El 30 de abril de 1984, tropas soviéticas cayeron en la emboscada más horrible vista durante la guerra de Afganistán. Debido a un error fatal del comando militar, docenas de soldados soviéticos perdieron la vida como ovejas en un matadero.
Trampa
En la primavera de 1984, las tropas soviéticas organizaron una operación a gran escala para buscar y eliminar al famoso comandante muyahidín Ahmad Shah Masud y sus guerrilleros del valle de Panjshir.
El conocido como “León del Panjshir”, un hábil estratega que además tenía una red bien organizada de espías entre la población local, era un enemigo peligroso. Con pleno conocimiento de todos los movimientos de tropas soviéticas, se desvaneció delante de las mismísimas narices soviéticas, mientras organizaba el sembrado de campos minados y organizaba emboscadas para el enemigo que se aproximaba.
El 27 de abril, dos campesinos afganos se acercaron a unos soldados soviéticos y les prometieron revelarles dónde tenían sus depósitos de armas los muyahidines. Dado que su información fue confirmada por unidades de reconocimiento, se confió en esos afganos y se les designó como guías para preparar una incursión.
Sin embargo, los soviéticos pronto se darían cuenta de que aquellos afganos eran agentes de Masud, que los llevaron directamente a una trampa mortal.
Emboscada
En la tarde del 29 de abril, el 1er Batallón del 682º Regimiento Motorizado de Rifleros comenzó su incursión a través del valle del Panjshir. Debido a que los caminos estaban cubiertos de piedras, los vehículos de combate tuvieron que quedarse en la retaguardia, mientras 220 soldados avanzaban a pie.
La columna se adentró profundamente en el valle sin estar protegidos desde algún terreno más alto. “Sabíamos que Koroliov [el comandante del batallón] no quería avanzar sin cobertura, pero el mando ordenó que se moviera, prometiendo que seríamos protegidos por helicópteros”, recordó el soldado Alexánder Popletani.
A las 11.30 horas, las tropas soviéticas fueron el objetivo de proyectiles disparados desde las alturas. El capitán Alexánder Koroliov, que dirigía la columna, resultó herido de muerte durante los primeros minutos de enfrentamiento. La columna, desorganizada, se convirtió en presa fácil para los afganos.
La batalla, más parecida a una masacre, continuó hasta la noche. Varias docenas de soldados corrieron hacia el río y nadaron en busca de un lugar seguro. El resto se enfrentó a una dura lucha, sufriendo grandes bajas.
“Recuerdo perfectamente la horrible escena: cinco o seis de nuestros chicos se escondían bajo una cubierta natural. De repente, fueron atacados con ametralladoras. Los afganos se acercaron y empezaron a lanzar granadas, una de las cuales aterrizó justo donde estaban escondidos. Estaban allí juntos cuando la muerte los encontró”, recordó el soldado Nikolái Kniázev.
Los prometidos helicópteros de combate aparecieron sólo dos horas después de que comenzara la batalla, pero debido a la nubosidad no pudieron influir en la situación de ninguna manera. Tampoco pudieron ayudar los bombarderos enviados. Sin la cobertura aérea adecuada y habiendo dejado sus blindados atrás, los soldados tuvieron pocas posibilidades de organizar una defensa adecuada.
Tragedia
Cuando los refuerzos aparecieron en el campo de batalla, por la noche, todo había acabado. El Primer Batallón había sufrido como bajas 59 hombres muertos, entre ellos 12 oficiales, y 105 heridos; los muyahidines habían perdido 30 hombres.
Zhurachuzh Turajúzhev, quien condujo uno de los vehículos de transporte que acudieron a rescatar al batallón moribundo, recuerda: “Me encontré con una escena terrible: cada piedra estaba cubierta de sangre. Olí el fuerte hedor de los cadáveres… el calor afgano hacía su trabajo rápidamente... Estábamos buscando a los heridos, que se encontraban en un estado horrible; en la mayoría de los casos habían perdido las piernas y los brazos. Cada soldado llevaba municiones y minas en su mochila, por lo que cualquier impacto directo los había destrozado...”.
El comando soviético quedó conmocionado por la tragedia. La investigación posterior identificó al comandante de la 108ª División, el general Víktor Lógvinov, como al que había ordenado al batallón que se avanzase sin tener las alturas bajo control. Inmediatamente fue despedido de su puesto.