Tras la reciente reconciliación entre Ankara y Moscú, que llevaban siete meses congeladas, la reunión en Hangzhou con Erdogan ha puesto de manifiesto al menos cinco avances notables.
En primer lugar, en octubre o noviembre podría comenzar una financiación conjunta entre Rusia y Turquía consistente en líneas de crédito para proyectos lucrativos. En segundo lugar, Moscú anulará el embargo alimentario para reactivar la exportación de productos agrícolas turcos. En tercer lugar, la construcción de la central nuclear de Akkuyu por parte de la empresa rusa Rosatom en la provincia de Mersin podría adquirir un nuevo impulso.
En cuarto lugar figura la disposición del gobierno de Erdogan para finalizar el registro de todos los permisos emitidos previamente para el Turkish Stream, un oleoducto que transcurrirá por el lecho del mar Negro hasta la parte europea de Turquía. El primer ramal podría estar listo a finales de 2019. Además, Ankara ha mostrado interés en transportar gas de Gazprom hasta su frontera con Grecia con la perspectiva de convertirse en un núcleo de tránsito del gas hasta sus consumidores de la Unión Europea.
Además de todo, Rusia y Turquía se encuentran cerca de la firma de un acuerdo sobre una zona de libre comercio en el marco de un programa a medio plazo ya esbozado para la cooperación económica, técnica y científica.
En una extraordinaria muestra de acercamiento pragmático a sus archienemigos, la recién llegada primera ministra británica, Theresa May, se reunió por primera vez con Vladímir Putin y se ha comprometido a mejorar las frías relaciones de ambos países mediante el diálogo.
Una cita a tener en cuenta: “A pesar de que reconozco que habrá algunas diferencias entre nosotros, existen algunas áreas importantes y complejas de preocupaciones y problemas que hay que discutir; espero poder tener una relación y un diálogo francos y abiertos”, declaraba May.
Obama se ha mostrado escéptico acerca de las perspectivas del cese de la hostilidad en Siria. El presidente estadounidense, que se encuentra al final de su mandato, tiene razones para mostrarse dubitativo. Washington exige a Moscú que presione a Damasco para interrumpir sus ataques aéreos contra la oposición “moderada” (militantes prooccidentales) y abrir un corredor humanitario hacia las regiones del norte de Turquía.
Incluso si Moscú consigue convencer y persuadir a Bashar al Asad para detener el apoyo aéreo de sus tropas terrestres, es poco probable que la oposición anti-Asad y el Estado Islámico, que se han reforzado últimamente y han pasado a la ofensiva recuperando territorios que habían perdido, respeten la contención mostrada por el gobierno sirio.
El único resultado final de la puesta en práctica de la propuesta de Estados Unidos puede ser el cambio del curso de la guerra civil en Siria. No obstante, hasta ahora no han salido a la luz todos los elementos de la negociación en curso.
En vísperas de la reunión del G20 el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, sugirió invitar a Rusia a participar en la próxima cumbre del G7, dado que se ha señalado suficiente progreso en la resolución de las crisis en Ucrania y Siria.
Como respuesta, el portavoz de Putin, Dmitri Peskov, ha explicado que Moscú da preferencia al G20 porque este organismo “refleja de un modo más completo la alineación de fuerzas y permite a Rusia mostrar mejor su potencial en este formato”.
Más tarde, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, reiteró que Moscú “no tiene especial interés en el formato del G8” y no emprenderá ninguna iniciativa para unirse de nuevo a este exclusivo club occidental.
Rusia se convirtió en miembro del G7 en 1998, y esto fue percibido como un gran acontecimiento que equivalía al final de la guerra fría y a la aceptación de la mayor parte de la difunta URSS como socio de buena fe de Occidente.
Más tarde, en 2014, debido a los dramáticos sucesos en el este de Ucrania, el G7 añadió a Rusia a su lista negra y congeló su membresía.
Fiódor Shelov-Kovediáyev, académico y antiguo primer viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia, comparte su opinión con RBTH.
“El G7 sobrestimó su táctica del palo y la zanahoria con Rusia. El G7 actuó como un profesor que un día da la bienvenida a un alumno en su escuela y al día siguiente lo envía de vuelta a casa. El comportamiento del G7 no hacía que Moscú se sintiera a gusto. Además, sus acciones apenas han tenido un efecto negativo en el líder nacional, que sabe cómo esquivar un golpe”.
¿Hay un lugar privilegiado reservado para el G20 a día de hoy?
“En la refriega diplomática han entrado nuevos actores en el marco de una dinámica mejora de la base tecnológica: corporaciones transnacionales, asociaciones profesionales, medios de comunicación, etc. Al mismo tiempo, las sentencias de muerte sobre los estados nacionales han resultado ser prematuros. Nadie sabe cómo será en el futuro la configuración de las instituciones internacionales centradas en el gobierno global”.
No es ninguna sorpresa el hecho de que Rusia, que produce solo el 3 % del PIB mundial, a menudo se considera como un jugador menor en la primera división.
No obstante, Moscú puede contar entre sus contribuciones a la “perestroika” global el hasta ahora vínculo simbólico entre la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda y la Unión Económica Euroasiática, el concepto de un corredor logístico Norte-Sur, la base legal para una cooperación más intensa de las naciones de la cuenca del Caspio, etc.
Además, se agregamos ciertos ámbitos competitivos (tecnologías espaciales, generación de energía nuclear, el 15 % del mercado global de grano, unas fuerzas armadas eficaces como ha demostrado la experiencia de Siria y una diplomacia proactiva y pragmática), Rusia es aceptada en el marco del G20 como un socio igualitario y participa en la reconfiguración del orden mundial.
Mucho depende de si el G20 es parte del problema que impide la construcción de un nuevo orden mundial o parte de la solución.
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