Cuando una mujer siberiana se convirtió en musa de Henri Matisse

Archivos de Henri Matisse; Colección privada
La relación entre Lidia Delectórskaia y el famoso francés no puso estar más lejos del banal estereotipo de “artista y modelo”. Su esposa despreciaba a la rusa, considerándola una intrigante, pero al gran artista no le importaba. Lidia dedicó su vida a Matisse.

Lidia Delectórskaia nació en 1910 en el seno de una familia culta de Tomsk, pero perdió a sus padres a una edad temprana. Otro golpe le llegó durante la Revolución Rusa y su huida a Harbin, en China. En aquella época, Harbin era un refugio seguro frente al régimen soviético, y muchos emigrantes rusos acabaron instalándose allí.

A los 20 años se casó precipitadamente y pronto se trasladó a París. Le siguieron el desarraigo y el divorcio. Refugiada sin derechos, Lidia no pudo encontrar un trabajo decente y probó suerte en muchas cosas: Trabajó como extra de cine, bailarina y modelo. Dos años después, en 1932, casi sin dinero, Lidia se encontraba en Niza...

Retrato de Lidia Delectórskaia, publicado en su libro

Esta es, en resumen, su vida antes de conocer a Henri Matisse. Quizás se puedan añadir algunos detalles más a este resumen vital. Lidia siempre tuvo pasión por aprender. Cuando sus padres vivían, fue educada en casa. Luego terminó la escuela en Harbin y se matriculó en la Sorbona de París, pero no permaneció allí mucho tiempo porque no pudo pagarse la matrícula. En una palabra, era una joven bien educada y de buena familia, cualidades que determinaron en gran medida que el destino la acercara al gran artista francés.

Presagio ruso

En 1932, Matisse trabajaba en una nueva versión de su legendario lienzo monumental, La Danza, para un estadounidense adinerado, Albert Barnes. (La primera versión, pintada por el artista en 1910, había sido encargada por el industrial y coleccionista de arte ruso Serguéi Shchukin, que fue capaz de detectar el gran genio del artista que había sido rechazado por Francia).

El panel a gran escala requería más de un par de manos, y Matisse ya tenía más de 60 años en ese momento, por lo que necesitaba desesperadamente un asistente. Lidia respondió a su anuncio de trabajo. Matisse dijo más tarde que la contrató porque el original de La Danza había sido encargado por un ruso. Lo vio como un buen augurio para el futuro destino del nuevo cuadro.

Una vez terminada la obra, Lidia cobró y empezó a hacer las maletas para irse. Pero en ese momento Madame Matisse cayó enferma y necesitó de un cuidador. La familia decidió quedarse con la rusa, fiable, tranquila y culta.

Es cierto que fueron precisamente estas cualidades las que pronto se volvieron en contra de los Matisse. Lidia demostró ser no sólo una buena cuidadora, sino también una excelente ama de llaves y secretaria. Mientras Madame Matisse estaba enferma, Lidia se fue haciendo cargo de todos los asuntos del artista.

A continuación, Matisse, que al principio no prestaba mucha atención a la muchacha, de repente la miró con interés: Comenzó a hacer bocetos de ella y la hizo sentarse para un retrato, y esto continuó así durante los siguientes 20 años.

Durante un tiempo se mantuvo la ambigüedad de la situación en la familia, pero la preocupación de su esposa fue en aumento. Entonces, en 1939, Madame Matisse dejó a su marido y solicitó el divorcio. Al final, el procedimiento de divorcio no se puso en marcha, pero la familia se rompió. Los cónyuges vivieron separados el resto de sus vidas.

A menudo se le preguntaba a Lidia sobre la naturaleza de su relación con Matisse. Nunca evadió la pregunta, pero tampoco dio una respuesta directa. Es evidente que no se equivocó en una cosa: Matisse, su talento y su obra se convirtieron en el verdadero sentido de su vida.

