Mi padre, Serguéi Grigorián, fue uno de los camarógrafos más experimentados y conocidos de Rusia. Filmó a Leonid Brézhnev, Borís Yeltsin, Dmitri Medvédev y Vladímir Putin. Escaló las montañas más altas del mundo, vivió en Hungría y México, sufrió congelaciones y luchó con bandidos, todo por amor a su profesión.
Trabajar en la redacción, filmar en exteriores y viajar al extranjero lo eran todo para él. Muchos colegas de mi padre de diferentes países me contaron historias extraordinarias sobre un hombre corriente que estaba al otro lado del objetivo durante acontecimientos históricos.
Diamantes de Bangladesh
Durante los años setenta, Serguéi Grigorián fue camarógrafo de la Televisión Central Soviética en Bangladesh. Como la situación política del país era inestable en ese momento, le pagaban un gran sueldo, así que decidió invertir en un anillo de diamantes, diciendo “nunca se sabe lo que va a pasar”.
Mi padre y uno de sus reporteros fueron a una joyería después del rodaje. Ambos eligieron anillos con enormes diamantes, y mi padre decidió comprar dos anillos. Pero de repente empezó el golpe militar y las calles se llenaron de tanques y soldados. Papá salió corriendo de la tienda para filmar las caóticas escenas. Cuando regresó, el joyero le entregó dos cajas muy bien embaladas.
Los diamantes dieron tranquilidad a mi familia, sabíamos que siempre tendríamos algo a lo que recurrir. En un momento dado, acumulamos algunas deudas y mi madre decidió tasar nuestros diamantes “por si acaso”. El joyero no tuvo ninguna duda: Piedra de zirconia cúbica niquelada, 50 dólares por dos anillos. Papá se negó a creer durante algún tiempo que había sido estafado.
El rostro insondable de Brézhnev
Mientras trabajaba en la Unión Soviética fue enviado en un viaje de negocios a la Hungría socialista para filmar a Leonid Brézhnev. El programa obligatorio de la visita del líder incluía, por alguna razón, una visita a un jardín de infancia.
Mi padre dijo que los niños cantaron y bailaron para Brézhnev durante una hora, pero él lució todo el rato su cara de póquer. Quizá no le gustaban los niños, pensó mi padre.
Después del concierto, el asistente de Brézhnev trajo un enorme oso de peluche y se lo dio. “¿Qué debo hacer con él?”, preguntó Brézhnev. “Dáselo a los niños”, susurró el asistente. Sin embargo, debido a la demencia senil de Brézhnev, éste dijo: “¿Qué niños?”
Dado que el aprendizaje del ruso era obligatorio en las escuelas húngaras de la época, los niños lo entendían todo; mi padre se sintió muy avergonzado y se sintió fatal por los niños. “Fue en ese preciso momento cuando supe que nuestro país se enfrentaría a grandes cambios”, me dijo mi padre. Las imágenes de ese incómodo momento fueron confiscadas y quemadas.
Un rodaje paranormal en México
El destino de mi padre en México fue el más largo. Nuestra familia pasó allí ocho años. Viajamos por todo el país y nos encantó. Los mexicanos son como los rusos en algunos aspectos: abiertos y hospitalarios. Por lo general, los rodajes terminaban de buen humor con chupitos de tequila, pero siempre hay una excepción.
Durante los años noventa el mundo entero estaba loco por los libros de Carlos Castaneda sobre el chamán mexicano Don Juan. Los jefes de papá en Moscú le pidieron que diera caza a Don Juan y sus seguidores, así que viajó a las profundidades de la selva mexicana con un reportero. Finalmente llegaron al asentamiento de los chamanes.
Los chamanes aceptaron de buen grado ser entrevistados, pero exigieron una gran suma de dinero para ser filmados. Mi padre no quería gastar su financiación estatal en semejante disparate, así que les dijo a los chamanes que la cámara no grababa y que se limitaría a observar sus rituales.
Sin embargo, cuando los chamanes empezaron a hacer su magia, mi padre encendió la cámara en secreto.
Los chamanes miraron ominosamente a mi padre cuando se marchaba y el chamán principal dijo: “Vendrás aquí una vez más”. En cuanto mi padre regresó a la ciudad, empezó a examinar la película y se quedó sorprendido: En la grabación de vídeo aparecieron unos cuadrados negros que se convirtieron en un esqueleto. El sonido también desapareció: sólo había un extraño zumbido.
