Maiakovski, destellos de un hooligan de la poesía

Vladímir Maiakovski. Fuente: ITAR-TASS

Vladímir Maiakovski. Fuente: ITAR-TASS

Fue un vendaval que no dejó a nadie indiferente. Su ansia creativa sólo se frenó en seco cuando, a los 37 años, tras apuntarse al corazón con una pistola, apretó el gatillo. Vladímir Maiakovski, el poeta futurista que alentó la revolución con sus versos, a modo de puñetazos líricos, sigue siendo para los lectores de hoy una figura apasionante y carismática. Rusia Hoy charla con el autor jerezano Juan Bonilla que, en su reciente obra, toma el pulso a los años más frenéticos de la Rusia del siglo pasado mediante los versos incandescentes del autor de “La nube en pantalones”.

Ha definido el libro como un “retrato”, no una “biografía”. ¿Se refiere a que ha plasmado su visión personal del retratado? 

En una biografía son imprescindibles los índices onomásticos, en un retrato no tienen sentido. La biografía tiene que ajustarse a los hechos que la componen de manera que puedas demostrar cada cosa que dices. Y en mi libro apenas hay fechas, no hay desde luego nombres de colegios, calificaciones de exámenes. 

El retrato pretende hacer visible a alguien, no mediante la minuciosa acumulación de datos e información, sino mediante unos fragmentos, unos brochazos, los datos que decida utilizar el retratista para hacer visible al retratado, para hacernos ver cómo lo ve él, por decirlo así. En la biografía el importante es el biografiado. En el retrato el importante es el retratista. 

La pregunta que más le deben haber hecho es: “¿por qué Maiakovski?”. Después de la lectura del libro, queda claro que el texto aborda muchas más cuestiones…  

En Maiakovski confluyen tantas cosas que es una auténtica mina: es como el ojo de un huracán a partir del cual uno puede elegir hacia dónde soplar. No sólo por su peripecia personal –ese tráfico de la nada a la nada pasando por el todo-, no sólo por sus evidentes taras –un narcisismo imbatible, la necesidad imperiosa de ser el centro del mundo, de considerarse personaje de sí mismo y a la vez autor de todo lo que ocurría a su alrededor- sino también porque en su figura se dan los dilemas esenciales del artista de su época: la relación con el poder, que primero es una relación de odio y luego una relación de uso del poder, el ambiente literario que se permite el lujo, como pasa todavía hoy, de considerarse el ombligo del mundo, la relación de guerra con los antepasados que será recompensada con otra relación de guerra con los sucesores, sobresaliendo esa especie de concepción sacerdotal de la misión del artista que da voz a una sociedad entera… 

Todo ello hacía de él un personaje no sólo apasionante en sí mismo, sino sobre todo útil para reflejar esa época que es madre de nuestro tiempo, así que a la pregunta ¿por qué Maiakovski? es fácil responder: porque a través de Maiakovski se podía llegar a muchos lugares, a muchos dilemas, a muchos asuntos que entonces, y puede que ahora, eran trascendentales. 

¿Cómo surge la decisión de titular el libro Prohibido entrar sin pantalones, el texto de un cartel que Maiakovski leyó en México? 

Me pareció que ponía en primer plano la espléndida idea de que el lugar de la poesía debe ser las paredes de la ciudad, o sea, de que la poesía debía pasar del libro al cartel. Entonces al ver ese cartel a la entrada de la ciudad de México, Maiakovski se reafirma en su idea de que la poesía del futuro no ocuparía más espacio que el de los eslóganes de los carteles. 

Dado que hacía referencia a los pantalones, y que el libro principal de Maiakovski es La nube en pantalones, me pareció que, aunque fuera un cartel mexicano, sí que hacía referencia al momento de más auge como poeta de Maiakovski. 

¿Qué supusieron para el poeta, los viajes que realizó por el continente americano? 

