Repaso a la evolución de este personaje histórico a la largo del periodo postsoviético. Fuente: Alexánder Polyakov / RIA Novosti
El primero, a principios de los años 90, heredó la percepción del período de la perestroika. El fusilamiento no solo del zar Nicolás II, sino también de sus hijos y sirvientes se percibió entonces como un anuncio de lo que sería toda la historia futura de la represión soviética en su extrema crueldad, incluso en relación a los niños. En ese momento, no había un profundo interés hacia su reinado en su conjunto, ni hacia su política. Y su imagen, melancólica y políticamente débil, no se impugnó.
Pero en la primera mitad de los 90, en Rusia empezó a penetrar activamente la literatura del exilio de la Iglesia Ortodoxa rusa, y en ella, Nicolás II fue canonizado ya en 1981. Y en algunos lugares en Rusia comenzó a surgir un culto hacia el último emperador como hacia un santo. A principios de los años 90, el Patriarcado de Moscú estaba en contra de la canonización. Una comisión especial mostró objeciones que llegaban incluso a negarse a ella, por no ser admisible según los cánones eclesiásticos, así como también objeciones a la política interna de Nicolás II con respecto a la Iglesia. A pesar del deseo del episcopado, el zar se opuso a la restauración del Patriarcado, que había sido abolido ya por Pedro el Grande.
Por otra parte, no hubo una aclaración definitiva de los restos mortales de la familia real. Aquellos que se descubrieron en 1971 por las investigaciones de Ryabov y Avdonin, enfrentaron a parte de la Iglesia y de la comunidad histórica. No menos importante es el hecho de que el Patriarca Alejo heredara los puntos de vista de la parte del episcopado prerrevolucionario, que fue muy crítico en cuanto a Nicolás II. Fueron guiados por el Consejo Local de 1917-1918 que tuvo lugar después de la caída de la monarquía. Sobre este, la Iglesia desarrolló importantes principios sin tener en cuenta a la monarquía. Además, el reinado de Nicolás se vio ensombrecido por Raspútin, por cuyo favoritismo se dividió el episcopado ruso.
El debate sobre la canonización inspiró un mar de literatura. En Rusia volvieron a publicar el libro El emperador Nicolás como un hombre de fuerte voluntad. Aparecieron numerosos artículos y documentales, que rehabilitaban al último emperador como un buen padre de familia y un sabio zar para el pueblo. En los primeros años después de la caída del bloque soviético Nicolás fue una de las muchas víctimas políticas de los comunistas. Pero en la segunda mitad de los 90 su imagen adquirió un nuevo significado.
Desde 1996, la postura de los liberales en Rusia estuvo sacudida. El segundo mandato de la presidencia de Yeltsin estuvo acompañado por una profunda división en la sociedad. Las esperanzas de una rápida integración en el mundo occidental después del comunismo se agotaron. Y Nicolás II se convirtió en un importante símbolo de la resistencia conservadora y símbolo sagrado del poder ruso, que protegía a las personas y a la fe de una conspiración atea global de la civilización occidental. Los pasos políticos de Nicolás se interpretan en el marco de la lucha mundial para la preservación de un único y correcto cristianismo: “la fe en la Tercera Roma".
El tema de la familia real en los años 90 años tampoco es el centro de atención en los periódicos porque Yeltsin estableció en 1993 una comisión para identificar los restos reales, comisión que trabajó durante cinco años. Numerosos debates y exámenes completaron una ceremonia fúnebre pública solo en 1998. Ante esto, la opinión pública después de la decisión gubernamental sobre los restos reales siguió rebatiendo su autenticidad. Esto continúa hasta ahora.
En el 2013, el Patriarca Kirill de repente hizo unas declaraciones acerca de una nueva información. Aunque en los últimos años el primer lugar de sepultura de la familia real se ha convertido en un lugar de peregrinación (Ganina Yama) puede resultar que tengan razón aquellos que pensaban que el verdadero lugar del entierro era Porosenkin Log.
Para Yeltsin, el destino de Nicolás II tenía una dimensión personal. Yeltsin fue dirigente en Sverdlovsk (Ekaterimburgo) justo en esos años en los que se decidió destruir el edificio de la casa Ipátiev, en el cual fusilaron a la familia real. Por lo tanto, le concedió gran importancia a la imagen histórica de Nicolás II y su familia.
