¿Cómo ir al baño en la Rusia imperial?

Kira Lisitskaya (Foto: Valery Shustov/Sputnik; Global Look Press)
¿Por qué apestaban las escaleras, qué es un "pozo de absorción" y por qué un caballero decente debía temer a veces a un jardinero? Las respuestas eran bien conocidas por cualquier ruso del siglo XIX que alguna vez sintiera la necesidad de ir al baño en medio de una calle de la ciudad.

"Todo guardián de patio está obligado a señalar este lugar a todo el mundo. Sin embargo, hay que evitarlos, ya que los lugares señalados son en su mayoría descuidados. Es más conveniente entrar en el primer hotel, dando al portero de 5 a 10 kopeks de propina. Un lavabo público, bastante limpio - en Iliinka, frente a la Bolsa, detrás del hotel Novotróitskaia en la estrecha Pevcheskaya, en el pasadizo, con la bajada a la planta sótano", esto es lo que escribió el periodista Vladímir Guiliarovski en una guía de Moscú en 1881.

Como puede verse, en aquellos tiempos era muy difícil encontrar un retrete público en Moscú. De hecho, no hubo baños públicos en las capitales rusas hasta la década de 1890.

¿Nocturnos o pozos absorbentes?

Plaza Sújarevskaia de Moscú, con la torre Sújarev al fondo, finales del siglo XIX. Obsérvese el estado calamitoso de la calle, cubierta de barro y heces.

Los primeros baños equipados de Rusia se encontraban, por supuesto, en las dependencias imperiales. Había letrinas en el palacio de Iván el Terrible en Kolomna, en los palacios de Alexéi Mijáilovich en Izmáilovo y Kolómenskoie. En 1710, en el palacio Montplaisir de Peterhof, se construyó la primera letrina rusa con cisterna para Pedro el Grande.

A finales del siglo XVIII, aparecieron baños debidamente equipados en las casas de la nobleza. Los describió con detalle Daikokuya Kōdayū, un comerciante japonés que había naufragado en las islas Aleutianas y luego se vio obligado a pasar diez años en Rusia en la década de 1790 hasta que Catalina la Grande le permitió regresar a casa con su tripulación. Daikokuya contempló la vida rusa con los ojos de un forastero.

"Incluso en las casas de cuatro y cinco pisos hay retretes en cada planta", así describía Daikokuya la vida cotidiana de San Petersburgo, que visitó en varias ocasiones. "Están dispuestas en una esquina de la casa, cercadas desde el exterior con un muro de dos o tres capas, para que el olor no se filtre. En la parte superior se construye una tubería a modo de chimenea por la que sale el mal olor".

Daikokuya escribe que la altura del asiento de madera de estas letrinas era de medio metro, y lo explica de la siguiente manera: "en Rusia, los pantalones se ponen muy apretados, así que es incómodo ponerse en cuclillas, como hacemos nosotros [los japoneses]".

Zolotars (equipo de saneamiento) en la década de 1910

También señala que las casas tenían letrinas con varios agujeros a la vez, y que la gente rica tenía estufas en sus letrinas para mantenerse caliente. Cita la tasa municipal por vaciar los pozos negros, donde acababan vertiéndose todos los residuos: 25 rublos al año. Para los estándares de la época, era mucho dinero, que sólo podían permitirse los ricos.

La limpieza de los pozos negros corría a cargo de equipos de zolotar (equipos de saneamiento) que aparecieron por primera vez en tiempos de Catalina la Grande (siglo XVIII). Recorrían ciertas partes de la ciudad y sacaban el lodo apestoso en barriles; por este servicio se cobraba una tarifa. La mayoría de los ciudadanos intentaban ahorrar dinero vertiendo sus aguas residuales en la calle, o en zanjas detrás de la valla, o donde fuera.

La historiadora Vera Bókova escribe que a mediados del siglo XIX, los "pozos absorbentes" eran populares en Moscú. Así los describe el director de teatro moscovita Yuri Bajrushin: "Pozos en el suelo, que tenían la capacidad de succionar hacia la tierra todo lo que caía en ellos. Gracias a ello, los propietarios de parcelas se ahorraban el gasto de retirar los desperdicios de su propiedad. Toda esa suciedad repugnante se vertía en el pozo y 'desaparecía'. Y al propietario no le importaba que luego fuera a parar a los manantiales subterráneos que alimentaban los numerosos pozos de agua potable".

En los edificios de apartamentos, había habitaciones con letrinas situadas en las escaleras públicas, lo que hacía que los pasillos apestasen, sobre todo en verano. En los patios, había cabinas de madera encima de los pozos negros, para los que vivían en el primer piso y en los sótanos, así como para los jardineros y porteros.

En la segunda mitad del siglo XIX, algunos de los hoteles más caros y las casas de los ricos ya disponían de retretes. Pero, ¿qué podía hacer un ciudadano de a pie si necesitaba ir al baño en la calle?

