El artista Ígor Oléinikov ha sido uno de los dos galardonados con el Premio Hans Christian Andersen de este año, y considerado como el Premio Nobel de la literatura infantil. El 26 de marzo el ruso obtuvo el premio gracias a sus ilustraciones, mientras que el japonés Eiko Kadono ganó por sus escritos.
“Este ilustrador excepcional puede dar vida a una página de tal manera que tiene que ser la envidia de sus colegas. Es más, da vida a un extraordinario elenco de personajes... Oléinikov muestra en sus obras el estilo, la pasión y el gran vocabulario artístico ruso”, declaró el jurado sobre sus trabajos.
Nacido en 1953 en la ciudad de Liúbertsi, situada en las afueras de Moscú, Ígor nunca obtuvo un diploma en arte, algo que seguro sorprende a quienes vean sus obras. Se graduó en ingeniería ambiental en la Universidad Estatal de Moscú, pero prefirió dedicarse a su arte, como su madre, que diseña alfombras.
“Todos los niños pintan, pero hay un momento en el que la mayoría pierde el interés. Mi madre me apoyó y no dejó que se me pasara ese interés”, declaró Ígor en 2013. “Era una artista e hizo que me interesara en todo esto. Me hacía sugerencias cuando pintaba algo y así se desarrolló mi interés”.
Su carrera comenzó en Soyuzmultfilm, un estudio ruso de animación con base en Moscú, donde trabajó como animador en conocidos cortos como El misterio del Tercer Planeta, Érase una vez un perro y Los viajes de una hormiga.
“He pintado desde que era niño y desde que estaba en 7º curso soñaba con trabajar en Soyuzmultfilm”, recuerda. “Así que mi papá me dijo: ‘reúne todos tus dibujos y ve a Soyuzmultfilm’, y fue así como conseguí un empleo allí”.
En los años 90 comenzó a trabajar en otro estudio de animación llamado Christmas Film, donde contribuyó a la realización de películas como La flauta mágica y Podna y Podni.
Oléinikov combinaba su trabajo en animación con la ilustración de libros y revistas para niños. A lo largo de las últimas tres décadas ha ilustrado más de 80 libros, tanto para niños como para adultos, incluidos la edición rusa de Desperaux, La nariz, de Nikolái Gógol y La balada del pequeño remolcador, de Joseph Brodsky.
¿Cuál es el secreto de su trabajo?
“Siempre he querido convencer a los niños... de que lo que hay en las ilustraciones y la historia ocurre en la vida real, para que crean en los cuentos de hadas”, afirma. “Comencé a pintar de manera más realista para acercarme más al lector”.
Explica también que “pinto para mí, no para los lectores”.
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