El fantasma de Rasputín en la calle Gorojóvaia
Grigori Rasputin es uno de los personajes más misteriosos de la historia de Rusia. Después de viajar por varios monasterios del país consiguió hacerse con una reputación de hombre sabio, sanador y visionario. El zar y su familia llegaron a confiar en él de manera incondicional y le otorgaron un lugar destacado en la corte.
En 1914 Rasputin se instaló en una casa en el número 64 de la calle Gorójovaia, en el distrito más prestigioso de San Petersburgo. Al patio de la casa llegaban numerosas personas, tanto nobles como ciudadanos de a pie, con la esperanza de que mejorase su salud y de oír sus predicciones acerca del futuro. Según algunos testigos, predijo la revolución así como el final de la monarquía en Rusia.
En 1916 Rasputin fue asesinado pero quienes lo hicieron no tenían ni idea de lo difícil que iba a ser. Primero lo envenenaron, después le dispararon y finalmente tiraron su cuerpo bajo el hielo del río Málaia Nevka. La autopsia reveló que la causa de su muerte no fueron ni el veneno ni los disparos, sino que murió ahogado. Fue enterrado en Tsárskoe Seló. En 1917, por orden del gobierno provisional, el cuerpo se trasladó a la colina Poklónnaia. Según una leyenda, el vehículo que llevaba el féretro se rompió de camino y Rasputin no llegó nunca a ser enterrado, sino que fue quemado en la sala de calderas del Instituto Politécnico. Desde entonces su alma no ha encontrado descanso y cada noche un viejo hombre aparece en los pasillos de Gorójovaia 64. Se dice que el fantasma no causa daño alguno y que mantiene el orden en la casa.
Las esfinges del embarcadero de la Universidad
En 1832 el historiador de las religiones, Andréi Muraviov, viajaba por lugares sagrados alrededor del mundo. Durante su estancia en Alejandría le llamaron la atención un par de estatuas. Formaban parte un templo en Tebas dedicado al faraón Amenofis III (siglo XIV a.C.). Muraviov escribió una carta al embajador ruso para pedirle que comprara las esfinges. El embajador hizo llegar la carta al zar Nicolás I, que se la remitió a la Academia de las Artes. Para cuando la Academia aceptó comprarlas, ya se habían vendido a Francia. Pero en ese momento comenzó la Revolución francesa y fue así como las estatuas egipcias acabaron decorando el embarcadero de la Universidad.
Sin embargo los egipcios siempre las han considerado unas figuras amenazantes, guardianes del mundo de los muertos. Por ello suponen que es peligroso molestarlas y que todavía lo es más sacarlas de su patria.
Las leyendas se han extendido por San Petersburgo hasta la actualidad. Se dice que si se camina muy cerca de ellas o si se tocan, la persona que lo haga se volverá loca por enfurecidas esfinges con el rostro de Amenofis. Algunos afirman incluso que la expresión de la cara de las esfinges cambia a lo largo del día. Por la mañana tienen una mirada tranquila y calmada, mientras que al anochecer aparecen enfadadas y con cara de malicia.
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