En realidad no hay información fiable sobre las armas climáticas de Rusia o la URSS, pero mostramos algunos de los intentos por construirlas.
Bomba tsunami, control de tifones y plasma
Una de las primeras estaciones en estudiar la capa alta de la atmósfera, la ionosfera, apareció en los años 50 en Zmíev, cerca de la ciudad de Járkov, actualmente en Ucrania. El equivalente estadounidense es el High Frequency Active Auroral Research Program (HAARP) de Alaska, al que a menudo se le acusa de terremotos y otros cataclismos alrededor del mundo.
El físico y radioastrónomo soviético Semión Braude era el director de la estación de Zmiev. Las pruebas comenzaron durante el eclipse solar que tuvo lugar en 1954. La antena parabólica de 25 metros de diámetro impresionaba, casi daba miedo. Los locales pensaban que las ondas que irradiaba eran perjudiciales para la salud. Tras el colapso de la URSS se redujo drásticamente la financiación de este caro proyecto y poco después cesó por completo.
Hay otra historia que aparece en las memorias del físico soviético, ganador del Nobel de la Paz en 1975, Andréi Sájarov. Según contó en sus memorias había un proyecto llamado “bomba tsunami”, él utiliza el término “gran producto”.
A varios cientos de kilómetros de un puerto enemigo se iba a detonar un torpedo con carga termonuclear, lo que provocaría un tsunami capaz de inundar las áreas costeras de EE UU.
“La idea se basaba en el sentimiento que teníamos acerca de la importancia de nuestro trabajo para mantener el equilibrio mundial, dentro de un marco de disuasión nuclear”, explicó el científico acerca de su participación informal en el proyecto. “No tenía miedo de que alguien pudiera implementar esas ideas”, añadió el físico. “Me parecen ideas demasiado fantásticas, caras y, en general, no son muy interesantes”, creía Sájarov.
Durante la Guerra Fría la URSS trabajó junto con Cuba y Vietnam para influir en la trayectoria y fuerza de los tifones. Los aviones Il-18 y An-12, equipados como laboratorios meteorológicos, participaron en el experimento que tenía una gran cantidad de agentes reactivos.
Se liberaron sustancias en varias áreas del tifón, que trataban de cambiar la temperatura y la presión. Querían forzarlo a que diera vueltas en círculos o que se quedara en un lugar. El problema era que a cada segundo los equipos tenían que tener en cuenta múltiples factores y cambios constantes.
A finales de los años 70 apareció otro proyecto en la URSS para estudiar la ionosfera. El radio sistema Sura, situado cerca de Nizhni Nóvgorod (a unos 400 km de Moscú) investigaba el impacto de las tormentas magnéticas. El plan era que un submarino lanzase cohetes con plasma con una capacidad de hasta 1,5 megawatts a la zona polar. El lanzamiento no se llegó a producir nunca. El plasma es un barrera para el radar enemigo y crea en la atmósfera algo similar a una pantalla artificial, con la que se pueden controlar los flujos.
Tecnologías vendidas, comienzan los juicios
Sura todavía funciona pero este tipo de proyectos son siempre muy caros, por los sistemas solamente funcionan unas 100 horas al año. Un día de trabajo intenso puede acabar con el presupuesto anual de la zona de lanzamiento.
Rusia sabe cómo influir en el clima a nivel local, como muchos otros países. Durante la celebración del Día de la Victoria (9 de mayo), el Día de Rusia (12 de junio) y el Día de la Ciudad (10-11 de septiembre) se dispersan las nubes para garantizar un tiempo soleado. El coste de estas operaciones asciende a 300 millones de rublos, unos 5,2 millones de dólares.
“A mediados de los años 90 un grupo de expertos firmó un contrato con un país de Oriente Próximo para presentar una tecnología que pudiera 'decantar' la lluvia. Se trata de lo mismo que dispersar la nubes”, explica Pável Konstantínov, instructor del departamento de meteorología y climatología en la Escuela de Geografía de la Universidad Estatal de Moscú. El país obtuvo la lluvia pero el vecino tuvo una dura sequía. “Esto provocó un escándalo internacional con numerosos juicios, y algunos de ellos también fueron contra Rusia”.
Los científicos del Instituto de Física y Atmósfera de la Academia Rusa de las Ciencias también son escépticos acerca de la eficacia y la fiabilidad de este tipo de tecnología.
“Es imposible cambiar el tiempo meteorológico en un lugar de la Tierra sin que eso cambie de manera simultánea las situación de la atmósfera en otro punto del planeta”, declara Alexéi Eliséiev. De modo que la cuestión de las armas climáticas resulta muy dudosa, al menos desde el punto de vista de que “afectará a todos”.
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