El emperador Alejandro de Rusia (1777-1825) tuvo una relación duradera y problemática con su archienemigo, Napoleón Bonaparte. Napoleón pidió la mano de las dos hermanas de Alejandro, pero se encontró siempre con una fría negativa. Pero, ¿podría ser que Alejandro y la segunda esposa de Napoleón, Josefina de Beauharnais, mantuvieran una relación amorosa o, al menos, estuvieran planeando juntos un gran juego político?
Enamorada de los grandes
Alejandro y Josefina se conocieron en 1814, cuando ella ya no era la esposa de Napoleón. En 1808, Napoleón tenía claro que Josefina no podría darle un heredero. En 1809, se divorciarían. Aunque Napoleón se casó con María Luisa, duquesa de Parma, y tuvo un hijo con ella, Josefina mantuvo el título de emperatriz de Francia y no rompió la amistad y la correspondencia con Napoleón.
Era abril de 1814 y el ejército ruso entraba en París tras su victoriosa campaña, derrotando a Napoleón, que fue exiliado a Elba. El 6 de abril se restablecía formalmente la monarquía borbónica en Francia. Sin embargo, el rey Luis XVIII fue autorizado por Alejandro I a entrar en París sólo después de haber firmado un compromiso escrito de gobernar como monarca constitucional.
El 16 de abril de 1814, Alejandro se dirigió al Château de Malmaison, un castillo cercano a París, donde vivía Josefina. “Hubiera venido antes”, bromeó el Emperador, “pero me retrasó la valentía de sus soldados”. A su llegada, Alejandro se sorprendió de las “pobres” condiciones (para una ex-emperatriz) en las que vivía Josefina. Alejandro conoció a la hija y a los nietos de Josefina, de 31 años, y dio órdenes de proteger y apoyarla, junto a su familia a súbditos. Sin embargo, a juzgar por los costosos regalos que Alejandro y Josefina intercambiaron, había algo más importante detrás de su encuentro.
Regalos costosos
Josefina regaló a Alejandro un famoso tesoro que guardaba en su colección, el Camafeo Gonzaga, una gema helenística grabada tallada en las tres capas de un sardónice indio, que data, quizás, del siglo III a.C. Alejandro, en su nombre, también entregó a Josefina un regalo verdaderamente real: un collar con 11 diamantes.
El emperador ruso empezó a acudir a la Malmaison con frecuencia, dando largos paseos y conversando con Josefina. A la sociedad política parisina esto le pareció sospechoso. El emperador Alejandro, que podía entretenerse en la corte, prefería pasar el tiempo con la ex emperatriz, que, a los ojos del público, seguía representando a Napoleón. Incluso quiso seguirle a la isla de Elba, pero los aliados se lo prohibieron.
El 25 de mayo, Josefina se sintió repentinamente muy enferma y murió cuatro días después, justo un mes antes de cumplir 51 años. Se rumorea que se resfrió durante sus paseos con Alejandro; supuestamente llevaba vestidos de verano para impresionarle, aunque ese mayo aún no hacía mucho calor.
Sin embargo, esta historia tiene otra vertiente. Charles-Maurice de Talleyrand, ministro francés de Asuntos Exteriores y posterior primer ministro, estaba muy preocupado por las comunicaciones de Josefina y Alejandro, ya que sospechaba que eso podría llevar a la sustitución de Luis XVIII por el hijo de Napoleón, Napoleón II, de tres años, con su madre María Luisa como regente. Se sabía que Alejandro I detestaba a Luis XVIII y no lo quería en el trono francés. Era muy natural sospechar que detrás de las frecuentes visitas de Alejandro a Malmaison hubiese una agenda secreta. De hecho, el propio Napoleón definió a Alejandro como “un verdadero bizantino”, dando a entender el carácter esquivo del emperador ruso.
Existieron rumores de que Josefina podría haber sido envenenada de alguna manera por los agentes de Talleyrand para evitar que actuase bajo el influjo de Alejandro. Por lo tanto, bien podría haber sido no el resfriado que contrajo durante los paseos con Alejandro, sino algo más lo que causó su muerte. Tras el fallecimiento de Josefina, Alejandro compró su colección de arte a sus hijos.
Los diamantes de Josefina que Alejandro le regaló fueron heredados por su hijo Eugène, el duque de Leuchtenberg y, posteriormente, pasaron a formar parte de la tiara de Leuchtenberg realizada por Fabergé para los descendientes de Eugène. La tiara sigue intacta. Fue comprada en 2007 por un coleccionista de arte estadounidense y ahora está expuesta en el Museo de Ciencias Naturales de Houston. El camafeo de Gonzaga forma parte de la colección del Hermitage Estatal de San Petersburgo.
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