Las antiguas tradiciones rusas, vivas en América Latina

María Plótnikova
Russia Beyond cuenta la historia de los viejos creyentes rusos que llegaron a Bolivia en los años 1980 en busca de la paz.

Stepán Múrochev tiene 88 años y es uno entre los miles de los viejos creyentes rusos que tuvieron que dar la vuelta al mundo para encontrar la paz en tierras latinoamericanas. La vida de Stepán, igual que la de muchos de sus compatriotas, se convirtió en sinónimo de exilio, desarraigo, éxodo, pero también de fuerza y resistencia. Nacido en la URSS, en el Lejano Oriente, no lejos de la frontera con China y Corea, Stepán recorrió  junto a su familia el norte del país asiático en los años 30-40 para arribar finalmente a Brasil en 1950. De allí se trasladó a Bolivia en 1980.

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En 1933 los padres de Stepán, perseguidos por los bolcheviques, decidieron trasladarse a China. En Manchuria las autoridades les cedieron tierras para vivir y trabajar. Entonces el territorio lo ocuparon los japoneses. Sin embargo, según cuenta el abuelo Stepán, “incluso durante la ocupación japonesa de Manchuria nos trataron mucho mejor que en nuestra patria”.

¿Por qué fueron perseguidos?

La religión fue el principal motivo de las persecuciones que sufrieron los padres de Stepán y el resto de los viejos creyentes. La situación se remonta a la época del Imperio ruso, a principios del siglo XVII.

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Entonces se desató una sangrienta batalla por los rituales religiosos. En 1654 el Patriarca Nikón,  llevó a cabo la reforma de la iglesia ortodoxa rusa apoyado por el zar. Unificó el oficio divino al unirlo con el de la Iglesia griega y, sobre todo, con la de Constantinopla.

Se retocaron determinados textos sagrados, se introdujeron cambios en la celebración de los actos religiosos y se prohibieron determinados ritos antiguos. Por ejemplo, había que santiguarse con tres dedos (pulgar, índice y corazón) en vez de dos (índice y corazón). Los que se opusieron a la  reforma fueron declarados “raskólniki” (“cismáticos” en ruso) y posteriormente fueron excomulgados.  Estos viejos creyentes fueron objeto de persecuciones por parte de los zares. Cientos de ellos fueron arrestados, exiliados y confinados en monasterios. Ante la perspectiva de ser convertidos en la “nueva fe”, algunos prefirieron quemarse vivos junto con sus familias, mientras que otros se mudaron a zonas rurales de Siberia para vivir en la clandestinidad. Muchos partieron a Asia y al Lejano Oriente de Rusia.

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Las persecuciones duraron hasta 1905, cuando el zar Nicolás II igualó los derechos de los viejos creyentes con los demás ciudadanos mediante un decreto imperial. Sin embargo, la paz no duró mucho. En los años 20, tras la llegada de los bolcheviques al poder, las persecuciones recobraron su fuerza.

La familia de Stepán Múrochev consiguió escapar e iniciar una vida nueva. No obstante, en 1945 las tropas soviéticas llegaron a Manchuria para acabar con el control japonés de la zona. Con su llegada se acabó la paz que los viejos creyentes pensaban haber encontrado.

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“Cuando llegaron los soldados soviéticos, mucha población masculina fue deportada a Siberia. Perdimos nuestras tierras y nos fuimos a Hong Kong”, cuenta Stepán emocionado.

Gracias a la ayuda de organizaciones internacionales y fundaciones benéficas, unos fueron enviados a Australia y otros acabaron en Brasil. En todas partes se enfrentaban al desafío de tener que empezar de cero una vez más.

Sin televisón ni Internet

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El pueblo Toborochi,  en el departamento de Santa Cruz, alberga desde la década de 1980 a cientos de viejos creyentes rusos que adquirieron aquí sus tierras. Es impactante la imagen de la Rusia prerevolucionaria que uno se encuentra en este pueblo. Los viejos creyentes hablan el ruso del siglo XIX y no solo han conseguido conservar el idioma, sino que también preservan sus tradiciones y ritos religiosos. En sus casas las cortinas están bordadas a mano y en cada habitación hay un icono colocado en una esquina. Al entrar en la vivienda, tanto los adultos como los niños, se santiguan tres veces con dos dedos, al igual que en la Rusia antigua.

La vida en la aldea empieza antes de que salga el sol. Hay un larga misa entre las 3 de la madrugada y las 8 de la mañana. Los rusos de Toborochi creen que estas no cansan sino que, al contrario, llenan de energía antes de un largo día laboral. Los viejos creyentes consideran que elhombre debe pasar la vida rezando y trabajando. Y ellos trabajan sin descanso.

La familia de Martián Anúfriev, un viejo creyente de 53 años nacido en Brasil, cuenta con miles de hectáreas de tierra comprada en los años 80 (entonces, una hectárea se adquiría por cinco dólares, según nos cuentan los lugareños). Los viejos creyentes se dedican al cultivo de cereales y verduras, a la ganadería y a la pesca.

Su fe es muy restrictiva; les prohíbe fumar, beber, utilizar computadoras o portátiles, conectarse a Internet, ver la televisión o escuchar radio. Solo está permitido conducir y tener un teléfono móvil. Le preguntamos a Martián por qué son necesarias todas estas prohibiciones: “En casa se puede leer y rezar, no hace falta escuchar la radio. Primero los niños tienen que aprender lo que está permitido y lo que no, y después ya se lanzarán al mundo sabiéndolo. Todo lo moderno es artificial. Por eso nuestro camino es conservar lo nuestro, nuestra cultura, para que sea cada día más valiosa para nosotros mismos y para el mundo”, responde seguro de sí mismo.

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