Durante 22 años, Lidia lo fue todo para él. Se ocupó de sus negocios y de las tareas domésticas, y cuando sus fuerzas empezaron a flaquear (el artista sufría a su vez de asma y artritis, y en los últimos años de cáncer), le animó y consoló, y defendió sus intereses ante coleccionistas y marchantes de arte.

Henri Matisse. The Pink Nude, 1935

En los años de la guerra, cuando se refugiaron en la ciudad sureña de Vence, Lidia se aseguró de que hubiera suficiente comida en la casa y de que no se congelara por el frío. Lidia está representada en muchas de las obras del artista. Los expertos cuentan más de 90 cuadros, entre ellos El desnudo rosa, de 1935, varias Odaliscas de 1937 e Interior con jarrón etrusco, de 1940, así como retratos personalizados de Lidia que realizó durante estas dos décadas.

Regalos no correspondidos

Matisse tomó la costumbre de regalar cuadros a su musa dos veces al año. Como no era derrochadora, Lidia gastaba todo el dinero que ganaba (el artista le pagaba un sueldo mensual como secretaria) en comprarle bocetos y esculturas.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Lidia se puso en contacto con la misión diplomática soviética en Francia y envió unos primeros nueve dibujos como regalo a su tierra natal. La explicación que dio fue que, como rusa, quería que sus antiguos compatriotas conocieran la obra de quien consideraba la mejor artista de los tiempos modernos.

Posteriormente, Lidia consiguió el apoyo de la Ministra de Cultura soviética, Yekaterina Furtseva, y en los años de la Perestroika mantuvo correspondencia con los directores de los museos y estableció una amistad personal con ellos. En total, regaló más de 300 objetos a los museos Hermitage y Pushkin. Gracias a ella, los fondos de Matisse en Rusia son hoy los mejores del mundo.

Henri Matisse. Blue eyes, 1934

Resulta sorprendente que esta mujer, que había abandonado la Rusia zarista cuando era una niña, quisiera volver a casa, aunque ese hogar fuera ahora la Unión Soviética. A pesar de su activa colaboración con los museos, se le negó educadamente un pasaporte ruso en vida. Las autoridades no dieron una razón específica, pero es fácil suponer que eran conscientes del origen de la nobleza de Lidia y del hecho de que había huido de Rusia en los años en que se estableció el nuevo Estado soviético.

Embajadora cultural

Sin embargo, el descrédito con el que se la miraba no consiguió enfriar su ardor por hablar al pueblo ruso de Matisse, y a los franceses de la cultura rusa. Tras la muerte de Matisse en 1954, su familia despidió a Lidia. Dejó la casa de Matisse en Niza, donde habían transcurrido los dos últimos años de su vida (hoy la villa junto al mar alberga el Museo Matisse), y se fue a París, donde vivió sola durante casi otro medio siglo.

Lidia escribió varias monografías dedicadas a Matisse y participó activamente en todo tipo de actividades para dar a conocer su obra: desde numerosas entrevistas hasta el montaje de exposiciones y la creación del museo. Sin vender los cuadros que él le había legado, vivía principalmente de los derechos de autor que obtenía traduciendo del ruso al francés y viceversa.

En particular, pasó muchos años traduciendo al francés las obras de Konstantin Paustovski, a quien conoció en París en los años cincuenta. Gracias a él, pudo visitar la URSS, como invitada por él. Pudo proclamar con toda justicia: “¡A Francia le di a Paustovski, y a Rusia a Matisse!”.

Retrato de Lidia Delectórskaia por Henri Matisse, 1947

Lidia murió en 1998, a los 87 años, quitándose la vida. Sin ninguna esperanza de ser enterrada en Rusia de acuerdo con sus últimos deseos, compró una parcela en un cementerio parisino y erigió una lápida antes de morir, con palabras atribuidas, según la leyenda, a Picasso: “Matisse preservó su belleza para la eternidad”.

Sin embargo, los últimos deseos de Lidia fueron cumplidos por su sobrina y los restos de la musa de Matisse fueron enterrados en Pavlovsk, cerca de San Petersburgo, junto a una réplica de la lápida original.

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