En Carelia hay más de 60.000 lagos y viven más de diez pueblos distintos. Entre ellos figuran los carelios, los livviki y los liúdiki. Las aldeas carelias son alargadas y las casas carelias son grandes y sólidas y en ellas todo se encuentra bajo el mismo techo. No todos los turistas llegan hasta la aldea Kínerma, al sur de Carelia.
Los turistas viajan a Carelia por su naturaleza: ríos con rápidos, bosques y lagos con nombres impronunciables en los que se puede montar una tienda de campaña: cada año acuden a esta zona cerca de medio millón de turistas.
Los lugares no aptos para el turismo, conocidos solamente por los carelios, tienen nombres en las lenguas vernáculas y no se muestran a nadie. Son los terrenos privados de los carelios, donde estos recogen bayas, pescan y cazan.
Los carelios son altos y tienen los ojos azules, la mayoría tiene el pelo de color claro, casi rojizo. Sobre ellos existen muchos rumores y leyendas, se dice que veneran al bosque, no se subordinan a nadie y siguen practicando la hechicería.
No se puede encontrar las tradiciones y costumbres carelias en Petrozavodsk, la capital ciudad más importante de Carelia. Para ver de cerca la vida carelia auténtica hay que viajar hasta la pequeña ciudad de Olonets o a la aldea Kínerma.
Desde Petrozavodsk hasta Kínerma hay unas dos horas de trayecto por una carretera llena de baches. El transporte público no llega hasta esta antigua aldea carelia, sólo se puede ir en taxi o recorrer 7 a pie kilómetros desde el pueblo Védlozero.
En la aldea hay 16 grandes casas y en el centro una arboleda pagana en la que se levanta una capilla ortodoxa.
La arboleda es un lugar de culto al que los carelios acudían a rezar y celebrar ritos, a comunicarse con los espíritus del bosque. Ahora nadie va ya a la arboleda, pero el respeto por la naturaleza se mantiene. Los carelios creían que los árboles eran un intermediario entre la tierra y el cielo, entre el mundo de los hombres y el de los espíritus.
Toda Kínerma se puede rodear en 15 minutos. La mayoría de los patios están vacíos y las casas solo suelen estar habitadas en verano, cuando sus dueños vienen a plantar patatas y a descansar de la ciudad. Yo paseo por sus pequeñas calles intentando trabar conversación con los últimos habitantes, que cavan en los huertos, pero estos no responden. Solo cinco personas viven permanentemente en la aldea: Iván Ershov, de 83 años, un poco sordo y apodado “abuelo Vania” con sus cabras y la familia Kalmíkov.
El abuelo Vania es el más anciano de la aldea, nació en ella y no tiene intención de marcharse a ningún sitio. Su casa y la capilla son los edificios más antiguos de la aldea: fueron construidos para los carelios hace 261 años por un arquitecto sueco que estaba de paso.
“En los años 90 los finlandeses lo reconstruyeron todo en la aldea”, me cuenta Yegor Kalmíkov, de 12 años y pelo rubio, que dirige excursiones por Kínerma mientras su familia trabaja por la recuperación de la aldea y ayuda a los turistas.
Los Kalmykov y el abuelo Vania viven todo el año en la aldea, ayudando al anciano. En 2013 los Kalmíkov consiguieron que la aldea fuera declarada zona protegida.
“Hace tres años nuestra aldea se convirtió en un territorio protegido, ahora no se puede construir nada aquí, y todas las casas deben ser parecidas a las típicas casas carelias: en su interior pueden tener hasta home cinema, pero por fuera son obligatorios los troncos y los marcos tallados de las contraventanas”.
Yégor y yo pasamos junto a la iglesia y llegamos a la casa para comer. Nadezhda Kalmykova, la madre de Yégor, vestida con ropa tradicional, nos sirve sopa, trigo sarraceno y un pastel carelio relleno de requesón. En los hombros lleva un chal con una decoración vegetal nacional, en el cuello un collar de cuentas rojo y lleva la cabeza envuelta en un pañuelo antiguo: según la costumbre carelia, las mujeres casadas deben cubrirse la cabeza con pañuelos. Los carelios adoran el color rojo: es símbolo del fuego y de la fertilidad. A diferencia de las mujeres, los hombres de la aldea carelia visten sencillamente: camisa, pantalones anchos con cinturón y adornos de protección. En la aldea Nadezhda Kalmykova se ocupa principalmente de los trabajos de la casa, y su marido construye, repara y viaja a la ciudad a comprar todo lo necesario.
Los carelios, como muchos otros pequeños pueblos, perdieron su lengua en el siglo XX, pero en los 90 comenzaron a abrirse escuelas nacionales.
Kínerma es el único pueblo carelio protegido de la república. El resto de aldeas carelias, por desgracia, se están quedando vacías o se vienen abajo, pero Kínerma cada año recibe numerosas visitas de turistas y voluntarios de distintos países.
El principal problema de las casas de Kínerma consiste en que estas se hunden en la tierra y es necesario levantarlas. Los voluntarios colaboran con los arquitectos en estas tareas. Estas casas no están podridas porque los carelios utilizaban en su construcción troncos redondos sin quitarles la cáscara por completo, algo que permite al edificio vivir el doble de tiempo. Hoy en día en la restauración de Kínerma se utiliza la misma técnica.
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