Por qué merece la pena visitar Kislovodsk, el famoso balneario ruso en el Cáucaso del Norte

Viajes
ELENA NOVIKOVA
Sus parques ecológicos, las aguas curativas, una arquitectura impresionante, la riqueza natural y... el monte Elbrús. ¡No te lo puedes perder!

Antes de hacer mi primer viaje a Kislovodsk (situada en el krái de Stávropol, a 1368 km de Moscú), me la imaginaba como una ciudad “soviética”, de arquitectura gris y sencilla. Cuál fue mi sorpresa al ver los antiguos palacios restaurados y bien cuidados, los parques llenos de fuentes y flores, las calles que bullen de gente, el aire puro, las montañas, las rutas para el senderismo y unas vistas impresionantes. 

La ciudad fundada en 1803 por Alejandro I como una fortaleza, muy rápidamente se convirtió en un balneario de moda que fue frecuentado por los famosos escritores y poetas, como Mijaíl Lérmontov, Alexánder Pushkin, Lev Tolstói y otros representantes de la intelligentsia rusa.

1. El viaje de 1 día en tren

Para ir a Kislovodsk, se puede tomar un avión desde Moscú (u otra ciudad) a Minerálnie vodi, pero una opción mucho más apasionante es ir en tren (moderno o antiguo). El trayecto dura apróximadamente un día (dependiendo de las paradas que haga el tren y del trayecto que recorra), mientras tanto uno puede disfrutar de una experiencia inolvidable en un tren ruso y los paisajes que se abren por el camino. Así lo hicimos nosotros y, como premio, disfrutamos una vista increíble del Elbrús, con su cima que parece azúcar, que de repente se asomó entre las nubes, cinco minutos antes de llegar a Kislovodsk. 

2. Centro de la ciudad

El centro de la ciudad tiene mucha vida urbana, es muy agradable para pasear, descansar sentado en un banco y tomando el sol, picar o comer algo.

Dentro de la ciudad hay un sinfín de parques, ríos de montaña y, en realidad, te sumerges de lleno en la naturaleza sin salir de la ciudad.

El centro de Kislovodsk cuenta con edificios bajitos, de dos o tres plantas, bien cuidados y restaurados (o en plena restauración) y de distintos colores. Cada día las calles se llenan de gente (principalmene, turistas), música y de olor a carne asada.

Las cafeterías y los restaurantes ofrecen tanto la comida caucásica como la europea, y sus ensaladas con berenjena están para chuparse los dedos.

En Kislovodsk se encuentra la Filarmónica Estatal del Cáucaso del Norte y hay unos cuantos museos que merece la pena visitar.

Aquí pasó su infancia Alexánder Solzhenitsyn, y la casa de su familia situada en el centro de la ciudad se ha convertido en un museo. En esta ciudad veraneaba el famoso cantante de ópera ruso, Fiódor Shaliapin. Los lugareños dicen que a menudo salía al balcón de su dacha que alquilaba en Kislovodsk y cantaba para toda la ciudad. Aquí en el siglo XIX vivió en su finca familiar el conocido pintor ruso, Nikolái Yaroshenko. En su casa llamada Villa Blanca, se puede ver muchos de sus cuadros.

3. Naturaleza 

Lo mejor de Kislovodsk son sus numerosos parques con interminables escaleras y pinos. Por primera vez en mi vida he oído la palabra terrainkur (terrain viene del “terreno” en alemán y kur es “cura”, tratamiento). Resulta que son unas rutas para caminar en terreno montañoso que van marcadas según el nivel de dificultad para diferentes tratamientos médicos. Se cree que es una terapia de entrenamiento que desarrolla la resistencia, mejora el sistema cardiovascular y fortalece los órganos respiratorios. 

Los primeros terrainkur aparecieron en el Imperio ruso a principios del siglo XIX. En 1901, una de las rutas fue trazada en Kislovodsk por el doctor N. N. Oblonski. El paisaje natural le permitió crear 6 rutas en el territorio del Parque de Kislovodsk, donde la distancia, el ángulo de inclinación, la altura sobre el nivel del mar están estrictamente dosificados. Una de las rutas más apasionantes de Kislovodsk pasa por el Valle de las Rosas y te lleva hasta el monumento del escritor Mijaíl Lérmontov y el Complejo Olímpico (aunque también se puede llegar hasta allí en un funicular). Por cierto, Lérmontov dirige su mirada a la cima del Elbrús, pero el día en el que subimos nosotros el monte no se dejó ver...

