Los misiles balísticos intercontinentales móviles de Rusia tienen un papel fundamental en la tríada nuclear del país, según escribe Rossíiskaia Gazeta, en base a información de la revista National Interest.
El desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales móviles se inició en la Unión Soviética por temor a que EE UU lanzara un primer ataque contra los misiles nucleares ubicados en silos. La principal ventaja de este sistema es su capacidad de supervivencia.
En igualdad de condiciones, los lanzadores móviles son mucho más difíciles de detectar, rastrear y destruir que sus homólogos sin movimiento. Por lo tanto, se trata de un componente clave de la defensa estratégica y ofrece una alternativa viable en caso de que fallen otras partes de la tríada nuclear.
El primer éxito en esta área fue el desarrollo del RT-2PM (SS-25) Topol. Tras la caída de la URSS el Topol formaba la base de los misiles balísticos intercontinentales móviles. Sin embargo, Rusia se puso a trabajar inmediatamente en un sucesor, y retomó un proyecto soviético de finales de los años 80 para crear una versión mejorada del Topol-M (SS-27). Cuenta con una ojiva de 550 kilotones y es capaz de realizar maniobras evasivas. Al igual que algunos de los últimos misiles de Rusia, utiliza un sistema de navegación inercial digital Glonass.
En la actualidad ha cambiado el desarrollo de los misiles móviles y de los sistemas basados en silos. En 2018 Putin dio a conocer al mundo el misil RS-28 Sarmat. Se trata de una poderosa arma que tiene una velocidad de 10 Mach, lo hace inmune a la intercepción de cualquier sistema de defensa aérea existente o futuro. En cualquier caso, los misiles intercontinentales móviles siguen ocupando una posición significativa del arsenal nuclear estratégico de Rusia. Es improbable que este equilibrio de poder cambie en un futuro cercano.
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