1. Sviatoslav I
Lema: ¡Voy a por ti!
“En sus expediciones no llevaba ni carros, ni teteras... Tampoco tenía una tienda, extendía una manta debajo de él y ponía la silla de montar bajo su cabeza. Todo su séquito hacía lo mismo”. Así se describe en la primera crónica eslava oriental a Sviatoslav, un guerrero espartano del siglo X que ocupó el trono de la Antigua Rus.
Sviatoslav estuvo en guerra durante todo su reinado. Fue el último gobernante pagano del antiguo país. No quería convertirse al cristianismo ya que temía perder la lealtad de sus guerreros. Al final de su mandato se las arregló para descuartizar el Estado más grande de Europa.
Derrotó a los jázaros, un importante poder en la región, que controlaba la parte baja de la ruta comercial del Volga. Sviatoslav subyugó a algunas tribus eslavas orientales y aplastó a los alanos y a los búlgaros del Volga. También derrotó a los búlgaros en el oeste y, al parecer, quería trasladar su capital de Kiev al Danubio.
Sin embargo, Bizancio sancionó sus victorias sobre los búlgaros. Constantinopla envió sus tropas para tratar con el beligerante príncipe eslavo. Forzaron su retirada y en su camino de regreso a Kiev sufrió una emboscada de una tribu nómada. Existe la sospecha de que los nómadas no lo hicieron completamente solos y se cree que recibieron el visto bueno de los bizantinos. Sviatoslav murió en la batalla y el jefe de la tribu, como detalla la antigua crónica, hizo un cáliz con su cráneo.
2. Iván el Terrible
Lema: El líder de nuestro ejército es Dios y no un humano
Iván IV fue un gobernante cruel y persistente a la hora de cumplir con su agenda, tanto en lo que se refiere a la paz como a la guerra. Lo dejó claro en su primera campaña contra el janato de Kazán en 1547. Este Estado era, junto con el janato de Astracán, lo que quedaba de los restos del imperio mongol que llegó a tener gran alcance, conocido como Horda de Oro y que gobernó las vastas extensiones de Rusia durante más de dos siglos. Además de la necesidad práctica de detener las incursiones en tierras rusas, la campaña tuvo una dimensión simbólica: romper completamente con la antigua dependencia y demostrar el nuevo estatus de Moscú. “La victoria en estas guerras requería enormes esfuerzos y sacrificios. Basta decir que para la captura de Kazán se hicieron tres campañas a gran escala en las que participaron la mayoría de las fuerzas armadas rusas”, señala el historiador ruso Vitali Penskói.
Después de ampliar las fronteras orientales, que allanaban el camino para extenderse hacia Siberia, Iván IV dirigió su atención hacia el sur y el oeste. Los tártaros de Crimea asaltaban y saqueaban a menudo las tierras rusas, llegando en ocasiones hasta Moscú. En 1571, el janato de Crimea quemó la ciudad. Pero era el momento álgido de su poder. Al año siguiente, su ejército de 120.000 hombres fue aplastado por el de Iván el Terrible, que era mucho más pequeño. Apenas 10.000 guerreros de Crimea pudieron volver a casa y dejó de haber incursiones.
Aunque no ocurrió lo mismo con los oponentes de Iván situados al oeste. Para acceder a las rutas comerciales del mar Báltico, el zar declaró la guerra a la Orden Livoniana, que se encontraba en donde están actualmente los países bálticos. Según Penskói, “durante los primeros 20 años de la guerra (duró 25) Iván IV tuvo la iniciativa, tomando una parte significativa de Livonia, excepto dos grandes ciudades, Reval (Tallin) y Riga”. Luego lo perdió todo “porque Moscú carecía de recursos para mantener varias guerras simultáneamente con éxito y en ambos frentes” (en el sur y en el oeste). Sin embargo, como algunos historiadores destacan, la guerra de Livonia fue de importancia secundaria para Iván. Consiguió ganar sus principales batallas, contra los tártaros de Kazán, Astracán y Crimea.
3. Catalina la Grande
Lema: Mientras viva defenderé mi patria con la pluma y la espada
A pesar de ser étnicamente alemana, hizo más por Rusia que otros muchos gobernantes de origen ruso. Gobernó en la segunda mitad del siglo XVIII y su reinado duró 40 años. Estuvo marcado por la gran cantidad de guerras. Todas ellas fueron victoriosas. Bajo Catalina, Rusia luchó con casi todos sus vecinos, en ocasiones hasta varias veces.
La Rusia de Catalina se enfrentó dos veces a Turquía. Se llevó Crimea como trofeo y el norte de la región del mar Negro, que actualmente es una parte considerable del territorio ucraniano. Hubo varias guerras con Polonia y gracias a ellas Rusia tomó el control sobre las regiones occidentales de la actual Bielorrusia y Ucrania. Catalina también derrotó a Suecia y a Persia. Hubo ocasiones en las que Rusia lideró dos guerras a la vez en frentes diferentes.
Catalina también fue capaz de sofocar la mayor rebelión de la Rusia Imperial: el motín de Pugachiov. Tal y como dijo uno de los principales historiadores rusos del siglo XIX ruso, Serguéi Soloviov, a la hora de desarrollar el Estado ruso Catalina “siguió con paso firme los pasos de su precursor, Pedro el Grande, de quien también toma el nombre de Grande”. El historiador contemporáneo Nikolái Pavlenko los compara y argumenta que “mientras Pedro el Grande consiguió el acceso al mar Báltico y creó la Flota del mar Báltico, Catalina se estableció en las costas del mar Negro, creó una poderosa flota en el mar Negro y unió Crimea a Rusia. Pedro convirtió las afueras de Europa del Este en un imperio mientras que Catalina le dio algo de brillo, expandió sus fronteras y fortaleció su poder”.
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