Madre María
María Skobtsova tuvo una vida dura pero extraordinaria. Fue una persona polifacética: escritora, poeta, política y publicista.
A pesar de que no apoyó la Revolución bolchevique, aceptó ocupar el cargo de vicealcaldesa en la ciudad de Anapa, en el sur de Rusia. Elizaveta pensó que así podría proteger a la gente común de la opresión comunista. Después de dejar el puesto, lideró una lucha clandestina contra el Gobierno bolchevique.
Sin perspectivas en su propio país, Elizaveta emigró a París en 1924. Allí comenzó un camino de devoción religiosa y adoptó el nombre de María. En la capital francesa se vio envuelta en los horrores del Holocausto.
Durante la ocupación nazi de Francia, María abrió una casa en París para los refugiados y los que necesitaban ayuda. Se dedicó a esconder judíos y les expidió certificados de bautismo, que en ocasiones les ayudaron a salvar sus vidas. Un día, la Madre María salvó a cuatro niños judíos que iban a Auschwitz escondiéndolos en contenedores de basura.
En 1943 fue arrestada y enviada al campo de concentración de Ravensbruck. Allí continuó ayudando, apoyando y hablando con la gente a pesar de sus opiniones políticas y creencias religiosas.
“Esas discusiones eran una forma de salir de nuestro infierno. Nos ayudaban a restaurar la fuerza mental perdida y encendían una llama de pensamientos que apenas ardía bajo la presión de tanto horror”, recordó la prisionera Jacqueline Piery.
María Skobtsova fue asesinada en las cámaras de gas en 1945, una semana antes de que las tropas soviéticas liberaran el campo de concentración.
En 1985, la Madre María fue honrada con el honorífico “Justo entre las Naciones”. 19 años más tarde fue canonizada como santa por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.
Nuestro Moisés
Nikolái Kiseliov tuvo poco tiempo para luchar como soldado regular durante la Segunda Guerra Mundial. En los primeros meses del conflicto, su división fue rodeada, y él mismo se convirtió en prisionero de guerra. Sin embargo, Kiseliov logró huir y se incorporó a una unidad de partisanos conocida como “Avenguer”, que había estado operando en Bielorrusia.
En verano de 1942, Nikolái recibió una orden imposible: dirigir a un grupo de 270 judíos, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, a lo largo de casi 1.500 km hacia el este, hasta las líneas soviéticas. Eran todos los que quedaban en la aldea de Dolguínovo, donde antes de la guerra había 5.000 judíos.
Acompañado por sólo seis partisanos armados, Kiseliov comenzó su agotadora marcha a través de bosques y pantanos inexpugnables, evitando las posiciones alemanas y las emboscadas enemigas, sufriendo hambre y cansancio.
A medida que se acercaba a la línea de frente el camino se volvía más peligroso. Una niña de tres años, Bertha, no paraba de llorar y había un alto riesgo de que llamase la atención del enemigo. Los padres de la niña estaban tan desesperados que pensaron en ahogarla para salvar a todo el grupo. Nikolái salvó a Bertha cuando la tomó en sus brazos y consiguió calmarla.
En octubre de 1942, después de una marcha de tres meses, el grupo agotado llegó hasta donde estaban las tropas soviéticas. De las 270 personas que abandonaron los bosques cerca de Dolguínovo en agosto, 218 se salvaron gracias a Nikolái Kiseliov.
Este vio el final de la guerra y murió en 1974. 31 años más tarde fue proclamado como “Justo entre las Naciones”. Además, más de 3.000 descendientes de aquellos 270 judíos siguen honrando su memoria y lo llaman “Nuestro Moisés”.
Quien salva una vida, salva al mundo entero
En 1942, Fiódor Mijailichenko, de 15 años y procedente de Rostov del Don, fue enviado a Alemania para realizar trabajos forzados. Aunque allí comenzó a difundir propaganda antinazi, por lo que fue enviado al campo de concentración de Buchenwald.
Dos años más tarde apareció en el campo un niño judío polaco de siete años. Absolutamente indefenso, Yúrchik estaba condenado a una muerte segura, de no haber sido por Fiódor.
Fiódor Mijailichenko tomó a Yúrchik bajo su tutela. Lo protegió, robó patatas de la cocina para alimentarlo y le hizo ropa de los atuendos de otros prisioneros muertos.
Desafortunadamente, después de la liberación del campo, los caminos de los dos amigos divergieron: Fiódor regresó a Rostov del Don, mientras que Yúrchik fue enviado a Israel.
El niño judío que había sido salvado, más tarde se convirtió en el Gran Rabino Ashkenazi de Israel y en el Gran Rabino de Tel Aviv. Nunca olvidó a su salvador y pasó su vida tratando de encontrarlo. Yisrael Meir Lau (el mismo Yúrchik) localizó a Fiódor pocos años después de su muerte en 1993.
En 2009, Fiódor Mijailichenko fue honrado como “Justo entre las Naciones”. Lau asistió a la ceremonia y dijo a las dos hijas de Fiódor: “Ahora su nombre no sólo nos pertenece a nosotros, sino a toda la humanidad”.
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