El Senado de Brasil votó a favor del impeachment de la presidenta Dilma Rousseff obligándola a abandonar sus funciones presidenciales, en una votación rodeada de polémica y que probablemente suponga la implementación de una nueva política neoliberal. Las dudas son tantas que numerosas personas hablar de “golpe de Estado encubierto”.
En diciembre del año pasado el Congreso Nacional inició el proceso del impeachment de Rousseff, mientras el país atraviesa una fuerte crisis económica, quizás la más larga desde los años 30. Se espera que el PIB de Brasil caiga un 3,6% durante este año. Según la revista británica The Economist, “la economía brasileña, la más potente de América Latina, se contraerá un 8% en 2016 con respecto al primer trimestre de 2014”.
Además, la situación del Partido de los Trabajadores se complica debido a que el expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva fue convocado en marzo de este año a declarar por beneficiarse de la trama corrupta de la petrolera Petrobras.
María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia se ha referido a la situación en el país. “Está claro que los eventos de Brasil son un asunto interno pero es importante que estos procesos ocurran en conformidad con la Constitución y las normas de la legislación brasileñas”, declaró, informa la agencia TASS.
“Cualquier interferencia externa es destructiva e inadmisible. Queremos ver un Brasil estable y democrático y también con un desarrollo dinámico, capaz de desempeñar un papel vital en el escenario internacional”, aseguró.
El país es el principal socio económico de Rusia en América Latina y ambos países mantienen una activa colaboración en el ámbito de la ONU, los BRICS y el G-20. “Brasil es un socio de vital de la política exterior rusa en América Latina y en el mundo entero”, subrayó la portavoz.
“Las relaciones económicas, humanitarias y culturales también son constructivas. Notamos con satisfacción que hay un amplio espectro de fuerzas políticas en Brasil que apoya el desarrollo progresivo de la cooperación con Rusia”, concluyó la diplomática.
Hasta hace no tanto la comunidad internacional alababa a Lula da Silva. Aunque independientemente de las brillantes reformas sociales y económicas, el país puede venirse abajo si está contagiado con el virus de corrupción.
En otoño de 2012, 38 altos funcionarios del gobierno de Lula, banqueros y empresarios fueron sometidos a juicio siendo acusados de corrupción. Todos fueron hombres cercanos al expresidente y pertenecían al Partido de los Trabajadores. La mayoría de ellos recibieron una condena de 15 años de cárcel. Los brasileños creen que este severo castigo ha cambiado la “cultura política” de Brasil.
“La conciencia política de la población brasileña es envidiable, escribe el medio digital ruso Slon. – Los jóvenes e incluso gente semianalfabeta puede defender su postura política, reunirse y organizar pequeñas protestas”. Además, según este medio, “en Brasil, a diferencia de Rusia, a nadie se le ocurre acusar a la oposición de la incitación al odio”.
El Partido de los Trabajadores se siente orgulloso de haber sacado de la pobreza a 30 millones de brasileños en los últimos quince años. Muchos de estos brasileños forman parte de la clase media y precisamente, parte de esta clase media se rebela contra la presidenta actual.
Si comparamos esta situación con Rusia, se puede decir que son como el equivalente de los “ciudadanos indignados” que protestaron en Moscú y otras grandes ciudades rusas en otoño de 2011. Pero el grupo de los “indignados” en Brasil es diez veces más numeroso y los ciudadanos están más motivados.
Por otro lado, los últimos acontecimientos en Brasil recuerdan a Rusia su propia historia. El proceso del impeachment de la presidenta Dilma Rousseff se parece al intento de lograr el impeachment contra el primer presidente de Rusia, Borís Yeltsin, en 1993, a iniciativa fue del portavoz del Soviet Supremo de Rusia, Ruslán Jasbulátov.
En Brasil el impeachment también fue iniciado por el principal rival de Rousseff, el líder de la cámara baja del Congreso, Eduardo Cunha. Sin embargo, él mismo fue acusado de corrupción.
Jasbulátov también fue acusado de provocar disturbios masivos y en plena crisis constitucional en Rusia, pasó cuatro meses en un calabozo. Sin embargo, el desenlace de la crisis en Rusia fue más trágico. Por orden de Borís Yeltsin los tanques rusos bombardearon el parlamento a bombardeo y los políticos que se encontraban dentro fueron arrestados.
Evgueni Bai es periodista que colabora con New Times y Nóvaya Gazeta, entre otros medios.
En base a un artículo publicado originalmente en Russia Direct e información de la agencia TASS.
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