Marina Darmaros
Archivo personalCuando llegué a Moscú una noche de abril de 2007, la escena en la residencia estudiantil era poco prometedora. La entrada estaba limpia, aunque no mucho. El suelo era rojo y las paredes estaban pintadas de un esmalte beige que parecía marrón. Todo era un poco feo y nuestro edificio se llamaba “cuarentena”. Era un mundo totalmente diferente. Uno grupo de universitarios brasileños habíamos pasado 25 horas entre aviones y aeropuertos para llegar a la capital rusa. Subimos a nuestras habitaciones, una auténtica kommunalka, con baños y cocinas compartidas con gente de todo el mundo.
En mitad de los baños había una letrina y teníamos que colocarnos sobre el agujero en vez de sentarnos en el retreta. Toma ya, vaya invención para no evitar tener que tocar (¡necesitas piernas largas para ello!).
Ese año empecé a ver la serie Lost y todo lo que ocurría en la residencia me recordaba al extraño agujero negro en el que acababan los pasajeros del avión. Me desperté en mi primera mañana rusa a finales de abril y... ¡sorpresa! Había nevado. Era la primera vez en mi vida que veía la nieve. Me causó mucha impresión, que venía de Brasil, un país con carnaval, sol y playa.
De momento, todo bien. Sin embargo, me pasé casi año y medio llorando cada día. No tenía conexión a Internet ni una habitación que pudiera llamar propia, no podía hablar la lengua ni hacerme amigos rusos. Poco a poco, y seis años y medio después llenos de dificultades, comencé a adaptarme. Actualmente vivo lejos de Rusia y echo muchísimo de menos el país y a la gente, a pesar de estar en contacto cada día con el ruso y los rusos.
No, lo que pasé el primer año y medio no era solo mi propia melancolía y depresión, ni el síndrome de abstinencia por el poco uso en las redes sociales - por entonces Facebook estaba empezando entre los brasileños y Orkut era un mal chiste todavía. Lo que pasaba es que los rusos son realmente duros.
Mucho tiempo después oí a unos inmigrantes rusos en Europa hablándose de manera despectiva: “mi russkie vsio vremia sobáchimsia drug s drúgom”. ¿Cómo explicar esa frase? “Los rusos nos gruñimos entre sí todo el rato”. Nunca antes había oído ese verbo antes, sobátchtsia, aunque inmediatamente entendí lo que el hombre le decía a la mujer: sobátchtsia viene de la palabra sobaka, que significa perro, y estaba claro que se refería a la forma en la que los rusos se tratan mal sin razón aparente, como perros callejeros que se pelean por un hueso. ¿Es algo malo? Claro que no. Europeos, discúlpenme pero es fundamental rusificarse un poco.
Solo lo entendí mucho tiempo después, cuando vi la falta de sinceridad que hay en América del Norte y el Sudamérica, así como en Europa, y que tanto afecta a nuestras vidas. La discusión es casi como un deporte para los rusos. Nunca olvidaré un sketch cómico que vi en un programa tonto de la televisión rusa, Shiest kádrov, en el que un hombre visita a un amigo, entra a su casa, se sienta y viendo que su amigo está de acuerdo con todo, le dice que es muy molesto y se prepara para ir. Entonces, cuando está fuera encuentra algo para la discordia y vuelve, ahora la visita merece la pena.
No voy a decir que este modo de vida sea el más sano; recuerdo que siempre estaba estresada en Moscú. Pero después de pasar un tiempo en América y en Europa, me doy cuenta de que casi cada conversación es una gran mentira, así como nuestra manera de vivir sin confiar en nadie.
En Oficio: una historia en dos partes, el brillante escritor soviético Serguéi Dovlátov, escribe un relato real sobre el loco control de puertas en una editorial soviética: “[En la URSS] si no te repudiaban abiertamente, significaba que la cuestión iba a tener un resultado favorable. E incluso si te trataban mal, no significaba que todo estuviera perdido. Los burócratas hablan de manera muy mecánica, como por reflejo. (…) Aquí [en EE UU], todo ocurre de manera diferente. Te hablan de manera educada, te sonríen y te ofrecen café. Escuchan con una especie de expresión en la cara, pero entonces te dicen con pena: ‘Lo sentimos, pero nos privaremos del placer de sacar provecho de esta propuesta. Nuestra compañía es demasiado modesta como para emprender un proyecto tan brillante y original. Si algo cambia, le llamaremos’”.
¿Cómo he cambiado a causa de Rusia y los rusos? No ha sido solo la capacidad –quizá ya estaba latente.. (o era una inclinación manifiesta)– para poner sobáchitsia en práctica. En cambio, es la habilidad para sobrevivir a ello y ves más allá del trato. Los rusos son difíciles pero en el fondo, cuando llegamos a ellos, nunca nos abandonan y hacen todo lo que pueden para ayudar y estar a nuestro lado. Así son las amistades rusas.
Si quieres saber más sobre el carácter ruso, echa un vistazo a este texto.
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