4. Una ciudad llena de... ¡sanatorios! 

Para un europeo, un sanatorio se asocia con un hospital para enfermos de la tuberculosis o un psiquiátrico. Los sanatorios tal y como los conocemos en Rusia y los conocimos en la URSS, prácticamente no existen en Europa. La URSS desarrolló su propio sistema de sanatorios a los que la gente acudía (muchas veces gratis, en la época soviética) para tratar algún problema de salud o simplemente para una profilaxis. En las instalaciones de un sanatorio se realizan terapias basadas en recursos naturales (clima, aguas minerales, peloides termales, etc.) en combinación con fisioterapia y dieta.

El sistema de los sanatorios sigue siendo muy popular en Rusia y sobre todo en el Cáucaso del Norte. La ciudad de Kislovodsk cuenta con más de 40 sanatorios en funcionamiento y otras decenas de los sanatorios en construcción. De hecho, paseando por la ciudad, parece que hay más sanatorios que hoteles habituales. 

5. ‘Buvette’ y las aguas ácidas

Kislovodsk respira salud y huele a... aguas ácidas. La ciudad fue fundada cerca de las fuentes del agua mineral llamada Narzán que contiene sulfato de mesa terapéutico, hidrocarbonato sódico-magnésico-cálcico. Se usa con fines medicinales, principalmente para baños, aunque algunos tipos del agua de Narzán son muy recomendables para el intestino y el estómago. De hecho el nombre de la ciudad de Kislovodsk significa literalmente “aguas ácidas”.

Fue el zar Pedro el Grande el que decidió buscar las aguas curativas en el Imperio ruso tras visitar las aguas de Karlsbad donde se quedó impresionado por su amplia gama de usos. En 1717, Gottlieb Schober, el oficial y médico del zar, fue enviado al Cáucaso para buscar aguas minerales en el Estado ruso. Así se descubrieron los manantiales cálidos en el río Térek. En su informe a Pedro el Grande el médico mencionó por primera vez un manantial acidulado.

Y esta es la fórmula química del agua de Narzán escrita en un cartel en el Valle de los Narzanes, situado en las afueras de Kislovodsk:

Otra palabra que aprendí en Kislovodsk es un buvette. La palabra viene del francés y significa una estructura especial, un pabellón, que se construye sobre un manantial mineral o artesiano. El buvette más famoso de Kislovodsk es la Galería de Narzán. El arquitecto S. I. Upton construyó la galería en estilo inglés medieval en 1858, y el edificio se ha conservado hasta nuestros días. 

Cuando llegues a Kislovodsk, no olvides de pasar por la Galería y probar todos los tipos de agua mineral totalmente gratis. Fuera de la Galería también hay un buvette en la calle, abierto al público.

6. Elbrús y la cordillera del Cáucaso

Elbrús es algo que provoca amor a primera vista. Un día paseando por el centro de Kislovodsk, nos detuvimos cerca de un todoterreno que tenía un mapa grande de los lugares que se pueden visitar en las afueras de la ciudad. Allí estaba Elbrús. El guía Ruslán, un hombre local de unos 70 años, se dirigió hacia nosotros y recomendó hacer una escapada al Valle de los Narzanes para intentar ver por el camino el monte Elbrús si las nubes nos los permitan. 

Nos arriesgamos. A finales de marzo hay que tener mucha suerte para que el cielo del Cáucaso se depeje. Pero la tuvimos. Subimos a la montaña un día soleado y casi sin nubes. Hasta mayo o junio las carreteras que van hacia Elbrús están cortadas, no se puede acercarse demasiado al monte ya hay demasiada nieve alrededor. Nuestro guía nos llevó por un camino “no oficial”, atravesando la montaña por los lugares salvajes que suelen ser visitados solo por los lugareños.

A los 15 minutos del viaje desde Kisovodsk, paramos el coche y pudimos ver por primera vez la cabecita del Elbrús (el pico más alto de Europa con una altura de 5.642 metros). Nos pareció lo más, aunque fue solo el principio de nuestra aventura.

Continuamos el viaje y Elbrús desapareció de nuestra vista. El sabio guía Ruslán que habla tres idiomas (el ruso, el cabardiano y el karachái-bálkaro) nos llevaba por una serpentina que tapaba totalmente el monte. Solo veíamos las montañas de alrededor y de repente, tras otros 20 o 30 minutos de viaje lo vimos de nuevo. No sólo Elbrús sino toda la cordillera del Cáucaso cubierta de nieve estaba como en la palma de nuestra mano. Se te corta la respiración al ver tanta belleza y tanta majestuosidad. Fue un momento único: de repente giras la cabeza y te encuentras con esta impresionante vista.

Daba mucha pena dejar este lugar y volver a coger el coche. Justo en este momento la montaña de azúcar se escondió tímidamente entre las nubes, como cuando una mujer desnuda se tapa con una sábana. 

No volvimos a verlo más, ni siquiera cuando tomamos el tren de vuelta, pero su recuerdo se queda con nosotros.

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