Con la llegada de Putin al poder, el tema de Nicolás II como memoria política se ha debilitado. Putin no mostró mucho interés al período presoviético de la historia rusa. Después de Yeltsin heredó una sociedad dividida. Los padres fundadores de la Rusia postsoviética no consiguieron, como en otros países del antiguo bloque del Este, liquidar rápidamente el legado del comunismo. En el primer mandato, Putin trató de construir una política de un final simbólico de la "larga guerra civil rusa del siglo XX" y reconciliar a rusos blancos y bolcheviques. Por un lado, abandonó el antiguo himno soviético. Por otro lado, se relacionó con el promonárquico Solzhenitsin y volvió a enterrar en el monasterio de Danílov los restos de los generales blancos, que murieron en el exilio.
Después del 2005, cuando su régimen político se reforzó, Putin y su Gobierno trataron constantemente de crear un panteón unificado de personajes simbólicos de la grandeza de Rusia. El panteón reunía a Alexánder Nevski, Stalin, Lenin, Yuri Gagarin, el santo más popular de Rusia, San Serafín de Sarov y el mariscal Zhúkov.
En el mismo panteón se incluyó a Nicolás II. Putin tuvo más éxito en crear una especie de ‘religión civil’ de los acontecimientos simbólicos y figuras del pasado que Yeltsin. Sin embargo, esto se logró por un alto precio. Ya que se trata de la historia no para la ‘nación cívil’, sino más bien para los "entregados a un autoritarismo ilustrado".
Toda la segunda mitad de la década del 2000 estuvo llena de debates televisivos sobre la grandeza de Stalin y sus generales. La historia de Rusia de nuevo empezó a ser discutida como la historia de un "Gobierno fuerte". El enfoque de Putin a la historia está privado de cordialidad. La enfoca más bien como una “tecnología de gestión". Por lo tanto, hoy en día, Nicolás II, como último emperador, como portador de una comprensión especial del poder ruso, se destaca entre los demás gobernantes rusos. Para el moderno gobierno protocolario ruso es mucho más importante la victoria en la Segunda Guerra Mundial y el papel de Stalin que la recuperación económica de Nicolás II. Por lo tanto, la imagen de Nicolás en el protocolo político es ahora solo una de tantas imágenes de gobernantes rusos, precursores del ‘autoritarismo ilustrado’ de Putin. Y ciertamente no es el más afortunado de ellos, por tanto en cuanto no pudo superar los disturbios, y se negó a suprimir el ‘naranjismo’ del modelo de 1917. Sin embargo, se encuentra en la lista de honor de un simbolismo contemporáneo antiliberal ruso.
La formación de una nación civil postsoviética no se ha completado, la división de la sociedad se conserva. La reconciliación con su propio pasado no ha sucedido todavía. Ahora no es una ‘casa’ sino un ‘campo de batalla’. En 1994, según los resultados de una encuesta basada en esta pregunta: "¿A quién de los personajes históricos del pasado llamaría usted un verdadero patriota ruso?”, Nicolás II ni siquiera entraba entre los diez primeros. Solo el 5% lo calificó como patriota. En aquellos años, ante las encuestas de opinión pública, Nicolás II casi nunca aparecía entre las primeras figuras históricas más importantes de Rusia.
Pero hacia el 2013 la situación cambió radicalmente. La última encuesta del Levada Center, puso de manifiesto que se evaluaba el papel positivo de Yeltsin y Gorbachov en un 4 y 3%, respectivamente.
Con un amplio margen les superaba Stalin (13%), Brézhnev (13%) y Nicolás II (14%). Aunque, Nicolás II mantenía el índice más bajo. Lo valoran, pero no lo consideran un tirano o indigno. Como presidente de la Federación de Rusia por tercera vez, Putin ordenó a los historiadores rusos intentar de nuevo escribir una coherente y - según sus palabras - "no contradictoria" historia de Rusia.
Cómo se resolverá en ella el tema de Nicolás II no está claro. Por lo tanto, el 400º aniversario de la dinastía Románov este año se celebra en silencio, sin un gran programa cultural y oficial. Sin embargo, el Kremlin ha decidido celebrar otro aniversario más ampliamente - el comienzo de la Primera Guerra Mundial, ya que el tema militar y el valor de las armas rusas es más fácil de encajar en las necesidades ideológicas del autoritarismo ilustrado.
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