Las comidas para los soldados se preparaban usando cocinas de campo. Al igual que las panaderías de campo que se utilizaban para hornear pan, estas cocinas aparecieron a finales del siglo XIX. Se colocaban en un remolque con ruedas o en la parte trasera de un camión, y consistían en varios calderos (entre uno y cuatro) y un compartimento para almacenar alimentos y utensilios de cocina.
Las cocinas de campo usaban leña, y para ocultar el humo del enemigo, la comida tenía que prepararse temprano por la mañana, antes del amanecer, y en la noche después del anochecer. Se tardaba 40 minutos en hervir agua en un caldero, tres horas en preparar un almuerzo de dos platos y una hora y media en preparar la cena. Por la noche la cocina estaba muy concurrida: se pelaban las patatas y se lavaban las calderas. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los cocineros eran mujeres.
La entrega de la comida era otro desafío, y los soldados tenían que llevar los pesados calderos con la comida desde la cocina del campo hasta las líneas del frente a través de trincheras, arriesgando sus vidas en este proceso. El plato principal que se servía era la kulesh, una sopa de mijo a la que se le podían añadir otros ingredientes, como manteca de cerdo o verduras. Además, las cocinas de campo también servían sopas rusas populares como borsch y shchi (sopa de repollo), así como papas guisadas y alforfón con carne de res hervida o guisada, incluso comida enlatada.
Raciones diarias
Tanto las raciones diarias para los soldados del Ejército Rojo como para los comandantes de las unidades fueron adoptadas el 12 de septiembre de 1941 y quedaron plasmadas en una lista específica de alimentos: pan (800-900 g), harina de trigo de segunda calidad (20 g), avena (140 g), macarrones (30 g), carne (150 g), pescado (100 g), grasas combinadas y manteca de cerdo (30 g), así como aceite vegetal, azúcar, té, sal y verduras (patatas, repollo, zanahorias, remolacha, cebolla y hierbas).
Curiosamente, también se racionó el tabaco (20 g diarios) y hasta los fósforos (tres cajas al mes). Las mujeres no fumadoras recibían mantequilla, galletas y chocolate.
El menú para los pilotos era más variado y con más calorías. Además de las raciones diarias básicas, recibían leche fresca o condensada, requesón, crema agria, huevos, mantequilla y queso, así como extracto de fruta y fruta desecada.
Los submarinistas también tenían añadidos especiales a su dieta: vino tinto, chucrut, pepinos salados y cebollas crudas. Se suponía que estos alimentos prevenían el escorbuto y compensaban la escasez de oxígeno a bordo. Los marineros recibían bizcochos. Los barcos pequeños podían hornear pan en la orilla, y los barcos grandes tenían estufas especiales. Hacia el final de la guerra la situación alimentaria empeoró, por lo que se las raciones se vieron reducidas.
Té de zanahoria y pan de maíz
Los cocineros hicieron lo que pudieron para diversificar las raciones, que se hicieron cada vez más escasas hacia el final de la guerra. Por ejemplo, hacían té de zanahoria rallando zanahorias y luego lo hervían con el hongo de árbol Laetiporus sulphureus. La zanahoria le daba a la infusión un sabor dulzón y el hongo un agradable tono oscuro.
También había una receta especial para el pan Rzhevski, hecho hirviendo patatas, retirando las cáscaras y poniendo las patatas en una trituradora de carne. El puré resultante se esparcía sobre un tablero espolvoreado con salvado y luego se enfriaba. Se añadía más salvado, junto con sal, y la pasta resultante se amasaba rápidamente. Luego se colocaba en latas engrasadas y se horneaba.
Más cerca del final de la guerra, en la primavera de 1944, el Ejército soviético recibió harina de maíz de los aliados. Algunos cocineros no sabían qué hacer con ella y lo añadían al pan, lo que hacía que se desmenuzara y se pusiera rancio rápidamente. Esto enfureció naturalmente a los soldados, que comenzaron a maldecir a los cocineros.
Otros cocineros, sin embargo, se dieron cuenta de que con este cereal se podía hacer pan plano. En sus memorias, un veterano de guerra describió cómo un cocinero enviaba a los hombres a recoger hierbas esteparias (zampa australiana, acedera, alfalfa, ajo silvestre, etc.) para poder hacer panecillos al estilo pirozhkí a partir de las hierbas y la harina de maíz. Más tarde también se creó el plato nacional moldavo, la mamaliga, que es una avena bien cocida hecha de harina de maíz. Es tan espesa que debe ser cortada con cuchillo.
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