Durante casi todo el siglo XVII, Suecia disfrutó de la gloria del estatus de gran potencia. Su ejército y su armada, considerados entre los más fuertes de Europa, obtuvieron una serie de brillantes victorias en numerosas guerras, y con ellas nuevas y vastas posesiones a lo largo de las orillas del mar Báltico, convirtiéndolo de hecho en un “lago sueco”.
Este estado de cosas se vio radicalmente alterado durante el transcurso de la Gran Guerra del Norte de 1700-1721, en la que los suecos se enfrentaron a una coalición internacional formada por Rusia, Dinamarca, la Mancomunidad Polaco-Lituana y Sajonia. A pesar de algunos éxitos iniciales, la derrota en la batalla de Poltava, el 8 de julio de 1709, fue seguida de nuevos fracasos en tierra y mar. Por fin, en 1721, Suecia se vio obligada a firmar el Tratado de Nystadt, por el que cedía a Rusia los territorios de Livonia (centro y norte de Letonia), Estland (Estonia), Ingria (la orilla sur del Golfo de Finlandia) y el sureste de Finlandia (la actual región de Leningrado y las ciudades de San Petersburgo y Vyborg).
En Estocolmo, sin embargo, la derrota fue vista sólo como un revés temporal. Los suecos confiaban en que pronto se repondrían y se vengarían. No era una cuestión de posibilidad, si no de cuándo. En 1734, en una reunión del Comité Secreto del Riksdag (la legislatura nacional), que se encargaba de la política exterior y la defensa, se decidió hacer todo lo necesario “para devolver a Rusia a sus antiguas fronteras”.
Los preparativos activos para la acción militar comenzaron cuatro años más tarde, cuando los halcones suecos, ávidos de guerra con Rusia llegaron al poder: la llamada facción de los “Sombreros”, conocida porque sus miembros llevaban un distintivo sombrero tipo tricornio. (Sus pacifistas oponentes los llamaban despectivamente “gorros”, abreviatura de “gorros de dormir”).
El 8 de agosto de 1741, el Reino de Suecia declaró la guerra a Rusia, siendo la razón oficial el asesinato, dos años antes, por parte de oficiales rusos, del correo diplomático sueco Malcolm Sinclair, que estaba trabajando de forma destacada en conseguir una alianza militar sueco-turca. Al enterarse por los documentos de Sinclair de los planes de guerra suecos, la emperatriz rusa Anna Ioánnovna impuso la prohibición de exportar pan al vecino del norte, lo que se convirtió en un segundo casus belli. El objetivo de la campaña era recuperar todo el territorio perdido por Suecia o, como mínimo, si las cosas no salían según lo previsto, Ingria.
Estocolmo creía que una guerra con Rusia sería rápida y victoriosa. Para entonces, el joven Iván VI había ascendido al trono ruso, y había estallado una lucha de poder entre facciones rivales de la corte. Pero la amenaza sueca fue neutralizada por la brillantez del comandante ruso de origen irlandés Peter von Lacy. En agosto de 1741, derrotó al enemigo en la batalla de Villmanstrand, y exactamente un año después sus tropas rodearon y lograron la rendición de las principales fuerzas del ejército sueco en Helsingfors (Helsinki). “A partir de entonces, casi todo el territorio de Finlandia quedó bajo control ruso. La derrota de Suecia era prácticamente un hecho”, escribió el barón Iván Cherkásov al vicecanciller Alexéi Bestuzhev-Riumin.
Los comandantes suecos Henrik Magnuss von Buddenbrock y Karl Emil Loewenhaupt fueron declarados responsables del fracaso, retirados del servicio y ejecutados.
Según los términos del Tratado de Åbo, concluido el 3 de febrero de 1743, Suecia cedió a Rusia las áreas al este del río Kymi con la fortaleza de Olavinlinna y las ciudades de Lappeenranta y Hamina. Desde ahí, la frontera sueca fue movida al del norte. Esto permitió alejar aún más la frontera de San Petersburgo. Además, la emperatriz Isabel Petrovna, que había sustituido a Iván VI en el trono tras un golpe de palacio, exigió que se reconociera al príncipe-obispo Adolfo Federico de Lübeck como heredero del trono sueco. Era primo hermano del príncipe Carlos Pedro Ulrico (el futuro Pedro III de Rusia), a quien la emperatriz rusa, tía suya, eligió como sucesor. El protegido de Isabel se convirtió efectivamente en rey de Suecia en 1751, pero eso no produjo ningún dividendo para Rusia.
Un nuevo intento de devolver a Suecia el estatus de gran potencia y echar a Rusia de la costa del Báltico fue realizado en 1788 por Gustavo III. Esta vez el planteamiento sueco fue más cuidadoso y astuto: iniciaron las hostilidades justo en medio de la guerra ruso-turca de 1787-1791, cuando el grueso del ejército y la armada rusos estaban inmovilizados en el sur. Como pretexto para declarar la guerra, un grupo de soldados suecos, vestidos con el uniforme ruso, organizó un ataque de falsa bandera en el paso fronterizo sueco de Puumala.
El ejército sueco obtuvo varias victorias en Finlandia, pero avanzó en territorio ruso con precaución. El plan se centró en conseguir la victoria en el mar y en desembarcar tropas cerca de San Petersburgo. La acción militar en la región del Báltico se desarrolló con éxito variable hasta la batalla de Vyborg el 3 de julio de 1790, cuando la flota sueca fue bloqueada en la bahía de Vyborg. Perdiendo casi 20 barcos y aproximadamente 5.000 hombres, los suecos consiguieron escapar, pero tuvieron que abandonar los planes de tomar la capital rusa.
Rusia estaba al borde de la victoria cuando la flota sueca logró lo increíble, aplastando al enemigo el 10 de julio de 1790 en el estrecho de Svensksund. Más de 500 barcos de ambos bandos participaron en la mayor batalla naval jamás vista en el mar Báltico. La flota rusa perdió 35 barcos, sufriendo 7.000 muertos y heridos. Otros 22 barcos fueron capturados por los suecos, cuyas propias pérdidas se limitaron a sólo cinco buques pequeños.
“La destrucción del enemigo fue terrible, y los últimos momentos de la batalla fueron espantosos y horribles”, escribió el comandante de la flota sueca, Gustavo III, a su esposa Sofía Magdalena de Dinamarca: “Cayó la noche, hubo incendios y gritos por todas partes... Espero que si seguimos actuando así, obliguemos amablemente a la altiva Catalina [la emperatriz Catalina II] a perdonarnos nuestros errores y a pedir la paz”.
Cuando el polvo se asentó, ninguna de las partes había logrado una ventaja decisiva, y el Tratado de Värälä se concluyó el 14 de agosto de ese mismo año en términos de statu quo.
Al fracasar en su empeño, Suecia renunció a intentar forzar una renegociación del Tratado de Nystadt. Menos de 20 años después, el propio país tuvo que ponerse a la defensiva. En 1808, con el apoyo de Napoleón Bonaparte, Rusia lanzó una guerra contra su vecino del norte, que culminó con “la mayor catástrofe nacional en la larga historia del Estado sueco”: la pérdida de toda Finlandia.
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