Fuente: Marcelo López
Las danzas, la gastronomía y los ojos azules
de los habitantes de San Javier delatan los orígenes eslavos de sus
antepasados, que dejaron Rusia en 1913 para escapar de la opresión del
Zar y se establecieron en el interior de Uruguay para padecer la
represión de la dictadura uruguaya (1973-1985).
Esta recóndita
localidad, que apenas alcanza los 2.000 habitantes, es "un lugar
pequeño, apartado y muy atractivo" donde se aprecian rasgos rusos en las
caras de su población y en las fachadas sus edificios, explicó a Efe la
periodista Virginia Martínez, autora del libro "Los rusos de San
Javier".
Su relato arranca con la llegada a principios de
siglo XX de un grupo de campesinos rusos, integrantes de la secta
religiosa "Nueva Israel", al interior de Uruguay, a orillas del río que
da nombre a este país sudamericano y lo separa de Argentina.
Las investigaciones de Martínez apuntan que su objetivo era huir de la
imposición religiosa del Zar y fundar allí "el reino de Dios en la
tierra", bajo el liderazgo de su profeta Vasili Lubkov, un individuo
"muy autoritario e inteligente".
"Hoy en día la secta que dio
origen a la población ya no existe", explicó la escritora, quien aseguró
que la comunidad poco a poco se ha ido impregnando con las tradiciones y
el laicismo uruguayo hasta dar lugar a una "sociedad criolla", que bebe
mate y toca la balalaika.
El mestizaje empezó cuando Lubkov,
asediado por las deudas y cuestionado por sus rivales en la colonia,
decidió regresar a Rusia en 1926, convencido de que los bolcheviques, a
diferencia del Zar, tolerarían sus creencias religiosas.
Pese a
esta desaparición de los orígenes rusos, en San Javier hay un espacio
dedicado a promover actividades eslavas que se llama como el escritor
ruso revolucionario Máximo Gorki (1868-1939) y busca perpetuar las
costumbres de los primeros pobladores.
El pasado ruso de la
colonia fue también su condena en tiempos de la dictadura, cuando los
habitantes de San Javier fueron vigilados y considerados sospechosos por
su origen.
Fue "un acto de tremenda injusticia", denunció
Martínez, quien aseguró que sólo sus apellidos o su idioma bastaron para
que el Estado les acusara de aliados del comunismo.
"La
primera vez que llegué a San Javier, treinta años después de la
dictadura, aún latía una fractura en el pueblo", atestiguó la
periodista, quien cree que las heridas "de alguna forma" se han
reparado, lo que se refleja en que la avenida de entrada se llame
Vladimir Roslik, en honor al médico local, asesinado violentamente por
la dictadura en 1984.
El envejecimiento de la población y la
falta de empleo son los nuevos retos a los que se enfrenta la sufrida
colonia que lucha para que las nuevas generaciones no olviden su
identidad entre las fronteras de Argentina y Uruguay.
Maia
Skorupsky y Luomila Macarov son dos jóvenes sanjavierinas residentes en
Montevideo que participan en el conjunto de danza rusa del Máximo Gorki.
Ambas apenas recuerdan el nombre de las regiones desde las que
llegaron sus abuelos y confiesan que su vocabulario en ruso es "básico",
no obstante bailan como si sus antecesores nunca hubieran atravesado el
océano Atlántico.
"Ya pasaron cien años desde la fundación de
la colonia y no se han perdido las costumbres", porque "las tradiciones
se van transformando y adaptando", concluyó Martínez, para quien la
intensa actividad del grupo de baile sanjaverino "Kalinka" denota que el
espíritu de Rusia seguirá vivo de algún modo en el interior de Uruguay y
en la memoria de sus descendientes.
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