El libro que escribió en relación a ese viaje es muy interesante para conocer al Maiakovski viajero, al Maiakovski periodista y al Maiakovski que descubre alucinado el sueño de piedra y acero al que él llama el futuro. 

De aquel viaje se trajo sin duda algunas imágenes muy poderosas, pero también una decepción: en América, los jóvenes que iban a escucharlo, aunque no lo entendieran, le pedían consignas políticas, cuando él quería leerles poemas futuristas. Le pareció que había un malentendido ahí, que tal vez haber admitido el cargo de poeta nacional de la revolución terminara jugándole una mala pasada a lo que era esencialmente: poeta sin más. 

De todas maneras, también se trajo la sensación de ser verdaderamente importante, y quizá eso también le jugó la mala pasada de hacerle creer que cuando volviese de su gira, en Rusia volverían a darle la importancia que ya empezaba a mermar. 

¿Cree que puede sorprender a algunos que en Rusia la literatura, y la poesía en especial, fuera casi un asunto de Estado?

Supongo que quien se sorprende de eso es español: un lugar donde la literatura nunca ha tenido demasiada importancia, no ya para el poder, también para la gente común. Una actividad sospechosa siempre. 

En Latinoamérica no se sorprenderían, de ahí que allí no sean raros aún los recitales multitudinarios y la elevación de los poetas a representantes del pueblo en el sentido literal: en México solían ofrecer a los poetas los puestos de embajadores sin pedirles la carrera diplomática a cambio, ¿quién mejor que un poeta iba a representar a un país?

Rusia es un lugar que se tomó siempre muy en serio a sus genios, para potenciarlos o para combatirlos, pero dándoles una entidad de gigante. 

Nosotros tardamos muchos siglos en poner a Cervantes en su sitio, su época ignoró tranquilamente a Bécquer, a Góngora tuvieron que recuperarlo tres siglos después de que escribiera. 

El Maikovski que delata a sus colegas, ¿ensombrece su figura? 

Sí, definitivamente oscurece su figura, la figura de noble salvaje y caballero dispuesto a partirse la cara por un poema, le roba la nobleza, lo convierte en una mera marioneta encantada de ser utilizada porque le va a proporcionar mayor poder. De repente, toda su ingenuidad, queda destruida. 

Ajmátova dice a Maiakovski, cuando se estrecha el cerco a los escritores díscolos, que él ha comprendido los tiempos mejor que nadie. Y en lo referente al arte, vislumbró las posibilidades del cine, la prensa, los escaparates, los carteles… 

Me parece que fue más visionario en lo artístico que en lo político, que si hubiera sospechado hacia donde se dirigiría la cosa en los asuntos políticos se hubiera negado a colaborar como lo hizo. 

 

El escritor Juan Bonilla. Fuente: Manuel Olmedo Rangel

En lo artístico, sin duda, es uno de los grandes visionarios del siglo. Todavía hoy estamos bajo lo que el previó o previsualizó, ciudades con eslóganes luminosos colgando de las paredes. Lástima que quienes los crean no sean o rara vez sean poetas. En cuanto al cine, igual. Y las ventanas de la ROSTA, son una clara anticipación de Internet, como el movimiento de los blusas azules son un adelanto de los flashmob. 

En lo político da la sensación que, después de los supuestos cambios, se acaban reproduciendo las estructuras. ¿Son las revoluciones cometas fugaces? 

Son golpes en la mesa que pueden conseguir que las cosas que hay sobre la mesa caigan para poner otras cosas sobre ella. Pero la mesa, al final, sigue estando donde está. De ahí que sólo hubiera una opción para evitar la repetición de la superestructura de poder que calcase al antiguo régimen: la revolución permanente. 

Pero era una idea de Trotski, y por lo tanto una idea imposible de llevar a cabo. El futuro era entonces algo semejante al Paraíso de los católicos: un lugar en el que hay mucha gente que cree, pero de la que nadie ha vuelto para decirnos que sí, se puede llegar. 

¿Tenían las vanguardias del tipo de la de los Futuristas otra opción que cabalgar al lado del totalitarismo? 

