En la madrugada del 4 de octubre de 1993, el
primer presidente elegido democráticamente en Rusia, Borís Yeltsin,
ordenó bombardear el Parlamento heredado de la URSS para desalojar a los
diputados que se habían atrincherado allí, un asalto que marcó
definitivamente el final de una época.
La "Casa Blanca", como
llaman en Rusia a la antigua sede del Soviet Supremo, y que actualmente
acoge al Gobierno, fue destruida a cañonazos por los tanques y blindados
del Ejército; cerca de 200 personas murieron, según distintas fuentes, y
un millar resultaron heridas.
Veinte años después, los rusos
aún están divididos o confusos sobre quién llevaba la razón en aquella
lucha de poder que estalló en la Rusia postsoviética entre el presidente
Yeltsin, por un lado, y su vicepresidente, Alexánder Rutskói, y el jefe
del Legislativo, Ruslán Jasbulátov, por otro.
El bombardeo de
la Casa Blanca fue el punto culminante de una pugna que había comenzado
desde la desintegración de la Unión Soviética que siguió al golpe de
Estado de 1991 contra Mijaíl Gorbachov.
Yelstin y el Soviet
Supremo, que durante el fallido golpe se erigieron en defensores de la
democracia, se enzarzaron luego en una lucha por el poder que llevó al
presidente, el 21 de septiembre de 1993, a disolver por decreto ese
legislativo.
Los diputados, encabezados por Jasbulátov, y a
quienes se sumó Rutskói, se negaron a acatar la orden y se encerraron en
la sede, donde ofrecieron una resistencia desesperada que llevó, el 3
de septiembre, a que una multitud tratara de tomar el edificio de la
Televisión, con el resultado de varias decenas de muertos.
Uno
de los protagonistas de los hechos, el chechén Jasbulátov, recordaba
hoy a Efe "aquella tragedia, que tuvo una significación histórica
similar al golpe de 1991 y a la Revolución bolchevique de 1917".
"Las secuelas de ese incidente aún se pueden sentir hoy en Rusia", asegura.
En opinión del que fuera presidente del Soviet Supremo, el cañoneo de
la sede tuvo como primera consecuencia "la instauración de una
semidictadura, un régimen autoritario y anticonstitucional en el que el
Parlamento tiene menos prerrogativas que en tiempos de Stalin".
Por otro lado -agrega- "la rampante corrupción que afecta a Rusia
desde entonces, es una consecuencia de la falta de control social sobre
el Estado".
Jasbulátov también cree que el asalto a la Casa
Blanca trajo la pérdida de la posición de Rusia en el mundo, la
impunidad general y las guerras en su Chechenia natal, además de que
"Rusia perdió una gran oportunidad para construir una democracia".
Para Jasbulátov, fue además "lamentable" el respaldo que Yeltsin
obtuvo de Occidente y de Estados Unidos en particular, bajo la
Presidencia de Bill Clinton.
Su compañero de asedio, el
entonces vicepresidente Alexánder Rutskói, general veterano de la guerra
de Afganistán, también recuerda hoy aquellos días en una entrevista en
la emisora "Radio Svoboda", en la que descalifica las acusaciones de que
eran nostálgicos del comunismo que se atrincheraron frente a las
reformas que quería impulsar Yeltsin.
"Yo solo quería una
cosa, que las reformas económicas no fueran en interés de la lista de
los más ricos de la revista 'Forbes', sino en interés de la población
del país", afirma.
Cree que los hechos le dieron la razón:
"lamentablemente, vea en qué acabó la privatización: en el
empobrecimiento de la población y la destrucción del potencial
industrial, agrícola y del complejo militar. Y cinco años después de
1993, llegó la bancarrota, la incapacidad del país para pagar sus
deudas".
Rutskói subraya que "no hubo ninguna crisis
constitucional" y frente a quienes apuntan que el asalto al Parlamento
evitó una guerra civil cuando las protestas populares llegaban a su
punto álgido, inquiere: "¿Es normal, disparar desde tanques al Soviet
Supremo?. ¿Poner a la gente contra la pared y dispararle?".
"La decisión de atacar el Parlamento fue un crimen. Mi opinión de antes y de ahora no ha cambiado", subraya.
"La mayoría de los muertos fueron simplemente fusilados, puestos
contra la pared y fusilados por 'omones' (antidisturbios) borrachos",
asegura el exvicepresidente.
Para Rutskói, aquel día "no hubo
ni vencedores ni vencidos. Pero se perdió totalmente cualquier
posibilidad de crear en Rusia nuevas relaciones económicas".
Yelstin siempre defendió que disolvió el Parlamento para liberarse de
las amarras de la legislación soviética que le impedía aplicar las
reformas liberales que exigía la transición al capitalismo.
Como señala a Efe Pável Salin, director del Centro de Estudios Políticos
de la Universidad de Finanzas, "los acontecimientos de 1993 supusieron
un giro total, después del cual ya no era posible retornar a los años de
la Unión Soviética".
Tres meses después del asalto se aprobó
una nueva Constitución presidencialista y se celebraron las elecciones a
la primera Duma postsoviética.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: