Una noche de junio de 1962, un joven siberiano llamado Piotr Pátrushev se zambulló en el mar Negro y comenzó a nadar hacia Turquía. Le esperaban en su recorrido focos, lanchas patrulleras, minas y peligrosas corrientes.
Piotr necesitaba mucha suerte para escapar de la Unión Soviética, ya que docenas de desertores antes que él habían elegido el mismo camino y perecido en el intento.
¿Por qué lo hizo?
Piotr Pátrushev, un tipo común surgido de la inmensidad siberiana, no podía imaginar que un día se convertiría en enemigo del Estado, y la Unión Soviética lo condenaría a muerte en rebeldía.
Desde la adolescencia Pátrushev sentía que sus opciones en la URSS eran demasiado limitadas: “Quería viajar, estudiar idiomas, leer literatura prohibida, me gustaba la historia, la filosofía, la psicología, la medicina, practicaba yoga e hipnosis, trataba de escribir. No estaba de acuerdo con la desesperanza bajo la que todos vivíamos...”.
Sin embargo, la idea de huir a Occidente no se le pasó por la cabeza hasta que se alistó en el Ejército. No deseando ser maltratado por soldados mayores, adoptó una estrategia arriesgada que podría haberle costado la vida.
Para evitar una muerte segura, Pátrushev simuló una enfermedad mental y fue hospitalizado, siendo luego devuelto a sus familiares. Marcado por el estigma de la esquizofrenia, Piotr tenía pocas oportunidades en el futuro. Así que decidió desertar, dejando a su madre y a sus parientes.
A Turquía
En 1962, Piotr Pátrushev, que tenía 20 años, cruzó 4.000 km en tren desde la ciudad siberiana de Tomsk hasta Batumi, en la república soviética de Georgia. La ciudad estaba situada en la costa, a sólo unas decenas de kilómetros de Turquía. Y así fue como Pátrushev decidió el método para abandonar su patria.
Era casi imposible cruzar la frontera a pie, así que Pátrushev, que era un nadador experimentado, con muchos años de entrenamiento a sus espaldas, decidió nadar 35 km a través del mar Negro para salir de la URSS.
La aventura no fue un paseo por la playa, literalmente. Mucha gente había intentado hacer lo mismo antes de Piotr y fracasó con graves consecuencias: se ahogaron, fueron arrastrados por las corrientes, volados por minas, o capturados por los guardias fronterizos soviéticos, que a veces incluso recapturaron desertores de los turcos en aguas territoriales turcas.
Evitar las patrullas soviéticas
Al atardecer de ese cálido día de junio, Piotr Pátrushev, vestido sólo con traje de baño y aletas, se metió en el agua y nadó desde la orilla hacia el mar abierto. Excepto por una barra de chocolate y su pasaporte soviético, escondido en una bolsa de plástico en su bañador, no llevó nada con él.
Toda la costa hacia la frontera turca estaba bien vigilada y llena de focos que vigilaban la superficie del agua. Para evitarlos, Pátrushev nadó desde la orilla tan rápido como pudo hasta el mar abierto. Luego hizo un giro y nadó paralelo a la costa hacia lo que esperaba que fueran las aguas territoriales turcas.
“Me invadió una sensación de alegría abrumadora. ¡Lo había hecho! ¡Había huido! Las palmas de mis manos cortaban el agua, mi cuerpo, ayudado por las aletas, avanzaba casi sin ninguna dificultad”, recordaría. “Mi corazón gritaba sólo una palabra: Turquía... Turquía... Turquía...”.
Después de entre 4 y 6 horas de natación, Pátrushev comenzó a olvidarse de los focos distantes y débiles. De repente, un fuerte rayo de luz iluminó el agua que estaba cerca de él. “Me zambullí instintivamente, tragando agua, aterrorizado por un nuevo y desconocido peligro”. Era una lancha patrullera soviética, y Pátrushev tuvo suerte de que no ser detectado.
A mitad de camino
Cuando el sol empezó a salir, Piotr Pátrushev se acercó a la costa. Sería un suicidio nadar a la luz del día, así que tuvo que esperar un día en la orilla, que estaba llena de otros peligros.
“Había oído hablar de un cable muy delgado que podría ahogar a un hombre. Cuanto más intentabas liberarte, más te apretaba. Había otro cable trampa que lanzaba cohetes de aviso al menor contacto. O un cable que al tocarlo, enviaba una señal a un puesto avanzado. Incluso había señales fronterizas falsas que confundían al desertor ‘inexperto’”, relató Pátrushev.
Sin embargo, Piotr no se enfrentó a ninguna de estas trampas, o patrullas con perros. Encontró un refugio entre las rocas, donde, muerto de hambre, devoró su barra de chocolate y durmió un poco.
Cuando llegó la oscuridad, Pátrushev continuó su viaje. Nadó hasta que el último foco de vigilancia en la orilla quedó atrás. Sólo entonces decidió volver a la orilla.
Una bienvenida poco amable
Piotr Pátrushev había logrado escapar de la Unión Soviética y llegar a Turquía. A su llegada, sin embargo, fue arrestado instantáneamente.
Las fuerzas de seguridad turcas sospechaban que Pátrushev era un agente del KGB y lo detuvieron. Nadie se creía que una persona pudiera nadar decenas de kilómetros en la oscuridad y evitar a los guardias fronterizos soviéticos.
Pátrushev fue puesto en libertad sólo después de una escrupulosa investigación y de pasar un año de prisión en Turquía. En 1964, se le concedió un permiso de residencia en Australia, donde vivió y trabajó como periodista, traductor y escritor.
Regreso a la URSS
Pátrushev nunca olvidó su patria, pero no podía visitarla, ya que fue sentenciado a ser ejecutado por alta traición.
Sólo en 1990, cuando la sentencia fue anulada, regresó al país para visitar a su madre y hermana mayores. Posteriormente, Piotr Pátrushev visitó regularmente Rusia hasta su muerte, acontecida en 2016.
Irónicamente, el antiguo enemigo soviético del Estado trabajó como traductor para varios primeros ministros australianos durante negociaciones con Mijaíl Gorbachov y más tarde con Vladímir Putin.
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