Alemanes soviéticos
Al comienzo de la guerra, casi un millón y medio de alemanes étnicos vivían en la URSS. En general, eran descendientes de colonos que habían llegado en la segunda mitad del siglo XVIII, al concederles permiso la emperatriz Catalina II para establecerse en el territorio del Imperio ruso. La región del Volga era la mayor zona geográfica donde se concentraban los alemanes y donde, en 1923, se llegó a crear una república autónoma para ellos.
Más de 33.000 alemanes étnicos servían en el Ejército Rojo en el momento de la invasión del país por la Wehrmacht. En los primeros meses de la guerra, la propaganda soviética hizo hincapié en la diferencia entre los nazis y “nuestros alemanes”, publicando numerosos artículos sobre las acciones heroicas de estos últimos, que fueron muchas.
Decenas de alemanes soviéticos lucharon sólo en la fortaleza de Brest, que sufrió el primer ataque del enemigo el 22 de junio de 1941: El mayor Alexánder Dulkait, comandante del 125º Regimiento de Fusileros; el teniente coronel Erikh Krol, del Servicio Médico; así como tenientes y soldados rasos. El sargento mayor Viacheslav Meyer participó en el primer contraataque exitoso, que marcó el inicio de la defensa organizada de la ciudadela.
Durante casi una semana, la 153ª División de Fusileros, bajo el mando del coronel Nikolái Gagen, retuvo a las unidades del 39º Cuerpo Motorizado alemán en las afueras de Vítebsk. Durante otros 18 días la división continuó luchando después de haber sido completamente rodeada, hasta que, habiéndose quedado casi completamente sin municiones y sin combustible, consiguió abrirse paso hacia su propio lado. Por esta hazaña fue una de las primeras en recibir la designación de división de “guardias”, mientras que el propio coronel recibió la Orden de Lenin.
El artillero antiaéreo Genrij Neyman derribó cuatro bombarderos enemigos y un artículo sobre él fue publicado en el periódico Komsomolskaya Pravda el 28 de agosto. Por una cruel ironía, el decreto del Presidium del Soviet Supremo de la URSS “Sobre el reasentamiento de los alemanes residentes en la región del Volga” fue emitido ese mismo día. Cambió el destino de la minoría étnica alemana de manera fundamental y trágica.
“No se puede confiar en ellos”
La actitud de las autoridades hacia los alemanes soviéticos cambió gradualmente a medida que el ejército alemán se adentraba en el territorio de la Unión Soviética. Comenzaron a aparecer informes de que en las aldeas alemanas de Ucrania se recibía a las tropas enemigas con pan y sal en señal de bienvenida. “Las operaciones militares en el [río] Dniéster mostraron que la población alemana disparaba desde las ventanas y sus terrenos a nuestras tropas en retirada”, decía un informe del Frente Sur enviado a Stalin y fechado el 3 de agosto.
A pesar de que miles de voluntarios de etnia alemana asediaban las oficinas de reclutamiento con la esperanza de ser enviados al frente, y a pesar del heroísmo generalizado de los que ya luchaban contra el enemigo, los alemanes soviéticos empezaron a ser vistos como una quinta columna, como colaboracionistas nazis reales o potenciales. Como resultado, Stalin escribió al Comisario del Pueblo (Ministro) para Asuntos Internos, Lavrenti Beria, con la instrucción de que los alemanes étnicos “deben ser deportados inmediatamente”.
En virtud del decreto “Sobre el reasentamiento de los alemanes”, se suprimió la República Socialista Soviética Autónoma del Volga. En el menor tiempo posible, cientos de miles de personas fueron reasentadas en Siberia, la región de Altái y Kazajistán. En los meses siguientes también se llevaron a cabo deportaciones desde otros territorios occidentales de la URSS no ocupados por el enemigo. En sus nuevas ubicaciones, muchos de los reasentados fueron movilizados en los llamados “ejércitos de trabajo”, dedicados a la extracción de recursos minerales, la obtención de madera y la construcción.
