El 29 de abril de 2021 se estrenó una película de gran éxito sobre una de las fugas más audaces de un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. V-2. Fuga del infierno, del destacado director ruso Timur Bekmambétov (Wanted, Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros, Ben-Hur), cuenta la increíble historia de Mijaíl Deviatáiev, que logró escapar del cautiverio alemán en un bombardero robado.
Condenado a muerte
Teniente superior de un regimiento de aviación de caza de la guardia, Deviatáiev fue capturado por los alemanes el 13 de julio de 1944. Su avión de combate había sido derribado cerca de Leópolis, en Ucrania occidental. Al saltar, se golpeó con un panel del ala y fue un milagro que sobreviviera.
Mijaíl Petrovich se negó a cooperar con los nazis e intentó escapar de su campo de prisioneros de guerra en Polonia. Sin embargo, el túnel que había cavado fue descubierto y el piloto fue condenado a muerte. Posteriormente fue trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde iba a ser ejecutado.
Sin embargo, Deviatáiev se salvó de la ejecución inminente gracias al barbero del campo. Cuando el piloto se estaba cortando el pelo, uno de los prisioneros que esperaban en el pasillo encendió un cigarrillo e inmediatamente fue golpeado hasta la muerte por los guardias. Sin dudarlo ni un segundo, el barbero le quitó la etiqueta con su número al muerto y la sustituyó por la de Mijaíl. Así, el “Deviatáiev” que había sido condenado a muerte fue incinerado en el horno del crematorio del campo, mientras que el antiguo profesor Grigori Nikitenko comenzó una nueva vida en Sachsenhausen.
En el centro de pruebas secreto
Pronto “Nikitenko” iba a cambiar de nuevo su lugar de cautiverio. Fue trasladado a un campo en la isla de Usedom, en el mar Báltico. Allí se encontraba Peenemünde, un secretísimo centro alemán de pruebas. Allí se desarrollaban las “armas milagrosas” del Tercer Reich, como los primeros aviones a reacción, el misil de crucero V-1 y el cohete balístico V-2.
Deviatáiev, que era físicamente fuerte, fue seleccionado para trabajar allí: su tarea consistía en trasladar equipos y materiales y retirar las bombas sin explotar lanzadas por los aviones aliados. A un piloto soviético nunca se le habría permitido acercarse al aeródromo y a sus aviones, pero nadie temía a un simple maestro como Nikitenko.
Mijaíl Deviatáiev decidió llevar a cabo otro intento de fuga y encontró a otras nueve personas con ideas afines entre los prisioneros que trabajaban en Peenemünde. Acordaron intentar escapar por aire y eligieron un avión en particular para este propósito: un bombardero Heinkel He 111.
“Tomamos la decisión a principios de enero de 1945 y desde entonces nos referíamos al bombardero con el único nombre de ‘nuestro Heinkel’”, recuerda Deviatáiev en sus memorias Poliot k solntsu (‘Vuelo al Sol’). “El avión estaba en servicio activo con los alemanes y ellos lo cuidaban, pero ya era nuestro, porque no le quitábamos los ojos de encima, pensábamos y hablábamos de él y todas nuestras emociones y esperanzas estaban fijadas en él. En mi propia imaginación, ya había puesto en marcha sus motores más de una vez, había rodado por la pista y había despegado, elevándose por encima de las nubes; ya había navegado la ruta deseada y aterrizado en suelo patrio en este avión extranjero de alas anchas con su largo fuselaje de vientre bulboso, al que aún no me había acercado”.
La fuga
Deviatáiev era el único miembro de todo el grupo que tenía experiencia de vuelo. Aprovechaba cualquier oportunidad para acercarse al avión y, si tenía suerte, entrar y echar un vistazo a su panel de instrumentos.
El 8 de febrero de 1945, durante la hora del almuerzo en el lugar de las pruebas, 10 prisioneros se acercaron al Heinkel y, tras matar al guardia que lo custodiaba, comenzaron a preparar el avión para el despegue. Todo el plan estuvo a punto de fracasar cuando se descubrió que, aparentemente, al avión le faltaba la batería eléctrica, pero esta fue encontró rápidamente y se subió a bordo.
