"Cada siete segundos muere un soldado alemán en Rusia. Stalingrado es una fosa común", este era el mensaje que Radio Moscú repetía a los miembros del 6º Ejército Alemán comandado por el mariscal Von Paulus.
Mientras las temperaturas caían a 25 grados bajo cero y se veían cercados por el Ejército Rojo, las tropas que 30 meses antes habían desfilado fácilmente por los Campos Elíseos de París estaban al borde del colapso.
Lo que parecía que iba a ser una victoria fácil se convirtió para en la peor pesadilla para los nazis. Solamente un mes después, el 3 de febrero de 1943, Von Paulus firmó la rendición.
La batalla tuvo proporciones épicas: más de un millón de bajas y 700.000 heridos. Solamente 6.000 alemanes, sobrevivieron al cautiverio. La victoria soviética en Stalingrado fue un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial que marcó el renacer del Ejército Rojo, diezmado tras las purgas estalinistas y desmoralizado por una serie de derrotas, y que parecía que no podía hacer frente a la Wehrmacht.
Uno de los héroes más recordados de la Stalingrado es Vasili Záitsev, el contable transformado en francotirador. Llegó a la ciudad el 22 de septiembre de 1942 y una semana después ya estaba en su tumba.
Según sus memorias, tituladas Apuntes de un francotirador en Stalingrado, lo tiraron a una fosa común mientras dormía. Cuando despertó fue capaz de salir de esta y matar a dos nazis que estaban cerca con dos granadas que consiguió entre los cadáveres.
Aunque hay que leer con cautela algunas partes de estas memorias, no hay duda del esfuerzo sobrehumano que realizaron los defensores de la ciudad contra unos invasores que parecían invencibles.
Wilhelm Hoffman del 6º ejército escribió en su diario: “El granero no está ocupado por hombres, sino por demonios a los que no pueden destruir ni las llamas ni el fuego... Allí donde mires hay fuego y llamas. Los cañones y las ametralladoras rusas disparan a la ciudad en llamas”.
Lo cierto es que hubo francotiradores que causaron más bajas que Záitsev, que para medidos de noviembre ya había dado muerte a 224 nazis, pero ninguno capturó la imaginación del pueblo soviético de la misma manera.
La propaganda de la época utilizó el fenómeno de los francotiradores para elevar la moral de las tropas y porque en unas circunstancias en las que los tanques apenas podían pasar por las ruinas un tirador experimentado podía tener gran impacto.
Astucia y resistencia
Para los soldados que se sentían impotentes ante una fuerza mejor equipada y que avanzaba con éxito, las hazañas de un hombre cargado solamente de un fusil eran una fuente de esperanza.
Las memorias de Záitsev son un testimonio impactante y directo de la dura realidad del combate, y ponen énfasis en la astucia y resistencia de hombres que vivían a base de gachas y magras porciones de tabaco barato.
“Me encanta observar el comportamiento del enemigo”, recordaba Záitsev. “Ves a un oficial nazi salir del búnker y actuar de manera altiva, ordenando a sus soldados en todo momento y con aires de autoridad. El oficial no tiene ni idea de que solo le quedan unos segundos de vida”.
Tras sus éxitos Záitsev formó a otros francotiradores, que fueron conocidos como leverets (crías de liebre). Un juego de palabras con su apellido que se traduce como "liebre". Además de la precisión, los francotiradores necesitaban ser pacientes y ser expertos en el camuflaje y colocando sutiles señuelos.
Una de las maniobras favoritas de Záitsev era convencer a un francotirador enemigo de que había conseguido abatir a alguien. El soviético esperaba a que el otro fuera a recoger sus cartuchos, tal y como marcaba la tradición alemana. También construía dispositivos con poleas para levantar banderas blancas, tras lo cual un soldado alemán se levantada y decía "Rus, komm, komm".
Hubo otros francotiradores que también alcanzaron la fama en Stalingrado. Anatoli Chéjov, de tan solo 20 años, fue famoso por su audacia y por su capacidad para improvisar cañones con barro. El joven mostró al corresponsal de guerra Vasili Grossman, que escribiría posteriormente Vida y destino cómo actuaba.
Las fuerzas alemanas empezaron a utilizar entonces civiles rusos, incluidos niños, para desplazarse entre las ruinas. Según las órdenes, algunos de ellos corrieron una suerte fatal. Tras el gran esfuerzo, la batalla acabó siendo una victoria soviética.
Algo más de dos años después del helador invierno de 1942 el Ejército Rojo avanzaba rápido hacia Berlín, entre otras muchas cosas, gracias a los esfuerzos de hombres como Vasili Záitsev.
En el año 2001 salió la película Enemigo a las puertas que relata la historia de dos francotiradores opuestos, Vasili Záitsev (interpretado por Jude Law) por el lado soviético, y el mayor König por el lado alemán durante la Batalla de Stalingrado.
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