Auge y caída del titánico SSV-33 Ural

Ciencia y Tecnología
ALEXÁNDER KOROLKOV
En un tiempo, el titán del reconocimiento soviético monitoreó todo el norte del océano Pacífico, interceptando las comunicaciones por radio de la Fuerza Aérea, la Marina y la defensa submarina de los EE UU y Japón. Pero su buena suerte se fue al garete a partir entonces.

El SSV-33 Ural era un gigantesco buque de propulsión nuclear botado en 1983. Equipado con la más moderna tecnología de reconocimiento, fue una de las embarcaciones más avanzadas de su época. Sin embargo, los caprichos de la historia hicieron que en última instancia su final estuviese envuelto en sombras.

En 1983, un extraordinario barco se deslizó por la grada del astillero Baltiysk de Leningrado (ahora de San Petersburgo), donde construyeron también las secciones de popa de los barcos de asalto anfibios franceses de clase Mistral nunca entregados a la Marina rusa.

Era comparable (por sus dimensiones) a los cruceros nucleares soviéticos de la clase Orlan y similar en tonelaje de desplazamiento al portaaviones soviético Almirante Gorshkov.

El buque soviético de tres mástiles tenía 265 metros de eslora (cuatro metros más que el portaaviones francés Charles de Gaulle) y 30 metros de manga. Aunque no tenía sistemas de misiles ni cubierta de vuelo, su tamaño y la inclusión de una cúpula de radar indicaban su designación estratégica.

Tras la adopción en Estados Unidos, a principios de los años setenta, del concepto de “ataque de decapitación” (un ataque nuclear preventivo que pretende destruir las capacidades de mando y control del enemigo) y la modificación de los sistemas de bases de avanzada estadounidenses en Europa Occidental, las tensiones con la Unión Soviética se intensificaron de nuevo.

Necesitamos un gigante

En 1979 se tomó la decisión de desplegar 572 misiles Pershing-2 en Europa, lo que creó una presión sin precedentes sobre la Unión Soviética para que vigilara posibles lanzamientos de misiles balísticos desde cualquier punto del planeta.

La inteligencia soviética centró su atención en el atolón de Kwajalein, a 3.900 kilómetros al sur de Honolulú, que se había convertido en campo de pruebas de los Estados Unidos para los sistemas de defensa antimisiles, los misiles balísticos intercontinentales Minuteman y los nuevos LGM-118A Peacekeeper. Sin embargo, la Unión Soviética no tenía ni bases navales ni instalaciones de vigilancia electrónica (como la base de espionaje de Lourdes en Cuba) en esta parte del mundo.

Fue esta realidad la que en la década de 1970 obligó a los dirigentes soviéticos a considerar la posibilidad de crear un buque gigante de reconocimiento con amplia capacidad de autonomía (es decir, que fuese impulsado por energía nuclear) para operar frente a las costas de los Estados Unidos y los campos de pruebas de los atolones en el Pacífico.

Un buque de este tipo podría reunir datos sobre cualquier objeto suborbital en vuelo en cualquier parte del mundo. Así nació el proyecto 1941, o Titán, plasmado en uno de los barcos más insólitos de la historia naval, el SSV-33 Ural.

El arma principal de la nave era el sistema de radio-reconocimiento Coral, que el centro de producción científicaVímpel (“banderín”) venía desarrollando desde 1975.

Los siete potentes sistemas radioelectrónicos que lo integraban, junto con varios superordenadores ES-1046 y Elbrus, fueron diseñados para realizar el seguimiento de los lanzamientos de misiles, determinar el tipo de cohete, el alcance y el lugar de lanzamiento y las coordenadas del objetivo, el peso de la carga útil y los datos telemétricos, incluso hasta la composición química del combustible utilizado en el misil.

Este complejo único de sistemas era capaz de localizar cualquier objetivo, supervisar canales de comunicación, rastrear satélites e identificar especificaciones de cualquier nave espacial a una distancia de 1.500 kilómetros.

Más de 200 institutos científicos, oficinas de diseño, fábricas y otras organizaciones participaron en la construcción del Titán, que era esencialmente una base flotante en la que numerosos especialistas reunían y analizaban datos en diversos laboratorios.

El barco contaba con una tripulación de casi 1.000 personas y, además de sus funciones militares y científicas, disponía de salas de billar, instalaciones deportivas, cines, dos saunas y una piscina.

Historia de una ida y una vuelta

Una vez finalizados los trabajos de puesta a punto en 1988, el Ural entró en servicio como buque insignia de la sección de reconocimiento de la Flota del Pacífico. El 20 de septiembre de 1989, un cable del Ministerio de Asuntos Exteriores japonés que informaba de “una enorme nave nuclear de especificación desconocida al oeste de la isla de Okinawa” reveló al mundo la entrada en acción del gigante del reconocimiento electrónico.

Todos los sistemas de a bordo fueron probados durante el viaje del mar Báltico al Lejano Oriente, localizando a 1.000 kilómetros de distancia el lanzamiento desde los Estados Unidos del transbordador espacial Columbia y de dos satélites de espionaje  electro-óptico y desplegados en el marco del programa estadounidense bautizado como la Guerra de las Galaxias.

Sin embargo, el Ural estaba destinado a no llegar nunca al atolón de Kwajalein. El inicio de sus problemas coincidió con el colapso de la Unión Soviética, cuando incluso los buques más probados y fiables perdieron la preparación para el combate debido a sus largos períodos de amarre.

Por otra parte, la infraestructura necesaria para el mantenimiento del SSV-33aún no se había construido y había que dejarlo anclado mientras funcionaba con sus reservas eléctricas.

El Uralvigiló toda la parte norte del océano Pacífico, interceptando las radiocomunicaciones de la Fuerza Aérea, la Marina y la defensa submarina de Estados Unidos y Japón. Pero su buena suerte fue despareciendo a partir de entonces.

En 1990 un cable defectuoso desató un incendio en la sala de máquinas de popa y en 1992 sus reactores fueron finalmente apagados. A partir de entonces, este barco único, sin parangón entre los demás, se utilizó como albergue por el cuerpo de oficiales subalternos de la flota y fue apodado irreverentemente como el “portaaviones de litera”.

Después de un período de servicio activo, el buque fue desmobilizado en 2001 y amarrado en un muelle remoto junto al crucero de misiles Almirante Lázarev (anteriormente se llamaba Frunze) antes de ser enviado al depósito de chatarra en 2010.

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