La pasión española de Turguénev

Cultura
CARMEN MARÍN
‘En la vida de las personas hay grandes misterios y el amor es uno de los más inaccesibles’, dijo este famoso escritor ruso del siglo XIX.

La enigmática mujer que robó el corazón de Iván Turguénev, uno de los clásicos rusos del siglo XIX, y al que estuvo volviendo loco durante cuarenta años, se llamaba Paulina García Sitjes, y era hija de dos cantantes de ópera españoles: Manuel García y Joaquina García-Sitjes. Turguénev se enamoró desesperadamente de esta española, mujer casada, que adoptó como nombre artístico el de Paulina Viardot por su marido francés. Como su hermana, conocida como La Malibrán  —que murió en trágicas circunstancias— se dedicó al canto y en los comienzos arrasó tanto en Madrid como en Sevilla.

Aunque la polémica Paulina nunca vivió en España, no dejó de cultivar la lengua materna de sus padres ni de cantarla y fue aclamada como símbolo artístico de lo español durante décadas, considerada como una de las más grandes sopranos de su tiempo. A ello contribuía el ambiente de cultura española que imperaba en su casa de Francia gracias a su marido que fue uno de los grandes hispanistas de la época, conocedor de los clásicos españoles y traductor nada menos que de El Quijote.

Una mujer fea pero extremadamente atractiva

Es con apenas veinticinco años que el destino la lleva a topar con el más europeísta de los escritores del llamado Siglo de Oro de la Literatura Rusa. Y gracias a este fortuito encuentro que daría sentido a la vida del autor de Primer amor, aprendería castellano y se convertiría en ávido lector de las letras españolas, incluso le debemos traducciones de algunos de los clásicos de la talla de Calderón o Cervantes. 

Sus biógrafos más de una vez se han preguntado qué le pudo atraer a Turguénev de esta enigmática mujer. Se dice que “no solo no era ninguna belleza sino que era de una fealdad penetrante, de poca estatura, cargada de espaldas, de rasgos angulosos y cuando cantaba su gesto era el propio de un batracio” (lo que no es una descripción muy halagadora). Uno de los pintores de la época la tachó de “cruelmente fea”, fealdad con la que, a su vez, resultaba tan atractiva y tenía tanto talento que enamoró devastadora e irresistiblemente a la flor y nata de la intelectualidad europea de su tiempo, de ambos sexos.

Por su casa de campo de Courtavenel pululaban habitualmente invitados como Chopin, Rossini, Musset, George Sand, Delacroix, Saint-Saëns, —el cual diría de ella: “...su voz no es aterciopelada ni cristalina, sino más bien amarga como el naranjo agrio, ha sido creada para la tragedia, para la elegía, o la oratoria” — Flaubert, Gounod, o Liszt, que fue profesor suyo de piano y con el que vivió una pasión amorosa imposible y no correspondida. Pero el visitante más persistente en todas sus casas era Iván Turguénev, el eterno inconsolable amante. A la responsable del cruel retrato citado anteriormente le dedicaron óperas y novelas: George Sand se inspiró en ella para su personaje de Consuelo.  

Y es que además de “fea”, Pauline Viardot o Paulina García era una cantante de talento, compositora, pianista, buena dibujante y fascinante conversadora, políglota, trabajadora, polifacética, enérgica y vigorosa. Alfred de Musset, intentó conquistarla por todos los medios literarios y espirituales posibles, pero fracasó.

Parece ser que la Viardot no fue quien eligió a su propio marido, al cual, a pesar de todo amó y fue amada por él, sino su amiga, Aurore Dupin, más conocida por George Sand y verdadera coleccionista de amantes de ambos sexos, entre ellos Musset, y el más famoso de todos: Federico Chopin. Fue ella la que urdió el matrimonio con Louis Viardot, el cual impulsaría la carrera musical de la soprano y, a su vez, representaba el marido ideal por su calidad de mundano y liberal para ciertos antojos de orden sentimental, empezando por ella misma, claro. Louis Viardo le llevaba veinte años a su mujer.

Triángulo amoroso

Toda la extraordinaria obra novelística de Turguénev está marcada por sus atormentadas relaciones con esta mujer que duraron desde el día en que la conoció en San Petersburgo, un inolvidable 1 de noviembre de 1843, día desde el cual prefirió dejar su residencia en Rusia para andar a caballo entre Baden-Baden y París y día en que cayó insoportablemente enamorado de ella hasta el mismísimo día de su muerte, prácticamente en sus brazos.  

De esta cautivadora nata, sus sentimientos y su vida siguen siendo un enigma, lleno de íntimas oscuridades. Eludía y evitaba cualquier pregunta directa sobre su relación con Turguénev. De los varios hijos que tuvo a ninguno quiso tanto como a la hija ilegítima del ruso a la que cariñosamente llamaba Paulinette. Mucho menos conocida es la versión de que fruto de ese amor ilegítimo entre la Viardot y Turguénev, nació un hijo: Paul.

En realidad, Paulina, Louis Viardot e Iván Turguénev formaban un triángulo absolutamente público, viajaban y vivían juntos y se aceptaba tácitamente su condición adúltera. Las malas lenguas (y las buenas también) dicen que el escritor ruso adquirió su casa en Bougival para estar a sólo treinta metros de la bella Pauline. Los Viardot y Turguénev llevaron adelante un ménage a trois, perfectamente tolerado por Louis Viardot, que se mostraba permisivo ante la infidelidad de su esposa.

El autor de Diario de un cazador, la siguió el resto de su vida, con algunos paréntesis de alejamiento y desesperación. Cuentan que Louis Viardot, moribundo, al saber que Turguénev dejaba su casa, también enfermo de muerte, hizo que lo bajaran a la puerta para darle la mano y despedirse como amigos y enemigos íntimos que fueron. Después de asistirles en sus últimos momentos, ella les sobrevivió casi 30 años.

Lo milagroso es cómo Paulina consiguió que ambos se aceptaran y tolerasen el amor de otros hombres y amigos, como el pintor Ary Scheffer, que tuvieron menos suerte.

La guerra franco-prusiana en 1870 destruyó el mundo cosmopolita en que vivía y triunfaba esta cautivadora nata desde 1835.

Tras la muerte de la soprano, encontraron en su mesa un manuscrito de Iván Turguénev titulado: Turguénev. Una vida para el arte. Parece ser que trataba de cómo los sentimientos, pensamientos, sufrimientos y vagabundeos de estos dos amantes se fundían en, y junto con el mundo del arte. La novela se perdió. Durante todo el siglo XX estuvieron intentando encontrarla en diferentes países de Europa y no sólo en Europa, pero hasta la fecha, sin éxito…

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