: “Pude ver muy bien que el Gran Duque no me amaba en absoluto; dos semanas después de la boda me dijo que estaba enamorado de Mademoiselle Carr, una dama de honor”, escribió Catalina.
El primero amante favorito de Catalina fue Grigori Orlov, un apuesto conde de la guardia imperial. Lo colmó de títulos, tierras y dinero y él la ayudó (para entonces Catalina ya le había dado un hijo) a derrocar a Pedro III y a ascender al trono. Grigori y sus hermanos gozaban de una enorme popularidad en el ejército y dieron un golpe de estado en el palacio. Poco después el antiguo emperador murió en circunstancias misteriosas. Catalina incluso quería casarse con Orlov, pero la opinión pública estaba muy en contra ya que creían que Orlov había asesinado al zar.
Cuando se acabó su pasión por Orlov, Catalina tuvo otro amante, y luego otro, y otro. Pero pocos de ellos salieron ilesos de sus relaciones. Desterró a casi todos y no les permitió regresar al país o los sacó de la Corte Imperial. Su último amante tenía 22 años al principio de su relación, cuando Catalina tenía 60. Su relación terminó con la muerte de la Emperatriz, a la edad de 67 años
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Lilia Brik
“A un hombre hay que hacerle creer que es maravilloso, e incluso brillante, y que los demás no lo ven. Y dejarle hacer en casa lo que no está permitido. Zapatos bonitos y ropa interior de seda harán el resto”, solía decir Lilia Brik, musa de la vanguardia rusa.
A principios del siglo XX a esta joven judía rusa de familia acomodada la llamaron de todo: “predicadora de la depravación”, “mujer con una gran curiosidad sexual” y demás epítetos. Las que decían esto sobre ella eran otras mujeres, ya que lo hombres la adoraban. Sus admiradores incluían casi todo el círculo de vanguardias rusas, y en el extranjero Pier Paolo Pasolini, Louis Aragon e Yves Saint Laurent eran algunos de sus fieles seguidores. Sin embargo, el principal admirador de Brik fue Vladímir Maiakovski, el poeta y legendario “bardo de la Revolución”. Su relación duró 15 años en un triángulo amoroso que incluía al marido de ella, Osip, y que terminó con el poeta disparándose en el corazón.
Después del suicidio de Maiakovski tuvo dos maridos más, por no mencionar las numerosas relaciones extraoficiales. Terminó con su vida a los 86 años, tomando una dosis letal de pastillas para dormir.
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Alexandra Kollontái
Nunca se preocupó mucho por la propiedad, las expectativas sociales o los códigos de conducta, e hizo todo lo que pudo para cambiarlos.
La revolucionaria nació en una familia noble y rica de San Petersburgo, pero fue en contra de la voluntad de su padre, que quería que se casara con un importante general. Sin embargo, en 1893 Kollontái se casó con un pariente lejano pobre, al mismo tiempo que vivía con otro hombre. Cansada de la rutina, dejó a su marido, su amante y su hijo recién nacido y se fue a Suiza a preparar la revolución.
Kollontái regresó a Rusia cuando el poder ya estaba en manos de los bolcheviques. Fue la primera mujer de la historia en ser ministra, hizo campañas a favor de la igualdad de derechos para las mujeres y abogó por el amor libre, creyendo que el matrimonio era una institución caduca y que el papel de la mujer era mucho más amplio de lo que se creía en general.
Kollontái tuvo innumerables parejas sexuales. Ni siquiera los recordaba a todos, aunque algunos llegaron a dispararse delante de ella por despecho. A la edad de 50 años empezó a salir con un francés 20 años menor que ella. Pasó las últimas décadas de su vida en Escandinavia, como embajadora, organizando eventos sociales hasta que se vio afectada por la parálisis.
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