Retretes callejeros en la Rusia zarista

"Viaja por toda Europa occidental y no verás escenas como las que ocurren en San Petersburgo todos los días y a la vista de todo el mundo. Un caballero se para en medio de la calle y, a la vista de todos los pasajeros de los carruajes que pasan, satisface sus necesidades. En Londres, un caballero así habría sido llevado a comisaría como un delincuente; pero ¿cómo podría hacerse algo así a un habitante de una ciudad en la que no existe un bien necesario de la vida urbana: los urinarios? Además, probablemente sabemos que si un transeúnte decente se queda un minuto o dos en un callejón, el guardián del patio lo expulsa a la calle", escribió Iván Goncharov en 1864. El gran escritor era tan petersburgués como el que más, y él mismo, como admitió en una carta, se vio obligado a veces a "descubrir públicamente, en la calle, la enfermedad humana".

El primer retrete público, informa el historiador Ígor Bogdanov, apareció en San Petersburgo en 1871, en el Manezh Mijáilovski. "Tenía dos urinarios, dos retretes y una pequeña habitación para un vigilante; el retrete disponía de abundante agua, calentada por una estufa de hierro fundido". La calefacción era obligatoria en los aseos de la calle, pues de lo contrario el agua se congelaba en invierno.

Proyecto de cabina de madera de un aseo público en San Petersburgo.

Pronto se construyeron otras cinco cabinas callejeras según el diseño del arquitecto municipal Iván Metz. Tenían compartimentos separados para mujeres y hombres, y una habitación para el vigilante. Estaban valladas y se plantaron árboles a su alrededor. Sin embargo, escribió el arquitecto Metz, "¡mucha gente prefiere detenerse fuera, cerca de la cabina, en lugar de pasar directamente por las puertas! ¡Ay! También lleva tiempo, se tarda años en acostumbrarse a los buenos modales". Estos aseos eran gratuitos, mantenidos por el gobierno de la ciudad.

En Moscú las cosas estaban más sucias: los primeros baños públicos completos no empezaron a aparecer hasta finales de la década de 1890. Antes de eso, sólo se instalaban cabinas, sobre todo en los grandes mercados, donde era bastante indecente vaciarse en público en la calle. Pero, ¿y en el resto de las calles? Como recordaba el moscovita Nikolái Davidov, "los lugares donde había taxistas, posaderos, tabernas, tabernas populares y establecimientos similares y, por último, todas las esquinas de las calles, aunque estuvieran tapiadas por debajo, los diversos recovecos (¡y había muchos!) y las puertas cubiertas de las casas... eran hervideros de aire viciado".

Desde la década de 1880, en algunas plazas públicas se construyeron urinarios públicos, simples rejillas sobre fosas sépticas excavadas en el suelo y cerradas por mamparas (como los vestuarios de las playas). Y sólo a principios del siglo XX aparecieron baños públicos de piedra, incluidos tres subterráneos: en las plazas Teatrálnaia, Sújarevskaia y Púshkinskaia.

Foto tomada desde las escaleras de la torre Sújarev, muestra dos entradas a los aseos públicos subterráneos de la plaza Sújarev (centro de la foto).

Sin embargo, el principal problema de las letrinas públicas en la época zarista era deshacerse de los residuos. Después de todo, incluso en Moscú y San Petersburgo, las dos ciudades más pobladas del imperio, no hubo sistema de alcantarillado hasta finales del siglo XIX.

En Moscú no se empezó a construir y desarrollar un sistema de alcantarillado hasta 1893, cuando aparecieron los campos de regadío de Lúblinskie, donde las aguas residuales se filtraban a través del suelo. Y aún así, durante mucho tiempo la antigua capital estuvo rodeada por un "anillo de aguas residuales", que el historiador Soloviov comparó con los anillos de Saturno - porque los zolotars moscovitas transportaban y vertían los residuos fuera de la ciudad. Al acercarse a Moscú, los pasajeros de los trenes cerraban las ventanillas porque el olor era muy fuerte. Los zolotars siguieron deambulando por las calles de la capital hasta la década de 1930.

El aseo público del campo Devichie de Moscú, uno de los más antiguos de la capital.

En San Petersburgo la situación era desgraciadamente "más fácil": la ciudad está atravesada por ríos y canales, donde era posible verter las aguas residuales. Como escribe el historiador Ígor Bogdanov: "Básicamente, en los siglos XVIII y XIX, las aguas residuales, así como los efluentes de las empresas industriales se vertían sin filtrar en ríos y canales y se llevaban al golfo de Finlandia. La contaminación de los cursos de agua de las ciudades y la obstrucción de los canales de las calles obligaron al gobierno, ya en 1845, a prohibir la conexión de los pozos negros de los patios a las tuberías de las calles".

Urinario público en Moscú, años veinte

Desgraciadamente, a pesar de todos los esfuerzos y de varios proyectos, nunca se construyó un sistema general de alcantarillado en San Petersburgo bajo el reinado de los zares. Una de las consecuencias fue la terrible epidemia de cólera que comenzó en la ciudad en 1918. En la época del poder soviético se empezó a construir un sistema de alcantarillado completo en San Petersburgo.

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