El presidente ruso conversa con su jefe de prensa, Dmitri Peskov (en el centro) y el ministro de Exteriores Serguéi Lavrov (a la izquierda).
Ria NovostiLas dos acciones más reseñables desde el 2014 y que parecen presentarnos a una Rusia más asertiva son, como no, aquellas encaminadas a neutralizar por vía militar la orientación de Ucrania hacia la UE y la intervención militar en Siria en apoyo del régimen de Bashar Al-Assad.
Sin embargo, el panorama económico se ha visto sometido igualmente a grandes mutaciones con las sanciones impuestas a raíz de la intervención en Ucrania y por la caída en picado de los precios del petróleo a nivel mundial. Rusia, como segundo exportador mundial de esta fuente de energía fósil, no podía ser inmune a la caída de sus precios. ¿Ha afectado el mar de fondo de la economía a la geopolítica de Rusia en la superficie?
La decisión a finales del 2013 de Ucrania de posponer la firma de un Acuerdo de Asociación y un área de libre comercio con la Unión Europea llevó al conocido Euromaidán y a la llegada al poder de nuevas autoridades que reactivaron el proceso. La respuesta de Rusia ante lo que parecía un golpe de muerte a su proyecto de Unión Eurasiática, irremediablemente cojo sin la presencia de Ucrania, se materializó en la anexión de Crimea y en el apoyo a milicias paramilitares en la región oriental y mayoritariamente ruso-parlante del Donbass; no hay que olvidar el componente de seguridad para Rusia, con el protagonismo de elementos de extrema-derecha en el Euromaidán y con la necesidad de garantizar la base de su Flota del Mar Negro en la ciudad de Sebastopol (Crimea).
En todo caso, ante lo que era una clara violación de la soberanía de Ucrania la UE y los EE UU respondieron con una serie de sanciones económicas que afectaron principalmente a su sector energético y bancario.
El tímido crecimiento del PIB de Rusia en el último cuarto del 2014, de un 0,4% reflejaba ya el coste de una huida masiva de capitales del país ante las sanciones.
Tras la última fase activamente bélica del conflicto en Ucrania en enero-febrero del 2015 y que desembocó en el, hasta ahora incumplido, acuerdo de Minsk II.
La situación se encuentra en un claro compás de espera ¿Responde ello a que Rusia se amilanó con el impacto de las sanciones? Ello sería posible en lo que respecta a hipotéticos intentos de extender el conflicto a otras regiones de Ucrania; sin embargo, no parece suficiente para hacer ceder a Rusia sus ganancias en Crimea, la neutralización en materia de seguridad de Ucrania (cualquier hipotética extensión de la OTAN quedaría así descartada), al tiempo que Moscú parece resignarse a ver cómo Ucrania y la UE construyen un área de libre comercio.
Sin embargo, el impacto económico de las sanciones parece palidecer con el de la caída de los precios del crudo, que iniciaron su curva descendente a mediados del 2014. Ha pasado de un cénit de alrededor de 105 dólares por barril a solo 29,42 dólares en el momento que se escribe el texto, por debajo del precio más bajo tras la crisis iniciada en 2008.
El desplome se inició a causa de una caída de la demanda mundial (principalmente en Asia) y se consolidó por la negativa del cártel de la OPEC a reducir la producción, que más allá de ciertas lecturas en clave política seguramente responda a una lucha por cuotas de mercado y que puede empeorar aún más por la vuelta el mercado de Irán.
En todo caso, Rusia se ha vista duramente dañada por esta caída, con una contracción de su PIB para 2015 que se calcula en un 3,8%, según datos del Banco Mundial y con el rublo derrumbándose.
De nuevo, sin embargo, es difícil ver algún efecto claro de esta situación en la política exterior rusa. En primer lugar, no hay en este caso un nexo claro como con las sanciones; el adoptar una postura más conciliadora a nivel internacional se podría traducir en la retirada de las sanciones, si bien el curso del petróleo probablemente seguiría su tendencia actual.
En segundo lugar, la popularidad de Vladímir Putin se mantiene muy alta en Rusia, habiendo alcanzado un récord de 88,9% en varias encuestas, tanto gubernamentales como independientes.
A pesar de la crisis económica, la ciudadanía rusa parece aprobar su política exterior, máxime cuando Moscú ha dado el paso de apoyar militarmente al régimen sirio de Bashar Al-Assad. La intervención se lee en clave interna como un paso necesario para la lucha contra el terrorismo, una de las bestias negras en un país con un importante foco de islamismo en la región del Cáucaso.
El que Moscú tomase la decisión de lanzar ataques aéreos contra facciones enemigas del régimen de Damasco en septiembre del 2015, en tan negativa coyuntura, podría servir de indicativo de cómo Rusia es aún autónoma de los efectos del mar de fondo económico.
Se podría incluso considerar que refuerza su orientación anti-occidental apoyando a Al-Assad. El caso es que en este asunto en particular, la cuestión es más compleja, y en cierto modo, cómoda para Rusia: con la amenaza del ISIS está claro que Moscú lo tiene fácil para justificar su apoyo a Damasco.
Si Putin ha ignorado al ISIS en sus ataques, ello se puede explicar porque no representa la amenaza más inmediata a Al-Assad frente a otras facciones. Por otra parte, Putin no persigue tanto el apoyo a Al-Assad como el apoyo a un régimen que sirve de principal baluarte frente a un islamismo armado cuya metástasis hacia sus fronteras Rusia tanto teme.
El que esto desvíe la atención de la situación en Ucrania, refuerce internamente al régimen de Putin o que incluso fuerce a Occidente a aceptar a Rusia como un socio, a pesar de su política hacia Kiev, ha podido servir de acicate para acelerar un movimiento que en todo caso sirve a Moscú en su política contra el terrorismo islamista.
Como conclusión, Rusia resultado asertiva a la hora de defender lo que considera su área de influencia y para luchar contra el terrorismo islamista.
Lo primero ha despertado la ira de los países occidentales y con ella, dolorosas sanciones. Ni estas, ni efectos de la caída del precio del crudo y del derrumbe del rublo han logrado mellar la acción exterior de Rusia.
Sin embargo, se impone la prudencia a la hora de distinguir a Rusia como un actor ciegamente agresivo, principalmente antioccidental y revisionista, pues sus acciones han sido sobretodo puntuales y reactivas, aunque se hayan producido violaciones del derecho internacional, la soberanía de Ucrania y un apoyo a un régimen sanguinario como es el de Damasco.
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