Al mismo tiempo, los alemanes étnicos también empezaron a ser retirados del servicio activo en la línea del frente. El 8 de septiembre se emitió la Directiva nº 35105 del Comisariado del Pueblo (Ministerio) de Defensa, que prescribía que “todos los soldados rasos y los oficiales de nacionalidad alemana deben ser retirados de las unidades del Ejército Rojo y de las academias militares, de los centros educativos y de las instituciones, tanto en el frente como en la retaguardia, y trasladados a los distritos internos para su despliegue en las unidades de construcción”.
A muchos alemanes la decisión les impactó como un rayo. En los combates de julio, el comandante de escuadrón Piotr Getts, en su avión de combate I-16, había conseguido ahuyentar él solo a una escuadra de bombarderos enemigos sobre la ciudad de Orsha, en el este de Bielorrusia, y había sido propuesto para la condecoración de la Estrella Roja. Sin embargo, en virtud de las nuevas instrucciones, el piloto fue retirado del frente a pesar de todas sus súplicas y enviado a realizar trabajos de tala de árboles en los Urales, donde se le tuvo que entregar la condecoración.
Continuación de la lucha
No todos los alemanes soviéticos se reconciliaron con la perspectiva de acabar trabajando en la retaguardia. Algunos consiguieron permanecer en las fuerzas armadas en virtud de la propia directiva 35105. Ésta permitía a los comandantes y comisarios solicitar al Comisariado del Pueblo para la Defensa permiso para mantener a sus subordinados étnicamente alemanes en sus unidades si los consideraban esenciales.
A veces, un poco de terquedad ayudaba. El coronel Serguéi Volkenshtein pidió insistentemente poder volver al frente, hasta que su petición fue finalmente concedida en 1942. Posteriormente, el comandante completó su trayectoria de combate en Checoslovaquia con el rango de general de división de artillería y recibió el título de Héroe de la Unión Soviética por su ejemplar mando de una división de artillería.
En 1941 Paul Shmidt se escapó al frente desde una obra de construcción de ferrocarriles en la que trabajaba y adoptó el nombre de un amigo azerí: Alí Ajmedov. Pasó toda la guerra como artillero de mortero y terminó la guerra con el rango de sargento en Berlín. Fue entonces cuando reveló sus datos personales, pero no se le aplicó ninguna sanción gracias a la intervención personal del mariscal Zhukov.
Un buen número de alemanes soviéticos acabaron en destacamentos partisanos y grupos de resistencia. Sus conocimientos de la lengua alemana los hicieron muy valiosos y fueron utilizados con frecuencia en operaciones de sabotaje y reconocimiento. Uno de los comandantes partisanos más exitosos de toda la guerra fue el Héroe de la Unión Soviética Alexánder Germán, que murió en 1943. Su brigada logró aniquilar 17 guarniciones alemanas y 70 administraciones de distritos rurales, volar 31 puentes ferroviarios y matar hasta 10.000 soldados enemigos.
Los que vinieron del otro lado
El número de soldados de la Wehrmacht que se pasaron al bando soviético durante la guerra no superó unos pocos cientos. La URSS no se fiaba mucho de ellos, ya que sospechaba que eran espías, y en general los mantuvo alejados del frente y los confinó en la retaguardia.
El más conocido de los ciudadanos del Tercer Reich que decidió luchar del lado de la URSS fue el cabo Fritz Schmenkel. Comunista por convicción política, desertó de su unidad y se unió a los partisanos soviéticos, con los que luchó con éxito durante varios años. En 1944 Schmenkel fue capturado y ejecutado por los alemanes, y otros 20 años más tarde se le concedió a título póstumo el título de Héroe de la Unión Soviética.
Muchos nazis estaban convencidos de que el Ejército Rojo contaba con unidades formadas por prisioneros de guerra alemanes desplegadas por los rusos para luchar contra los alemanes. En Alemania se les conocía como las “tropas de Seydlitz” en honor al general alemán Walther von Seydlitz-Kurzbach, que había sido hecho prisionero en Stalingrado y decidió colaborar con las autoridades soviéticas.
“En nuestro sector del frente, junto a los rusos hay también algunas tropas de Seydlitz, vestidas con uniformes alemanes con condecoraciones y bandas rojas en los brazos. Es difícil de creer: ¡alemanes contra alemanes!”, recordó un soldado alemán, Helmut Altner. Sin embargo, lo cierto es que Stalin no confiaba en la fiabilidad de esas unidades y la idea de emplearlas en combate nunca llegó a cuajar.