Cómo un cosaco recorrió 8.000 kilómetros a caballo en 1889

Russia beyond (Foto: Dominio público; Foto de archivo)
Estuvo a punto de morir congelado, pero logró cruzar la línea de meta e impresionar al pueblo y al zar.

El cosaco Dmitri Peshkov viajó desde Blagoveshchensk, en el Lejano Oriente ruso, hasta San Petersburgo, entonces capital del Imperio ruso, recorriendo 8.800 kilómetros en un pequeño pero robusto caballo. Al final del viaje, se había hecho famoso en todo el país e incluso se reunió con el emperador ruso.

La raza mongola

Peshkov, un oficial militar con el rango de Sotnik, tuvo la idea de realizar una gran expedición, inspirado por una hazaña anterior de otro viajero y oficial militar llamado Mijaíl Aséiev, quien, en 1889, montó a caballo desde la ciudad de Lubni, en la provincia de Poltava del Imperio Ruso, hasta París, Francia, recorriendo unos 2.500 kilómetros.

Dmitri Peshkov

Sin embargo, Peshkov imaginó una empresa mucho más audaz. Planó viajar desde Blagoveshchensk, una ciudad en los límites orientales del Imperio Ruso, hasta San Petersburgo, recorriendo unos 8.800 kilómetros en una silla de montar.

Blagoveshchensk

Este oficial de 30 años, sin compromisos matrimoniales ni familiares, pidió a sus superiores que le concedieran un permiso de seis meses, que pensaba pasar en el camino.

Peshkov eligió un caballo de cierta raza que, en su opinión, era el más adecuado para las dificultades que le esperaban. A pesar de su pequeño tamaño y su modesto aspecto, el semental de raza mongola de 13 años, famoso por su capacidad para soportar las condiciones más duras, parecía la mejor opción para una persona que planease cubrir una distancia increible en las condiciones climáticas más duras del año.

Irkutsk, finales del siglo XIX.

El 7 de noviembre de 1889, Dmitri Peshkov, equipado con un caballo, dinero, papel y mucho tiempo libre, emprendió el largo viaje hacia San Petersburgo y, como resultó, la fama del país.

Un frío glacial

El viaje de Peshkov fue notablemente duro desde el principio. Casi al principio, el oficial tuvo que cruzar un río que aún no se había congelado, a pesar del frío.

“Pedí que nos llevaran a mí y al [caballo] a la otra orilla en un pequeño bote. Aceptaron hacerlo por tres rublos. Les prometí otro rublo para vodka. Ataron las patas del caballo y lo metieron en la barca. Yo mismo lo sujeté”, escribió Peshkov en su diario.

Peshkov, que mantenía sus notas de viaje generalmente secas y lacónicas, se permitía cierta emoción a la hora de describir las condiciones meteorológicas vividas al comienzo del viaje, que había iniciado cuando se acercaba la temporada de invierno.

“Desde ayer por la tarde se ha levantado tal tormenta que literalmente no se veía la luz de Dios. Es un viaje mortal con este tiempo. Apenas perdí de vista la ciudad de Mariinsk, de tan fuerte que era la tormenta. Se me congelaron las mejillas, la nariz, la barbilla y la parte de la mano derecha que no estaba cubierta con un guante”, se lee en una de las pocas entradas emotivas del diario del oficial.

A medida que el viaje avanzaba y el paisaje cambiaba, una cosa permanecía constante en las notas de Peshkov: “El tiempo es terrible”, repetía a menudo. A veces, el jinete tenía que saltar del caballo y correr a su lado sólo para calentarse activando los pies.

Además del mal tiempo, el viajero tuvo que soportar la falta de alimentos, dolores de cabeza que mencionaba con frecuencia en su diario, chinches e incluso un intento de arresto por parte de un oficial de patrulla en Tomsk, que lo había confundido con un convicto fugado.

Llegada a San Petersburgo

Sin embargo, con el paso del tiempo, Peshkov se fue acostumbrando a su nuevo estilo de vida nómada. “Hoy se cumplen cinco meses de mi viaje. Me parece que cuando lo termine, lo echaré de menos, hasta tal punto que ya me he acostumbrado a esta forma de vida nómada y gitana”, escribió Peshkov en su diario.

A medida que el oficial progresaba en su viaje y se aproximaba a San Petersburgo, la noticia de su audaz viaje había llegado a los oídos de los habitantes de las ciudades a las que aún no había llegado. Su fama le precedió a menudo en la última parte del viaje.

“Conocí a varios rusos desconocidos que me saludaron con las palabras: ‘¡Hola, señor Peshkov!’ Me quedé muy sorprendido”, escribió el oficial durante su estancia en Kazán.

Kazán

Al pasar por Moscú en mayo de 1890, Peshkov se dirigió al punto final de su destino, San Petersburgo.

A pesar de la ausencia de comunicaciones modernas, la noticia de su audaz viaje se difundió rápidamente de boca en boca y pronto llegó al Palacio de Invierno, la residencia del emperador ruso.

San Petersburgo

Al salir de Moscú, Peshkov fue escoltado por una multitud de personas que lo admiraban y lo vitoreaban, y que lo escoltaron durante algún tiempo. Al llegar a San Petersburgo, el oficial fue recibido también de la manera apropiada.

En la mañana del 19 de mayo de 1890, cuando Dmitri Peshkov se acercaba a San Petersburgo, fue recibido solemnemente por regimientos ceremoniales y un coro de trompetas. Peshkov entró en la capital del Imperio Ruso escuchando entusiastas gritos de “¡Hurra!” de gente que nunca había conocido, pero que obviamente se había enterado de su arriesgada empresa.

Alejandro III

El emperador Alejandro III concedió a Peshkov la Orden de Santa Ana de tercer grado y ordenó que el viaje, que inicialmente era una empresa personal de Peshkov, se considerase una expedición militar, lo que significaba que a Peshkov se le debía dinero y tiempo libre por su servicio.

El hombre recibió unas vacaciones de seis meses, que pasó como peregrino en Palestina, antes de reanudar su exitosa carrera en el Ejército Imperial de Rusia.

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