Aunque la entrada de las tropas soviéticas en Afganistán en diciembre de 1979 se conoce como “invasión soviética de Afganistán”, en realidad, las autoridades soviéticas respondieron de mala gana a las múltiples solicitudes del gobierno afgano en funciones para que les concediera asistencia militar en su guerra contra los muyahidines, los insurgentes islamistas afganos.
Sorprendentemente, los dirigentes soviéticos no estaban muy contentos con el golpe de abril de 1978 que llevó al poder al Partido Democrático Popular, de corte prosoviético. Para la URSS era más preferible contar con un territorio neutral que sirviera de amortiguador entre las repúblicas soviéticas del sur y Pakistán, Irán y China.
Sin embargo, las circunstancias obligaron a los soviéticos a adaptarse. Moscú se estaba cada vez más preocupada por la incursión islamista y la incapacidad del líder afgano Hafizulla Amin para controlar la situación. Los dirigentes soviéticos también tenían reservas sobre el estilo de liderazgo de Amin, ya que sospechaban que podría ponerse del lado de los enemigos de la Unión Soviética.
Moscú finalmente cedió a las repetidas peticiones de Amin de intervenir y, al mismo tiempo, pensaba en cómo deshacerse de él. El 27 de diciembre de 1979 las tropas soviéticas se movilizaron rápidamente para tomar el control de Kabul, la capital de Afganistán. Las fuerzas especiales irrumpieron en el Palacio Presidencial de Tajbeg donde estaba Hafizulla Amin.
La mañana del día siguiente, 28 de diciembre, la operación “concluyó con éxito” y el presidente Hafizullah Amin fue asesinado. Sin embargo, la lucha sangrienta contra la insurgencia islamista acababa de comenzar y duraría diez años más, hasta febrero de 1989.
Los rivales de la URSS en la Guerra Fría condenaron rápidamente la intervención soviética y acudieron en ayuda de los muyahidines. EE UU les entregó armas, en particular los sistemas de misiles Stinger, tierra-aire, que eran una amenaza para las fuerzas aéreas soviéticas en el país.
Aunque algunos creen que la transferencia de los misiles Stinger a los muyahidines cambió el equilibrio de poder en la guerra, no hay pruebas decisivas que demuestren que inclinara drásticamente la balanza a favor de las fuerzas antisoviéticas.
Aunque los rivales de la Guerra Fría soviética protestaron inicialmente contra la intervención soviética en Afganistán, en realidad les vino bien. EEUU estaba encantado con que la URSS tuviera “su Vietnam”. “No presionamos a los rusos para que intervinieran, pero aumentamos a sabiendas la probabilidad de que lo hicieran”, dijo años después Zbigniew Brzeziński, asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter de 1977 a 1991.
En los momentos álgidos del conflicto, el contingente soviético tenía 108.800 soldados en Afganistán. Para ponerlo en perspectiva, EE UU tuvo 543.000 soldados en Vietnam en el punto álgido de su participación. Sin embargo, en cierto modo, la guerra afgana fue una experiencia tan traumática para la Unión Soviética como la guerra de Vietnam para EE UU.
La intervención puso a la Unión Soviética en una mala situación internacional y supuso una carga para la economía, mientras que el creciente número de víctimas provocó el descontento de la población.
La URSS se retiró finalmente de Afganistán en febrero de 1989, 11 años después de que se involucraran por primera vez. Dado que se trataba de una guerra contra la insurgencia, nunca se pudo lograr una victoria convencional, y nunca se logró.
La guerra afgana no terminó tras la retirada soviética. En cambio, una violenta yihad cobró fuerza, lo que provocó finalmente que los talibanes acabaran controlando la mayor parte del territorio del Afganistán a finales de los años 90.
En octubre de 2001 EE UU y sus aliados invadieron Afganistán para erradicar a los talibanes, enfrentándose a un enemigo que había sido su aliado recientemente.
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