La historia de los rusos de San Javier se remonta al 27 de julio de 1913, cuando dos barcos de la Armada Uruguaya dejaron en las costas de Puerto Viejo, departamento de Río Negro, a 300 familias rusas proveniente de la región de Vorónezh.
Se trataba de integrantes de la secta Nuevo Israel, que estaba liderada por Vasili Lubkov. Más tarde, estas personas fundarían un poblado, a pocos kilómetros de donde desembarcaron, al que dieron el nombre de San Javier y que tendría gran importancia en la vida del joven país, como fue la introducción del girasol y del aceite derivado. El girasol en aquel tiempo era un cultivo que Uruguay no conocía. Convertidos en pioneros en la siembra de esta oleaginosa, los habitantes de San Javier cambiaron significativamente la estructura agraria de la región, en particular del Departamento de Río Negro, donde ahora, en lugar de maíz o aceitunas, parecieran saludar con sus ondulaciones miles de enormes flores amarillas.
Esta recóndita localidad, que apenas alcanza los 2.000 habitantes, es “un lugar pequeño, apartado y muy atractivo” donde se aprecian rasgos rusos en las caras de su población y en las fachadas sus edificios, explica la periodista Virginia Martínez, autora del libro Los rusos de San Javier.
Según Martínez los rusos que llegaron a Uruguay, querían huir de la imposición religiosa del zar y fundar “el reino de Dios en la tierra”, bajo el liderazgo de su profeta Vasili Lubkov. Pero al dejar Rusia en 1913, tuvieron que enfrentarse a la represión de la dictadura uruguaya (1973-1985). El pasado ruso de la colonia fue su condena en tiempos de la dictadura: los habitantes de San Javier fueron vigilados y considerados sospechosos por su origen.
Fue “un acto de tremenda injusticia”, denunció Martínez, quien aseguró que sólo sus apellidos o su idioma bastaron para que el Estado les acusara de aliados del comunismo.
Sin embargo, la colonia rusa sobrevivió y, aparte de los ojos azules que dilatan el origen de sus habitantes, los descendientes de los primeros emigrantes en la actualidad intentan conservar la cultura y el idioma rusos, transmitiéndolos de generación en generación.
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