“Tarkovski es conocido en todas partes. Cuando llegué a Italia me sorprendió que hasta un empleado de correos, al ver mi nombre, exclamara: ‘¡Ah, Tarkovski! Stalker, Solaris’”, dice Andréi Tarkovski, hijo del famoso director y encargado del archivo del director en Florencia.
En cierta manera el hijo siguió los pasos de su padre; ha hecho algunas películas, aunque sean documentales. El último se titula Andrei Tarkovsky. A Cinema Prayer y se ha estrenado en el Festival de Cine de Venecia este otoño.
En una conversación con Russia Beyond explicó por qué su padre abandonó la URSS, cómo fue crecer con él y cuándo abrirá el museo del director.
Comenzó a rodar una película sobre su padre en 2003 pero hubo una pausa muy larga. ¿Cambió la concepción del film en este periodo?
Sí, repensé la concepción dado que en estos años se han dicho y hecho muchas cosas sobre Tarkovski y no tenía sentido volver a hacer una película sobre él. Tal abundancia de información hizo que poco a poco se fuera perdiendo la imagen de mi propio padre: sus palabras, su visión, su percepción del mundo, su cultura y arte.
Cuando descubrí sus grabaciones de audio en el archivo comprendí que no había que hacer una película sobre él, sino una en la que Tarkovski habla de sí mismo. En esas grabaciones habla sobre su vida, sobre su visión del arte, sobre la fe y sobre lo que le parece importante. Me pareció que era la manera perfecta de acercar el director al espectador, de darle la oportunidad de reunirse con él de nuevo.
En una de las partes en las que está dividido el documental hay una curiosidad de índole política. Tarkovski dice directamente que en su emigración a Italia desempeñó un papel importante un demoledor discurso que Serguéi Bordanchuk, ganador de un Óscar, dio en el Festival de Cannes sobre Nostalgia.
Para mí no era importante el aspecto político sino que me importaba más su mirada al mundo, saber lo que le inquietaba. Tarkovski no fue un disidente político, nunca se sintió como tal y siempre reaccionaba de manera brusca si le decía que lo era. Él era un artista. El deseo de crear era central en su vida y por eso se separó de su país. Tenía que tener la posibilidad de rodar. Eso era lo más importante para él y por eso sacrificó todo lo demás.
El León de oro por La infancia de Iván fue su primer premio en Venecia y le reportó muchas cosas. Le dio la oportunidad de rodar su siguiente película, ¿lo entiende? Eso le ayudó cuando empezaron a acosarlo y a arrinconarlo. En Occidente se preguntaba “¿Qué está haciendo Tarkovski?”, porque era famoso, lo conocían. No tenía la ambición de conseguir premios, esa motivación tan extendida actualmente.
En la película se habla de por qué se fue y de por qué se quedó fuera del país. Eso fue muy importante ya que supuso un gran cambio en su vida e influyó mucho en su destino. El resto son monólogos internos sobre el arte y la vida, algo que, desgraciadamente, se ha empezado a olvidar. En general ya no se da la relación que tanto él como su generación tenían con el arte. Me parece que es importante recordar por qué vivimos y cuál era el sentido de la vida para personas como Tarkovski.
En los monólogos de Tarkovski se puede escuchar la importancia que tiene que su padre sea poeta. Al fin y al cabo él concebía su arte y sus películas como si fueran poesía. ¿Qué es lo más importante que te dio tu padre?
Era un hombre extraordinario que me transmitió el gusto por el arte y la vida. Nunca me aleccionó, creía que no había que aleccionar a los niños. Al contrario, pensaba que había que mostrarles lo que estaba bien y lo que no, lo bello y lo monstruoso, lo razonable y lo que carece de sentido. Era capaz de dar forma a la personalidad de un niño sin presionarlo y sin darle lecciones.
