Corría el año 1975, en Bolivia vivíamos en plena dictadura del entonces coronel Hugo Banzer Suárez, periodo difícil y con muchas restricciones. A pesar de las prohibiciones, muchos jóvenes salieron a estudiar a la entonces Unión Soviética, yo fui uno de los que pudo tener ese privilegio. Logré viajar y optar a una beca porque había algunos modos de burlar los controles que ponían las autoridades de los Ministerios de Educación y del Interior. En ese periodo existían muchas negativas; una de esas era que los jóvenes estudiantes no podían ir a estudiar a países como Cuba, URSS, China o pertenecientes a la órbita socialista, tal cual rezaba en el famoso sello rojo en los pasaportes. El mío aún lo conservo.
Ya en el aeropuerto de Moscú, funcionarios de educación, supongo, daban la bienvenida a una numerosa cantidad de estudiantes provenientes de distintos lugares. Fue la primera vez que vi juntos a jóvenes africanos, árabes, asiáticos y latinoamericanos. Supongo que, al igual que yo, estaban desorientados debido a factores como el clima, idioma y el trato por demás amable y cálido.
Nos distribuyeron en habitaciones y después llegó la invitación para la cena. Debo admitir que el primer choque fue la comida, los sabores distintos a los que estaba acostumbrado no fueron de mi pleno agrado. Hoy después de tantos años, añoro estos platillos rusos y cuando tengo el placer de comerlos me parecen una delicia, ¿o será que me acostumbré a ese sazón en los nueve años que viví en este país?
En los días siguientes, de acuerdo a las carreras escogidas, los estudiantes fueron destinados a las distintas universidades y repúblicas de la ex Unión Soviética. Los más afortunados se quedaron en Moscú; a mí me tocó la ciudad ucraniana de Donetsk. Era una ciudad famosa por sus minas de carbón y también por la gran cantidad de áreas verdes, quizás para combatir el hollín que despedían las numerosas minas. En la residencia me dieron mi habitación, que debía compartir con un estudiante soviético, esto para poder practicar en los meses siguientes el idioma.
El cronograma de estudios fue el siguiente: el primer año había que pasar la facultad preparatoria, después la carrera en sí y, finalmente, si se podía, el postgrado. Era desconcertante que la profesora solo hablara en ruso, yo creo que hablaba otro idioma más, sea inglés o francés, pero por razones pedagógica, solo lo hacía en ruso y nosotros, los extranjeros, no le entendíamos nada.
Durante el primer año conocimos algo de historia, geografía y, sobre todo, literatura por la carrera que escogí. Pasaron los exámenes del primer y segundo semestre, y después los “destinos” para iniciar la carrera en sí. A mí me tocó la bella ciudad de Leningrado, hoy San Petersburgo, en la famosa Universidad Estatal Zhdánov, donde estudió Lenin entre otros importantes personajes.
Las clases en la ex URSS en todo el sistema educativo comienzan el primer día de septiembre, no importaba incluso si esta fecha era domingo. Ya en una ciudad tan grande como Leningrado, entonces con cuatro millones de habitantes, las distancias eran considerables y debía viajar a mi universidad durante una hora. En la facultad ya estaba determinado el horario de clases, no se perdía ni un minuto de instrucción.
Lo interesante es que los catedráticos dictaban su materia como si estuviera dirigida unicamente a los estudiantes soviéticos, a pesar que por lo menos un 20% de alumnos eran extranjeros. Entonces el trabajo era doble para nosotros, porque había palabras que aún no entendíamos y debíamos buscar su significado con diccionario de por medio, en horas de estudio que generalmente se prolongaban hasta la madrugada.
En los primeros contactos con mis compañeros soviéticos noté que estos jóvenes, que recién habían terminado los diez años de la escuela y lograron ser admitidos en la facultad, después de estrictos exámenes, tenían conocimientos de la historia de cada país y además sabían al dedillo lo que ocurría en el mundo. Sin duda, estábamos en desventaja pues el sistema educativo en la URSS era de un nivel muy elevado, de esto no había duda.
Una vez vencido el segundo curso, se debía hacer prácticas en algún medio de comunicación, y también realizar trabajos voluntarios cosechando frutas, verduras y otros productos. Ambas fueron experiencias inolvidables, en la cosecha de cerezas parte de lo recolectado iba a nuestros estómagos.
En la práctica universitaria, primero teníamos una reunión con el jefe de redacción, quien nos daba las tareas a cumplir; generalmente debíamos escribir sobre temas culturales, pero a mí me tocó informar sobre dos cóndores: la mamá cóndor había puesto dos huevos y había peligro de que fueran destruidos por ellos mismos. Entonces mi jefe me dijo: “Tú eres de Bolivia y en tu país hay muchos cóndores, así que te traes una bonita nota”.
Un último y grato recuerdo de esa etapa de preparación profesional, fue conocer al ajedrecista Anatoli Kárpov, quien por cierto, estudió en la facultad de economía de mi universidad. Justamente en esos años, disputó el título mundial de ajedrez con el disidente Korchnói; fueron partidas largas que mantuvieron en vilo no solo a los soviéticos sino a millones de amantes de este deporte.
Una vez finalizados mis estudios de licenciatura, la universidad me dio la oportunidad de realizar un posgrado en televisión y el trabajo práctico lo hice en el canal de Leningrado. Durante las vacaciones, teníamos la posibilidad de viajar a países vecinos. La Unión Soviética, aparte de formar a jóvenes estudiantes, ofreció balnearios de descanso en lugares turísticos del Mar Negro, Sochi, Yalta y otros.
De la vida en la URSS se pueden escribir muchas cosas, cada día había algo nuevo para aprender. Durante ese tiempo conocí de cerca lo que es la solidaridad, la fraternidad y el amor. No cambiaría por nada esos años, muchas veces siento una gran nostalgia y quisiera volver al lugar que me recibió con tanto cariño. Estaré por siempre agradecido con el pueblo soviético y con mi universidad por una maravillosa experiencia. Si alguno de ustedes tiene la oportunidad de viajar a Rusia a estudiar, no lo piensen dos veces, no se arrepentirán en absoluto.
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