La peligrosa montaña de Chukotka
Mi padre tenía unas uñas enormes, abultadas y deformadas. Siempre que pienso en él me acuerdo de sus uñas. Su aspecto era el resultado de la congelación cuando estaba filmando el documental La epopeya de Cheliuskin en la región rusa de Chukotka.
En una de las entrevistas de mi padre dijo: “Hay una extraña montaña en Pevek. Yura Vizbor y yo decidimos filmar Pevek desde allí. Empezamos a escalar (es una historia terrible) y resulta que mis dedos se congelan. Cuando llegamos a la cima, era imposible filmar allí debido al viento helado. Sin embargo, montamos el trípode y de alguna manera nos las arreglamos para encontrar una forma”.
Unos días después se arriesgaron a subir de nuevo: “A Vizbor y a mí se nos ocurrió una idea para una toma brillante: Un avión de pasajeros acelera a lo largo de una pista de hormigón y se aleja volando, pero decidimos filmarlo de una manera completamente diferente. Alquilamos un helicóptero, le quitamos la puerta y debíamos despegar simultáneamente con el avión. Lo conseguimos tras siete intentos. Fue un momento realmente feliz para mucha gente. Sin embargo, algunas personas vinieron por la noche y confiscaron todo el material porque, según parece, filmar la pista está prohibido”.
Problemas en Azerbaiyán
Debido al conflicto de Nagorno-Karabaj, que sigue sin resolverse, las personas con apellidos armenios siguen sin poder entrar oficialmente en ese país. El corresponsal especial de Canal Uno, Antón Vernitski, me habló de su viaje a Bakú con Vladímir Putin: “Es una historia triste. Volamos a Bakú para una visita presidencial. Y alguien metió la pata... Enviaron a una persona armenia a Azerbaiyán. El problema comenzó en el aeropuerto. ‘¡Soy de Moscú! Tengo muchos colegas azeríes allí. Trabajamos juntos. Y todo está bien’, explicó mi padre. Los guardias fronterizos empezaron a mostrarse inquietos, rifle en mano. Era un escándalo enorme. Sin embargo, el servicio de prensa de Putin era lo suficientemente poderoso. Para calmar a las autoridades azeríes, a papá le dieron una placa que decía: ‘¡Cámara personal de Vladímir Putin!’”
Trabajo en el Kremlin
Filmar a los presidentes para el principal canal estatal (Canal Uno) es un trabajo duro, porque el presidente tiene que parecer perfecto todo el tiempo.
La reportera del Canal Uno, Liudmila Shulákova, me contó cómo se filmó a la esposa del ex presidente Dmitri Medvédev dando un discurso. “Estaba acompañada por la esposa de Konstantín Ernst (productor general de Canal Uno) -Larisa Sinelshikova-, a la que todo el mundo temía, y por su amiga. Larisa estaba charlando con su amiga cerca del cámara cuando Svetlana Medvedeva empezó su discurso. Serguéi las hizo callar y dejaron de hablar inmediatamente. Más tarde le dijimos lo atrevido que fue al hablar así con Sinelshikova. Serguéi respondió: “¿Quién es Sinelshikova?”
Una vez filmó un discurso del rector de la Universidad Estatal de Moscú, que era un hombre mayor y respetado. Detrás del rector había un joven técnico de iluminación. Papá y el técnico solían referirse al otro de manera informal, como “Viejo”. Así que mi padre miró a la cámara y dijo: “¡Oye, ‘Viejo’, muévete un paso a la derecha!” El pobre decano se levantó obedientemente, cogió el taburete y se movió hacia la derecha. Mi padre se quedó sin palabras, empezó a disculparse y se apresuró a explicar que en realidad se refería a su joven colega.
En honor a mi padre
La última vez que lo vi fue hace tres meses. Jugamos al ajedrez y hablamos de la situación política en la región de los Balcanes. Estaba irritado y dijo que siempre surgen los mismos problemas de siempre, ya sea hace 30 años o hoy. No podía saber que iba a ser la última vez que le viera. Todos pensamos que somos inmortales. Hasta cierto punto es cierto: las imágenes, las fotos y los artículos viven para siempre. Al igual que el dolor y la memoria eterna.
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