No. Al menos en aquel primer movimiento que atravesó el mundo. La vanguardia entendida como método artístico para cambiar el modo de vivir, no como simple movimiento de decoración que cambia los paisajes impresionistas por los descoyuntamientos cubistas, no tenía más remedio que agarrarse a los movimientos políticos juveniles, y estos movimientos políticos juveniles eran irremediablemente totalitarios: o comunismo o fascismo. 

Podríamos confiar en que seres inteligentes debieron ver con mucha antelación en qué iban a convertirse esos movimientos, pero es fácil adivinar el resultado cuando el partido ya se ha jugado. 

En la lectura se reconocen, diluidos en la prosa, los versos del poeta. ¿Cómo ha sido ese proceso de apropiación? 

Digamos que mi prosa es el revestimiento de los versos de Maiakovski, que en principio formaban la columna  y las vigas sobre la que debía construirse el edificio de la novela.

Así que algunas de las columnas y vigas debían quedar a la vista y otras, la mayoría, no, pero era importante que las que quedaran a la vista quedasen completamente integradas en el caudal narrativo. En realidad, el trabajo, pues, ha sido al contrario: no es que yo haya mezclado versos de Maiakovski en mi relato, sino que he construido un relato para ir uniendo versos de Maiakovski. 

El libro parece montarse sobre un caballo encabritado, se coge respiración en la primera página y no se suelta hasta el final. Está repleto de imágenes que martillean las ideas para que salten chispas. ¿Tiene la voluntad de contagiarse de ese afán maiakovskiano? 

Esa era la ambición del libro, que se leyera con vértigo, porque así escribió y así vivió su protagonista, por lo tanto el relato de su vida y el retrato de su persona debían ser vertiginosos, y sin duda alguna hay un contagio de la propia expresión maiakovskiana y me gusta que le haya parecido que las imágenes martillean a las ideas para que salgan chispas, me lo quedaré para la faja promocional. 

La caída de Maiakovski de poeta nacional a paria es estruendosa. ¿Reflejo de unos tiempos de cambios imprevisibles? 

Refleja que difícilmente se podía ser un espíritu libre, aunque devolvió a Maiakovski su posición “a la contra” del poder, lo que para su poesía fue muy benéfico. Refleja fundamentalmente que durante el estalinismo –mucho más que durante el leninismo- lo que imperaba era un “o conmigo o contra mí”. 

Dado que Maiakovski difícilmente podía aceptar las consignas realsocialistas viniendo como venía de la vanguardia heroica, y siendo representante efusivo de lo permisivo que fue Lenin con las vanguardias, no podía sino padecer el ostracismo que padeció. En lo personal, naturalmente, fue nefasto, pero revivificó su poderío poético. 

Después de destronarlo, años después, estaciones de metro, calles, bibliotecas rusas llevan su nombre. Incluso ahora se vive un revival entre los lectores jóvenes. ¿Qué le ha hecho transgeneracional? 

Su energía adolescente. Esa fuerza, esa actitud, encontrará siempre un espejo en los jóvenes y los adolescentes, poetas o no. Ese maximalismo, esa euforia, yo creo que sí es transgeneracional, que los adolescentes de todas las épocas forman parte de un mismo país, y me parece que uno de los grandes poetas de ese país es, sin duda, Maiakovski. 

En cuanto al resultado final, ¿de qué está más contento de Prohibido entrar sin pantalones? 

Lo que más me gusta de mi libro es la sensación de que, más que Maiakovski, la protagonista de la novela es la voz de Maiakovski, de haber integrado algunos de sus fragmentos más potentes en el curso natural del relato. No sé si es bueno o malo, pero sí, se parece bastante a lo que quería conseguir. Lo empecé mil veces sin encontrar el tono, pero una vez que di con él, el libro fluyó con aquello que precisamente más significaba a Maiakovski: el vértigo. 

Versión reducida. Para leer la entrevista completa pincha aquí.

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