Nostalgia por la escuela rusa: universitarias panameñas recuerdan sus estudios en la URSS

Dos amigas panameñas, Blanca y Maritza, llegaron a la URSS para estudiar en la universidad. Blanca empezó hidrotecnia, un tipo de ingeniería civil dedicada a la construcción de instalaciones relacionadas con el agua, en Moscú. Maritza medicina en Kiev en el Instituto de Medicina A.A. Bogomoletz. Maritza terminó sus estudios en 1976 y Blanca en 1989. Se encontraron en Moscú, en la conferencia internacional de egresados de las universidades rusas, organizada por la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos(RUDN). Compartieron sus historias más de 20 años después con RBTH.

La idea de estudiar en la URSS fue tanto una cuestión práctica – en Panamá no podían especializarse en estas áreas de estudio – como de curiosidad – la Unión Soviética parecía otro mundo que valía la pena conocer. Ninguna de las estudiantes hablaba ruso cuando llegó, pero como el primer año era preparatorio y vivían en una residencia de estudiantes, este problema se resolvió en unos meses.

Antes de empezar el curso de ruso tuvieron que realizar exámenes de su especialidad. “Al iniciar la preparatoria nos presentamos a un examen de conocimientos generales sobre ciencias, matemáticas y química, que servía para establecer nuestro nivel. En invierno se volvía a hacer otro examen, con el cual se evaluaba si alcanzamos o no el nivel requerido para continuar en el grupo o  si debemos pasar a otro de nivel inferior.  Por suerte, el resultado fue bueno y continuamos en el grupo más alto. Concluida la preparatoria, inicié los estudios de medicina”, dice Maritza.

Aprendieron a adaptarse a la vida en la URSS bastante rápido. “Casi no tenía amigos extranjeros, la mayoría eran soviéticos”, dice Blanca. “Ellos eran quienes sabían dónde y cómo conseguir cualquier cosa que me faltara, ya fueran alimentos o ropa”.

Por su parte, Maritza explica: “A menudo se organizaban encuentros sociales con amigos y compañeros. Había personas de diferentes nacionalidades: colombianos, mexicanos, cubanos panameños, costarricenses, dominicanos, griegos, chipriotas, africanos, árabes...”.

Además, tuvieron la oportunidad de conocer al máximo la cultura rusa: obras de teatro, ballet, circo y del cine soviético. Disfrutaron también de la cocina rusa, que incluso aprendieron a cocinar. Sus recetas  favoritos eran jolodéts y borsch – la famosa sopa hecha con betabel o remolacha. “Tuve también la oportunidad de compartir mesa con familias soviéticas que me invitaban”, comenta Maritza.

Blanca quedó impactada por la manera de enseñar en la URSS. “La teoría es muy profunda”, confiesa. “Con la práctica iba muy bien, pero en las clases de teoría no podía estar al mismo nivel”. Al graduarse tuvo que regresar, ya que las leyes de entonces no ofrecían la posibilidad de buscar empleo para los egresados extranjeros. Pero antes tuvo la oportunidad de viajar. “Conocí Leningrado, Sochi y Tbilisi”, cuenta Blanca. “Son lugares muy bonitos”.

Blanca Tamara apreció la enseñanza en la RUDN, y al regresar no tuvo ningún problema en buscar trabajo. “No hay especialistas en este ámbito en Panamá”, confiesa. Las dos egresadas coinciden en que la atención médica gratuita, que tenían durante los cinco años de estudios, era otra ventaja. En esto las dos egresadas están de acuerdo. Además, recibían una beca que les permitía cubrir sus gastos diarios. “Mi esposo y yo recibíamos un estipendio de 90 rublos”, cuenta Maritza.

Para Maritza estos años de estudios fueron mucho más que una carrera. En el curso preparatorio conoció al que sería su futuro esposo. Él es costarricense y en la residencia, al saber que estaban casados, les permitieron vivir en un cuarto juntos. Allí tuvieron a su hija, Débora Oxana, que pudieron inscribir al jardín de infancia de la universidad. “Nos acompañaban una pareja de dominicanos de nuestro instituto y tenían un bebé casi de la misma edad que mi niña”, recuerda Maritza.

“Mientras tuvimos a la niña en la residencia era algo muy  divertido. Muchos compañeros que estudiaban en Kiev, y con los que habíamos hecho amistad, también nos ayudaron en el cuidado de la niña. En el lavado de su ropita o en hacer las compras de los alimentos. Era una convivencia y solidaridad muy bonita.  Así mi hija llego a tener muchos tíos y tías.”

Al acabar sus estudios ambas tuvieron que volver a Panamá, tanto por las leyes como por razones familiares. Ambas se establecieron en el país centroamericano, felices de encontrar trabajo, pero extrañando su escuela. Maritza, que ahora es divorciada y tiene tres hijos, no descarta la posibilidad de regresar. “Si me casara con un ruso, viviría aquí”, dice riéndose. Les parece imposible volver a vivir en Rusia sin recordar bien el idioma, pero los años que les permitieron conocen el otro lado del mundo y su gente aún les despierta nostalgia.

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