Me ponía música clásica. Escuchábamos a Bach desde que tenía tres años. Mi primer recuerdo musical de la infancia es La pasión según San Mateo. Le encantaban las pinturas de la Edad Media y del Renacimiento y me mostraba catálogos. Me enseñó a apreciar la belleza. Es posible que en esos momentos el niño no entienda todo pero queda sumergido en algún lugar y luego vuelve, con la edad.
Siempre hablaba con los niños como con los adultos. Le encantaba decir: “Si no lo entiendes ahora, ya lo entenderás después”. Y cuando eres niño quieres saber y escuchar lo que a tu padre le complace de ti. Desde entonces me surgió el deseo de ganarme el respeto del padre, de ponerme de puntillas, de subir, de saltar más alto. Es también un tipo de escuela: nadie te alecciona, no te instruyen pero te hablan como a un igual y eso te obliga y te forma el carácter.
¿Cómo le influyó a la hora de escoger su profesión?
Mi padre me veía en el cine. Quería que trabajara con él en la siguiente película, que “llevara el timón”, digamos, quería que lo aprendiera. Pero yo me resistía. Estudié física en la Universidad de Florencia y también historia y arqueología, aunque volví al cine, para que todas sus lecciones no se perdieran. En 1996, hice el primer corto documental sobre papá para el Primer canal de Rusia y desde entonces comencé a dedicarme al Instituto Andréi Tarkovski.
Desde hace 25 años se dedica al archivo de su padre. ¿Tiene la intención de abrir un museo?
El Instituto se fundó poco después de la muerte de papá, en 1987. Para 1995, ya estaban reunidos aquí todos los materiales que tenía Tarkovski en su casa de Florencia. Es un legado enorme: más de 110.000 muestras de vídeo, de archivos de audio, fotos, papeles, guiones, apuntes. Tenemos un catálogo que se actualiza constantemente y el trabajo sobre el archivo todavía continúa.
Se encuentra bajo la protección del Ministerio de Cultura de Italia, como bien cultural de especial valor, y está en la casa en la que vivió Tarkovski y ahora vivo yo. El alcalde de la ciudad está dispuesto a ampliarlo y a hacer aquí un museo. Es un lugar muy interesante ya que está el despacho de trabajo de Tarkovski y es el lugar en el que montó Sacrificio [su última película], se conserva todo.
El ayuntamiento de Florencia entregó a Tarkovski esta casa de manera totalmente gratuita y tras su muerte así se ha quedado, ya que tiene cierto valor y prestigio para la ciudad. Para el 90 cumpleaños de papá, en 2022, planeamos hacer aquí un museo.
Has vivido la mayor parte de tu vida en Italia, ¿te sientes ruso o italiano?
Un ruso siempre seguirá siendo un ruso. Salí del país a los 15 años, una edad en la que ya eres lo suficientemente consciente y en la que ya se tiene una determinada mirada hacia la vida. Volví a Rusia por primera vez en 1996 y después he regresado en muchas ocasiones. He tenido allí varios proyectos. Aunque no viva en Rusia eso no significa que no sea ruso y que no quiera vivir allí.
¿Hay alguna posibilidad de que vuelvas a Rusia para siempre?
Vivo a caballo entre dos países y puedo volver en cualquier momento. Paso periodos en Rusia pero no estoy planeando instalarme allí de manera permanente. Aunque eso no signifique que no quiera a Rusia, se puede querer la patria en la distancia. Mira, la concepción del mundo de un ruso, la esencia de nuestra alma es tan fuerte y tan particular, que difícilmente se puede cambiar, incluso si una persona vive en otro país.
La visión rusa del mundo tiene que ver con nuestra percepción, con nuestros objetivos, con nuestra búsqueda de la verdad y con el significado que le damos al arte. En Occidente el arte es como un apéndice y los valores materiales son mucho más importantes. En cambio, para los rusos, son más importantes las verdades del alma y el arte es tan necesario como el aire.
7 películas de Andréi Tarkovski que todo el mundo debería ver