1. John Reed (1887 - 1920)
Estar enterrado junto a las murallas del Kremlin, junto al mausoleo de Lenin, es una señal de haber tenido una vida soviética llena de éxitos. El único estadounidense que tiene este honor en su haber es John Reed, periodista neoyorquino graduado en Harvard, que dedicó su vida a escribir sobre la revolución y la guerra.
Después de publicar numerosos artículos y ensayos sobre la revolución en México y desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial, Reed viajó a Rusia donde fue testigo de la Revolución de 1917. Estos acontecimientos le inspiraron para escribir su best-seller: Diez días que sacudieron el mundo. El libro sigue siendo una de las fuentes principales de la Revolución rusa, a pesar de que Reed, un socialista, tome partido por una de las partes a la hora de hacer su trabajo.
“No importa lo que uno piense del bolchevismo, es innegable que la Revolución rusa es uno de los grandes acontecimientos de la historia humana”, escribió Reed. El propio Lenin escribió una introducción para el libro. Reed, cofundador del Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA, en inglés), estaba de viaje por su amada Rusia soviética en 1920 cuando enfermó y murió de tifus.
2. Franklin Delano Roosevelt (1882 - 1945)
Este emblemático líder político del siglo XX guio a EE UU a través de las dificultades de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética en 1933, poco después de su toma de posesión. Sería una exageración asumir que FDR simpatizaba con el comunismo, pero como presidente que puso tanto esfuerzo en derrotar al Eje, buscó relaciones estables con la poderosa URSS en medio de una seria oposición de su administración.
A lo largo de la guerra, FDR trabajó estrechamente con Iósif Stalin e incluso se vinculó con el líder soviético, a diferencia de Winston Churchill, que era un duro anticomunista. Cooperaron diplomáticamente mientras abonaban el terreno para el establecimiento de las Naciones Unidas. Ambos líderes tenían buenas relaciones y estas ayudaron a destruir el nazismo.
“Los soviéticos lamentarán más tarde un mundo más seguro, el que Roosevelt habría creado si hubiera vivido. Para ellos fue un querido amigo que falleció demasiado pronto”, escribió el Christian Science Monitor en una reseña de un libro sobre las relaciones entre Stalin y la República Democrática Alemana. Es cierto que después de la muerte de Roosevelt en 1945 las relaciones bilaterales se deterioraron rápidamente. Los soviéticos incluso nombraron una calle en la ciudad de Yalta en honor a Roosevelt.
3. Angela Davis (nacida en 1944)
Entre 1969 y 1970, Angela Davis fue la estadounidense ideal con la que la URSS debía simpatizar: una joven intelectual afroamericana comunista y oprimida por las autoridades. Expulsada de la Universidad de California por sus opiniones marxistas, Davis se enfrentó a la cárcel después de que fuera sorprendida en posesión de un arma encontrada en la escena de un crimen, el ataque a un tribunal de un miembro de los Panteras Negras.
El apoyo público a Davis, que nunca disparó a nadie, fue enorme: miles de estadounidenses se unieron a su causa, mientras que músicos simpatizantes de izquierdas, incluyendo a John Lennon, escribieron canciones sobre ella. La maquinaria propagandística soviética también se puso en marcha.
“La joven comunista está actuando con valentía ante un juicio racista burgués”, declaró la televisión soviética. Los ciudadanos firmaron docenas de peticiones exigiendo la liberación de Davis y hubo protestas frente a la Embajada estadounidense. Cuando el jurado la absolvió, recibió una invitación para ir a la URSS y la trató como a una verdadera estrella. “Me arrojaron flores, alrededor había mucha diversión y alegría”, recuerda Davis. La académica de 74 años, todavía recuerda la cálida bienvenida que tuvo en la URSS.
4. Samantha Smith (1972 - 1985)
A principios de la década de 1980, tanto EE UU como la URSS estaban cansados de la Guerra Fría y de las perspectivas de que derivase en un conflicto nuclear, especialmente después de que el expresidente de la KGB, Yuri Andrópov, se convirtiera en mandatario de la URSS. La estudiante de diez años, Samantha Smith, procedente de Maine preguntó: “Si todos le temen tanto, ¿por qué no le preguntan si va a empezar una guerra?”. Samantha incluso le escribió una carta.
“Estimado Sr. Andrópov”, escribió Samantha, “¿Por qué quieres conquistar el mundo o, al menos, nuestro país? Dios creó el mundo para que lo compartiéramos y nos ocupemos de él”. Le preguntó si iba a haber una guerra y le pidió que le respondiera.
La inocente sinceridad de su carta fue tan conmovedora que las autoridades soviéticas la publicaron en el periódico Pravda. Andrópov respondió, agradeciéndole su carta y diciendo: “En la Unión Soviética estamos tratando de hacer todo lo posible para que no haya guerra en la tierra”. También invitó a Samantha a visitar la URSS, lo que hizo en 1983. Los medios de comunicación fueron con ella, mientras Samantha visitaba Artek, el principal campo de pioneros soviéticos, jugaba con niños soviéticos y decía en una conferencia de prensa que el pueblo soviético era “igual que nosotros”.
La valentía y la franqueza de la niña encantaron a toda la URSS. Se convirtió en un símbolo de esperanza y paz en el mundo. Tanto en la URSS como en EE UU lloraron su trágica muerte, a causa de un accidente aéreo, en 1985. Solo cinco años más tarde, la Guerra Fría, que Samantha tanto temía, se terminó.
¿De dónde viene el antiamericanismo de los rusos? Aquí tratamos de responder esta pregunta.