Siempre me ha interesado la política mundial y las culturas, y cuando estudié Relaciones Internacionales en Buenos Aires, me centré en Rusia. El hecho de que allí viviesen más de 190 nacionalidades me impresionó mucho y empecé a aprender más sobre este país a través de libros, mapas, música y películas soviéticas.
Pero todo cambió de manera inesperada cuando conocí a una chica rusa llamada Yulia en una web de aprendizaje de idiomas. Lo que al principio fue una charla educada sobre el aprendizaje del ruso, de repente se convirtió en una conversación diaria que duraba horas y, sin darme cuenta, ya estaba enamorado y luchando por una relación a larga distancia.
‘Nos dijeron que es una pérdida de tiempo’
Pasábamos horas todos los días hablando de todo. Ella se preocupaba más por sus libros de Tolstói que por ir de fiesta, y después de todas estas charlas me di cuenta de que a mí tampoco me gustaba mucho la vida nocturna y me gustaba más quedarme en casa hablando con ella, leyendo literatura rusa o aprendiendo el ruso. Aprendí muchas cosas sobre el pueblo ruso con ella, como la importancia de la religión y tradiciones rusas como las celebraciones de Año Nuevo. Era diferente que en Argentina.
Pasamos dos años difíciles luchando con la distancia que había entre nosotros y la diferencia horaria de seis horas. La gente me decía que era una pérdida de tiempo y que había muchos otros obstáculos que necesitábamos superar para construir una fuerte paciencia y seguir creyendo en nuestra relación. Incluso tuvimos que enfrentarnos a problemas logísticos, como por ejemplo, muchos de los paquetes y cartas que nos enviábamos tardaban más de 3 meses en llegar a su destino o incluso se perdían durante mucho tiempo. Pero con la ayuda de WhatsApp, Skype y un sinfín de videollamadas, esa enorme distancia entre nosotros se redujo considerablemente. Después de mucho esfuerzo por nuestra parte y por parte de nuestras familias, a finales de mayo, finalmente pude comprar un boleto aéreo hacia la tierra de mis sueños.
Antes de venir a Rusia, traté de no caer en los estereotipos comunes sobre el país, pero en el fondo, mi visión todavía estaba ligeramente sesgada con cosas como pensar que la sociedad rusa era un poco cerrada o que no encontraría muchas marcas extranjeras. Cuando salí del avión, todo era extraño... y tal vez debido a los nervios, ¡hasta sentí un fuerte dolor en todo mi cuerpo! Pero poco después, Rusia destruyó cada una de las expectativas que yo tenía y se convirtió en algo único a su manera.
Alimentado por una ‘bábushka’
A primera vista, los rusos no son tan abiertos a los extraños como en el caso de los argentinos en su país. Me di cuenta de que, inicialmente, los rusos no tienen conversaciones triviales, sólo directas y breves; no preguntan: “¿Cómo estás?”. Y así sucesivamente. Pero tan pronto como te conocen un poco mejor, de repente te conviertes en un miembro más de su familia.
Yulia me presentó a sus parientes, que viven en el pequeño pueblo de Roshal en la región de Moscú. La gente que conocí era muy hospitalaria y realmente me abrió su casa. ¡Y seré honesto, desde entonces he adoptado algunos de los hábitos que me parecían raros al principio!
En Argentina, solemos cenar entre las 9:00 y las 11:00 de la noche, mientras que en Rusia hay una hora exacta para la cena (¡normalmente las 18:00!), ¡que me pareció demasiado temprano! Leí muchos estereotipos sobre Rusia, pero sólo uno era cierto: que las bábushkas, las abuelas rusas, te darán de comer TODO el tiempo. Todos los días, la bábushka de Yulia me lo decía: “¡Esh, esh, esh, esh!” (Come, come, come, come). Y yo comía, por supuesto, ¿qué otra cosa podía hacer? Probé la sopas borshch y shchi, las coteletas, los pelmeni… todo. ¡Lo mejor fue que todo se veía y sabía muy bien!
O los modales del hogar: los rusos siempre cambian de atuendo y zapatos cuando entran en su casa.
Admiro enormemente lo mucho que respetan a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial: en todos los lugares en los que he estado, desde Moscú hasta Carelia, no importa lo pequeña que sea la ciudad, hay un monumento conmemorativo de la guerra o cosas con las que te das cuenta de que sus recuerdos siempre estarán vivos. La próxima vez, planeamos ahorrar más dinero y llegar hasta las tierras siberianas. No tengo miedo del invierno: no me gusta el calor, en realidad. Puedo ser argentino, pero ese no es mi clima.
Después de dos meses en Rusia, tuve que regresar a Argentina, y Yulia vino conmigo por un par de meses. Por cierto, ahora uso tápochki (zapatillas) en mi apartamento. Y para ser honesto, ahora hago cenas tempranas con platos tradicionales como bliní y así sucesivamente. Y sí, simplemente me encanta la grechka (trigo sarraceno). En Argentina, es muy cara, así que trajimos algo de Rusia. ¡Mucha y mucha grechka!
Ahora, estoy buscando trabajo en Rusia, porque queremos vivir allí. Sabes, hay un dicho que dice: “¡Un ruso es aquella persona que ama Rusia!”.
Pincha aquí para ver como Rusia cambió la vida de la mexicana Gabriela.