Los rusos también están obsesionados con las pipas de girasol

Cocina
OLEG YEGÓROV
Es casi como una ‘droga’ nacional, al igual que ocurre en España. Aunque hay diferencias como que su consumo en público ha sido históricamente mal visto.

Cuando se abre un paquete de pipas de girasol, es casi imposible dejar de comerlas. Quizá no te gusten o incluso lo consideras de clase baja. Pero una cosa es cierta, una vez que empiezas, no puedes terminar hasta que te has comido las pipas, todo está cubierto de cáscaras negras y te sientes un poco avergonzado, pero satisfecho.

Olvídate del vodka, las semillas de girasol son el principal placer culpable para nosotros, los rusos, no importa si eres un gópnikjoven o un profesor universitario. ¿Cómo se hicieron tan populares y por qué es imposible dejar de comerlas?

El girasol conquista Rusia

Fue Pedro el Grande (1682-1725) quien llevó los girasoles a Rusia – como muchas otras cosas: la ropa de estilo europeo, el peinado y la etiqueta moderna. Originalmente el girasol se cultivaba en América y los europeos lo llevaron al Viejo Continente. Después de encontrarlo en Holanda, Pedro pensó que una flor tan hermosa se vería bien en los verdes valles de Rusia.

En aquellos tiempos el girasol se consideraba una planta decorativa, pero en el siglo XIX todo cambió. En 1829 un campesino de la región de Vorónezh (unos 500 km al sur de Moscú) construyó una prensa que exprimía el aceite de las semillas de girasol. Fue un éxito inmediato. El aceite resultó ser menos costoso que otros aceites vegetales, por lo que a finales del siglo XIX era el tipo de aceite más popular utilizado por los rusos. Pero no solo usaban semillas para hacer aceite, sino que también se las comían, fritas, por supuesto. Y en grandes cantidades.

De los pueblos a las ciudades

Al principio se consideraba que comer semillas de girasol era un pasatiempo de clase baja; después de todo, eran los campesinos los que los cultivaban. Los nobles los despreciaban como si fueran ganado masticando cosas sospechosas, pero a medida que los ferrocarriles se extendían a través de Rusia a principios del siglo XX, cada vez más campesinos se mudaban a las grandes ciudades, y estos llevaban con ellos las semillas de girasol. Todo se intensificó durante las revoluciones de 1917.

Después de la caída de la monarquía uno podía ver a menudo soldados bolcheviques, caminando por las calles de Moscú o San Petersburgo comiendo sus semillas favoritas y escupiendo la cáscara por todas partes. Ahora tenían armas y eran los que dirigían el espectáculo. La imagen se hizo omnipresente y perturbó a la vieja escuela intelectual rusa.

¿Un tentempié de mal gusto?

Mijaíl Bulgákov escribió lo siguiente sobre la obsesión de Rusia por estas semillas: “En mi opinión, llegaremos al paraíso cuando las semillas de girasol desaparezcan de Moscú... Quizá solo soy un degenerado que no entiende el gran significado de este producto... pero posiblemente, las semillas de girasol no son más que una cosa asquerosa que amenaza con ahogarnos con su babosa cascarilla”.

Esas actitudes siguen presentes. En la actualidad, las semillas de girasol siguen siendo populares, pero sigue siendo bastante inapropiado comerlas en la calle, escupiendo la cáscara por todas partes. No es nada sorprendente: tirar basura no está bien visto en ninguna parte. Pero no hay nada malo en disfrutar de un paquete de semillas en casa. O incluso en la calle, si te deshaces cuidadosamente de las cáscaras.

El imperio del girasol

El amor de Rusia por las semillas de girasol está probado estadísticamente. El país es el segundo productor más grande del mundo, superado solo por Ucrania (ambos países heredaron la cultura del cultivo del girasol del Imperio ruso y de la URSS). Según un pronóstico del Departamento de Agricultura de EE UU, en 2018-2019 se esperaba que Rusia produjera 12,7 millones de toneladas métricas al año.

Pero, ¿por qué a los rusos les gustan tanto? Como dijo la psicóloga Olga Uzhve a The Village, “En primer lugar, es un proceso monótono, automático... este pasatiempo puede servir para reducir el estrés. En segundo lugar, comer semillas de girasol es una buena opción para comer [ya que son bajos en calorías]... En tercer lugar, la compañía, obviamente. Es más fácil comunicarse con la gente a través de las semillas: no hay silencios incómodos, la gente se siente conectada mientras está ocupada con una cosa. Al ver esto uno entiende por qué es casi imposible dejar de comerlas si ya se ha empezado”.

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