“No se puede escapar de un submarino”, suelen decir los rusos cuando alguien se encuentra en una situación desesperada y tiene que resignarse a lo que marcan circunstancias. La idea de que se pueda escapar de un submarino durante una misión parece absurda. Y sin embargo, en la historia de la flota soviética hubo una persona que así lo hizo.
Este desertor era un suboficial a cargo de un equipo de técnicos a bordo del submarino Shch-303 Shchuka (‘Lucio’ en ruso), Borís Galkin. “Es maleducado, no sabe hacer amigos y pierde el ingenio en momentos de peligro”, decían de él sus compañeros.
Sin embargo, Galkin demostró su temple en tres campañas militares, participó en el hundimiento de varios barcos de transporte alemanes y acabó recibiendo la Orden de la Bandera Roja y la Orden de la Guerra Patria. Entonces, ¿por qué un hombre con un historial así decidió desertar?
Un viaje difícil
En mayo de 1943, el Shch-303 partió de Kronstadt en un largo viaje de combate hacia la entrada del Golfo de Finlandia para reconocer la defensa antisubmarina alemana. Tenía provisiones para 78 días.
Sin embargo, el viaje tuvo un comienzo difícil. Ya en sus primeros días, el Shchuka sufrió un arañazo en el costado por una mina antisubmarina alemana que, afortunadamente, no estalló. Además, la bahía estaba literalmente repleta de barcos alemanes y finlandeses, por lo que al submarino soviético le resultaba prácticamente imposible salir a la superficie para recargar sus baterías.
Sin embargo, la sorpresa más desagradable esperaba a los marineros soviéticos cuando entraron en el mar Báltico: de costa a costa, la bahía estaba bloqueada por una doble red antisubmarina. Los intentos de salir a mar abierto fracasaron. El Shch-303 fue perseguido por barcos enemigos, que no le permitieron salir a la superficie ni siquiera de noche. En la segunda semana de viaje, el Shchuka tuvo que permanecer en el fondo del mar, donde se vio obligado a pasar varios días.
La batería se agotaba rápidamente y la tripulación ahorraba electricidad como podía. Había una gran escasez de aire. La tripulación, semiinconsciente, que no tenía nada que comer aparte de una repugnante sopa hecha con agua de mar, esperaba un ataque cada minuto. Fue entonces cuando Galkin sufrió no pudo más.
Una audaz huida
El 21 de mayo, a mediodía, el suboficial Borís Galkin se hizo cargo de la guardia en el puesto central, junto con un oficial de guardia. Cerca de allí había una sala de radio con varios operadores de comunicaciones y sistemas acústicos,
Tres horas más tarde, un acústico escuchó el ruido de las hélices de numerosos barcos, y el oficial de guardia fue inmediatamente a informar al comandante del submarino, Iván Travkin. Al quedarse solo, Galkin actuó rápidamente. Cerró la sala de radio, se atrincheró en el compartimento, apagó las luces y bombeó aire a alta presión en los tanques de inmersión, tras lo cual el submarino comenzó a emerger rápidamente. El propio contramaestre se precipitó a la escotilla superior.
La tripulación, sorprendida, no se dio cuenta inmediatamente de lo que estaba ocurriendo. “Me apresuré a ir al puesto central, -recordó Iván Vasílievich Travkin-. - Pero la puerta del mamparo de acero que conducía allí desde el cuarto compartimento resultó estar cerrada con llave. En la oscuridad la empujé, la golpeé con los puños, sin éxito”.
Pronto los operadores de radio consiguieron salir de la sala de comunicaciones y dejaron entrar al comandante en el puesto central. Ordenando preparar el submarino para una inmersión forzada, Travkin subió tras Galkin al puente: “El sol brillante hacía que me dolieran los ojos. El mar estaba deslumbrante. Miré a mi alrededor. Había numerosos barcos a diferentes distancias del submarino. Los más cercanos estaban a sólo 30 metros. Los cañones de sus armas nos apuntaban”.
Una fuga milagrosa
Galkin estaba de pie en el puente agitando una funda de almohada blanca que había sacado del camarote. Cuando el comandante le preguntó qué había pasado y dónde se había producido el accidente (sic), el suboficial maldijo y dijo: “No puedo soportarlo más. ¡Moriremos de todos modos!”
Enfurecido, Travkin lamentó enormemente no haber llevado una pistola consigo. Pero no había tiempo que perder con el traidor: tenía que salvar el submarino.
El comandante razonó que si el submarino se sumergía de inmediato, sería inmediatamente hundido por los barcos enemigos. Entonces Iván Vasílievich decidió engañar a los alemanes, convencerles de que los marineros soviéticos estaban dispuestos a rendirse. De este modo, el enemigo no estaría demasiado en alerta y la tripulación tendría tiempo para recuperarse de la conmoción.
Travkin comenzó a gritar con fuerza en dirección al barco más cercano: “Los nazis pensaron que les invitaba a negociar. Empezaron a bajar un bote del barco. ¡Me creyeron, los muy tontos!”
Tras esperar un poco, el comandante dio la señal de sumergirse e inmediatamente desapareció en el interior. El Shchuka se sumergió de golpe, dejando a Borís Galkin chapoteando en la superficie. Tras un segundo de retraso, los alemanes abrieron fuego, pero a pesar de los daños recibidos, el Shch-303 consiguió escapar. El 8 de junio, abandonando los intentos de entrar en el mar Báltico, regresó a Kronstadt.
Borís Galkin comenzó a cooperar con los alemanes. En particular, intentó (en vano) convertir en colaboracionista al comandante del submarino S-7, Serguéi Lisin, que había sido hecho prisionero.
No se sabe con certeza qué pasó al final con el contramaestre de Shchuka. Travkin estaba convencido de que no se había librado de un merecido castigo. “Ya al final de la guerra, cuando nuestras tropas entraron en Alemania, Galkin, a quien los nazis habían tomado bajo su protección, cayó en manos de la justicia soviética”, escribió Iván Vasílievich en sus memorias: “Recibió su merecido. Tal es el destino de todos los traidores. No hay otro final para ellos y no puede haberlo”.
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