“Nadie en el aeródromo prestó atención al rugido de nuestro avión. Podía imaginarme fácilmente cómo reaccionaban los técnicos y los pilotos. Estaban felices comiendo... Y por eso no tuve miedo de abrir el acelerador y probar el motor a diferentes revoluciones. Me sentía confiado e incluso relajado. Ahora nadie nos impediría acelerar para despegar y elevarnos en el aire”, así recordaría Deviatáiev sobre aquel día. “Oh, avión extranjero, cielo extranjero y tierra extranjera, no nos traicionéis a nosotros, que hemos pasado hambre y sufrimiento y queremos ejercer nuestro derecho a escapar de la muerte. Si nos obligas, te recordaremos a menudo mientras vivamos y tendremos palabras amables que decir sobre ti. Tenemos toda la vida por delante: hoy hemos vuelto a nacer”.
El primer intento de despegue terminó en un completo fracaso. El avión llegó al final de la pista sin conseguir despegar del suelo y se detuvo casi al borde de un desnivel. Al girar el avión, Deviatáiev hizo un segundo intento, dirigiendo el bombardero en la dirección opuesta directamente a través de una multitud reunida de soldados alemanes asombrados. “No esperaban que el Heinkel se dirigiera directamente hacia ellos. Además, era uno de los prisioneros el que pilotaba el avión y estaba a punto de arrollarlos. Se dispersaron en todas las direcciones... Deviatáiev tenía que despegar antes de que los cañones antiaéreos estuvieran listos para abrir fuego... Antes de que los soldados informaran de lo que habían visto... Antes de que se diera la orden de reunir a los aviones de combate... Antes de que fuera demasiado tarde”.
Cuando Deviatáiev consiguió finalmente poner el avión en el aire, una sirena de aviso sonó en el campo de pruebas. Los cañones antiaéreos se preparaban para disparar y los cazas se apresuraban a despegar, habiendo recibido la orden de derribar el solitario Heinkel. Pero no estaba nada claro en qué dirección debían emprenderse la persecución: el avión capturado por los rusos se había ocultado entre las nubes.
Sólo un Focke-Wulf alcanzó al bombardero. Pero no pudo derribarlo: el caza simplemente no tenía munición, ya que había regresado de una misión poco antes del incidente.
El regreso a casa
Después de estudiar las cartas de navegación que encontró a bordo, Mijaíl Deviatáiev decidió dirigir el avión sobre el mar en dirección a Leningrado. Cuando ya estaba sobre el territorio soviético, otro Focke-Wulf se acercó al bombardero. Su piloto no podía entender por qué el Heinkel se dirigía hacia posiciones enemigas y a baja altura, con el tren de aterrizaje bajado.
Los cañones antiaéreos soviéticos, intentaron derribar al caza, pero alcanzaron al avión fugitivo. Aunque estaba bajo un intenso fuego, Deviatáiev consiguió aterrizar el avión, que pronto fue rodeado por la infantería soviética.
Mijaíl y otros dos oficiales implicados en la increíble fuga tuvieron que pasar un tiempo en un campo de detección mientras se verificaban sus rangos. Los restantes prisioneros del campo de Usedom que habían recuperado milagrosamente su libertad volvieron al frente, donde casi todos perecieron en combate poco después.
Deviatáiev indicó las coordenadas de las lanzaderas de cohetes situadas en la isla con una precisión de una docena de metros, e inmediatamente se montó un ataque aéreo contra ellas. Además, se descubrió que el Heinkel que había sustraído estaba repleto de equipos de comunicación secretos e instrumentos para el control y la supervisión de los lanzamientos de cohetes V.
Después de la guerra, Deviatáiev pasó algún tiempo ayudando al padre de la cosmonáutica soviética, el diseñador Serguéi Serguéi Koroliov, en su investigación sobre los misiles balísticos y de crucero alemanes, aportando así su granito de arena al desarrollo de sistemas avanzados de armas de misiles de la Unión Soviética. En 1957, a iniciativa del mencionado científico, Mijail Petróvich Deviatáiev fue galardonado con el título de Héroe de la Unión Soviética.
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