El ciclo negativo que domina las relaciones ruso - estadounidenses

Desde la época de Bill Clinton han fluctuado como un péndulo.

Desde la época de Bill Clinton han fluctuado como un péndulo.

Reuters
Desde un punto de vista estructural, Rusia nunca ha estado dispuesta a encajar en un mundo dirigido por EE UU, aunque tampoco tenía fuerzas para lanzar un desafío importante. Y a EE UU siempre le han faltado fuerzas suficientes para dirigir verdaderamente el mundo, aunque tampoco estaba dispuesta a cejar en su empeño.

Moscú y Washington están acostumbrados a hablar entre ellos en un tono elevado. Sin embargo, el ambiente que se respira hoy en día recuerda a los periodos más oscuros de las relaciones entre los dos países.

Lo cierto es que la trayectoria de las relaciones entre Rusia y EE UU es extremadamente estable. Depende de los ciclos electorales, en los cuales puede haber fluctuaciones hacia uno u otro lado, pero hacia el final de una nueva cadencia siempre llega un agravamiento de la situación.

“Bill Clinton se permitía presionar a Rusia sin dudarlo. Al parecer, por un segundo, por un minuto, olvidaba que Rusia es un país con un completo arsenal nuclear. Clinton decidió jugar a enseñar los dientes. Me gustaría hacer llegar un mensaje a Clinton: que no olvide en qué mundo vive. Nunca se ha dado ni se dará el caso de que él solo esté en condiciones de dictar a todo el mundo cómo debe vivir. El mundo multipolar es la base de todo. Tal y como acordamos en su momento con el presidente de china Jiang Zemin, “nosotros dictaremos cómo tenemos que vivir, no él”.

Estas son palabras de Borís Yeltsin durante una visita a Pekín a principios de diciembre de 1999. Solo quedaban poco más de tres semanas para el fin de su mandato, y estas declaraciones marcaban una línea en las relaciones entre los dos países y los dos presidentes (que oficialmente se llamaban “amigos”) en los años 90.

La dura reacción de Yeltsin era una respuesta a unas declaraciones de Clinton en las que el presidente estadounidense aseguraba que Rusia “pagaría caras” sus acciones en Chechenia: Occidente preparaba un paquete de sanciones.

Resulta curioso el hecho de que el responsable de suavizar el efecto provocado por este cruce de declaraciones en aquel momento fuera el primer ministro Vladímir Putin. Según él, las declaraciones de Yeltsin no tenían como objetivo enfriar las relaciones entre Moscú y Washington.

¿La historia se repite?

En este episodio existen todos los elementos que vemos en la actualidad, aunque en versión suavizada. Las advertencias a Rusia sobre los castigos por su comportamiento “inadecuado”, la respuesta extremadamente irritada recordando su potencial militar y la reticencia de EE UU a tomárselo en serio. Resulta simbólico que Yeltsin pronunciara estas amenazadoras palabras en China, apelando a la influencia de su poderoso vecino: todo ello parece un prototipo de la actual cordialidad entre Moscú y Pekín.

Desde 1993 hasta 1998 Washington, y Bill Clinton personalmente, actuaron como patrón principal de la “joven democracia rusa” y por lo visto pusieron mucho de su parte para reforzar las relaciones. Sin embargo, la irritación mutua se fue acumulando. En agosto de 1998 se produjo una crisis económica en la que los participantes bursátiles extranjeros perdieron mucho dinero y se enojaron enormemente. Durante el invierno y la primavera del año 1999 se produjo la primera expansión de la OTAN y comenzaron los bombardeos en Yugoslavia.

George Bush llegó a la Casa Blanca como las antípodas de Clinton, del mismo modo que Vladímir Putin se consideraba el polo opuesto de Yeltsin. No obstante, el esquema se repetía, aunque con una mayor amplitud en las fluctuaciones. Todo comenzó con gestos de simpatía mutua durante su primer encuentro en Lubliana, después hubo una subida drástica a partir de septiembre de 2001, cuando Rusia y EE UU acordaron ser casi aliados en la guerra contra el terrorismo.

Más allá hubo contactos intensivos con profundos saltos: Chechenia, la salida de Washington del tratado ABM, seguidos del Consejo Rusia-OTAN, Irak, la “Revolución de las Rosas” en Georgia, el primer Maidán en Ucrania, la decisión de instalar el Escudo Antimisiles en Europa del Este, Kósovo…

El ambiente se fue espesando, la confianza iba cayendo, pero en abril de 2008, hacia el final de la segunda legislatura de Vladímir Putin, hubo un encuentro en Sochi en el que se firmó la Declaración sobre el Marco Estratégico de las Relaciones. En este documento ambas partes intentaban hacer un inventario de todos los temas en los que tenían intereses mutuos (la declaración estipulaba todo el programa del reinicio de las relaciones, cuyo mérito se atribuyeron más tarde Barack Obama y Dmitri Medvédev). Tras la reunión, los líderes se despidieron pacífica e incluso cálidamente.

Cuatro meses después estalló la guerra ruso-georgiana y las relaciones entre Rusia y EE UU cayeron hasta su punto más bajo desde la guerra fría.

Parecía que todo había acabado, pero de pronto se produjo el colapso de Lehman Brothers, la crisis financiera mundial y de nuevo Rusia dejó de ser importante.

El mandato de Obama y Medvédev

Bajo el mandato de Obama las cosas volvieron a tomar la misma dirección. El anuncio de la distensión en las relaciones con Rusia, la simpatía mutua que se profesaban Medvédev y Obama, las negociaciones sobre Irán, la membresía de Rusia en la OMC, todo ello se produjo de forma paralela a la “primavera árabe”, Libia, el aumento de las diferencias respecto a Siria, el regreso de Vladímir Putin a la presidencia de Rusia y otros factores inesperados como el fenómeno de Edward Snowden. Ucrania, de nuevo Siria, otra vez frente a frente…

Es fácil darse cuenta de que cada vez que termina un ciclo la situación se vuelve más tensa y peligrosa.

Desde un punto de vista estructural, Rusia nunca ha estado dispuesta a encajar en un mundo dirigido por EE UU, aunque tampoco tenía fuerzas para lanzar un desafío importante. Y a EE UU siempre le han faltado fuerzas suficientes para dirigir verdaderamente el mundo, aunque tampoco estaba dispuesta a cejar en su empeño.

Este empeoramiento cíclico de la situación, etapa tras etapa, ha llevado a ambos países a un extremo completamente peligroso, y es que el modelo del orden mundial pensado hace 25 años se ha vuelto definitivamente obsoleto.

En la actualidad ya se discute cómo se producirá la transición y a qué nos llevará. Y para poder descansar aunque sea durante un tiempo, no nos vendrán mal las próximas elecciones estadounidenses. Gane quien gane, habrá una pausa aunque sea breve.

Resulta simbólico también el hecho de que las típicas atracciones que en Europa y América se conocen como “montañas rusas” en Rusia se llamen “montañas americanas”. Los ánimos son iguales, pero cada uno ve las causas en el otro. En la política sucede lo mismo.

Artículo publicado originalmente en ruso en Gazeta.ru.

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