4 musas rusas que inspiraron a grandes artistas del siglo XX

Alphonse Mucha, Dominio público, Getty Images, anrimatiss.ru
Detrás de cada gran hombre hay una mujer rusa todavía más grande.

1. Olga Jojlova

Jojlova visitó París en 1917 como bailarina, cuando Picasso estaba diseñando el decorado y los trajes para uno de sus espectáculos. El pintor tenía 35 años y estaba tan enamorado de esta bella rusa pelirroja que apenas sonreía, que pasó la mayor parte del año tratando de seducirla. La pareja se casó un año después, a pesar de las objeciones que puso la madre de Picasso a que su hijo se casara con una extranjera. Aunque cedió finalmente cuando Picasso le regaló un retrato de su futura esposa en una mantilla.

En un principio, gracias al matrimonio Picasso ascendió a las altas esferas de la sociedad parisina, y su aristócrata esposa disfrutó de este estatus. En muchos aspectos su matrimonio tuvo un primer período de estabilidad y felicidad, a lo que contribuyó el nacimiento de su hijo Paulo en 1921. Las pinturas de Jojlova que hizo Picasso en esta época son amorosas; tienden a idealizarla, aparece sentada y leyendo, y pone énfasis en su nariz y ojos perfectos.

A medida que el matrimonio avanzaba y Jojlova tuvo problemas médicos, comenzaron también las complicaciones dentro de la pareja. A partir de 1927, Picasso se unió en secreto con una amante, Marie-Therèse Walter, de 17 años de edad.

Su relación empeoró y pasó a la amargura, hasta que Jojlova y Picasso se separaron en 1935.

2. Gala Dalí

Gala Dalí (de soltera Elena Ivánovna Diákonova) fue, en muchos sentidos, una figura misteriosa, al igual que su marido Salvador. A pesar de ser recordada como musa, Gala era una parte independiente dentro de un matrimonio igualitario, y la mayor parte de su trabajo quedaba fuera de la vida pública.

Nacida en Kazán y criada en Moscú, Gala conoció a Salvador Dalí en 1929, cuando ella estaba con su entonces marido, el poeta surrealista Paul Éluard. La mujer se enamoró de este joven y poco conocido artista español, diez años menor que ella, y se fugó al costero pueblo de Cadaqués para estar con él. Cinco años después, se casaron.

La feminidad de Gala se convirtió en una de las piedras angulares de los esfuerzos artísticos de su marido, que la inmortalizaría en forma de Virgen, como un enigma y como un poderoso símbolo erótico. Sin embargo, la relación de la pareja, si era de inspiración mutua, al parecer fue muy poco física debido a la fobia de Dalí al contacto. De hecho, Gala lo apodó como “mi hijito”.

Pero Dalí tuvo suerte de contar con Gala, y él mismo lo sabía. Temerosa y voraz, la rusa luchó con uñas y dientes para promocionar el trabajo de su marido, algo que hacía yendo de galería en galería. Tan intenso era el vínculo creativo, que el pintor llegó a firmar algunas de sus obras como “Gala Salvador Dalí”, en alusión a la unidad total de la pareja.

3. Lidia Delektórskaia

La relación platónica de Henri Matisse con su compañera siberiana es la historia de dos personas vulnerables que dependen la una de la otra. Sin ella, la renovada y prolífica producción de las dos últimas décadas de la vida del gran artista habría sido prácticamente imposible.

Criada en Tomsk y huérfana por la muerte de ambos padres en 1922, Lidia Delektórskaia llegó a Niza. Era una refugiada empobrecida que sobrevivió bailando y haciendo de modelo. Se convirtió en la asistente de estudio de Matisse en su obra maestra La danza. A Delektórskaia se le encomendó entonces la tarea de cuidar a la enferma esposa de Matisse, Amélie, pero poco a poco fue asumiendo el papel de gerente, supervisando el funcionamiento del estudio, las maquetas y las exposiciones. Como escribió su biógrafa Hilary Spurling: “Podría haber dirigido un ejército... Todo funcionaba como un reloj”.

Con un nuevo brillo en sus ojos, Delektórskaia se convirtió en la modelo de Matisse en Desnudo rosa (1935). Matisse estaba tan familiarizado con su cuerpo que no pintó a nadie más durante los siguientes cuatro años. Delektórskaia fue desterrada por la esposa de Matisse por ocupar su lugar en su propia casa (la rusa intentó suicidarse). Posteriormente la pareja se reunió tras de la separación de Amélie y Henri en 1939.

4. Sonia Delaunay

Ya era una artista establecida cuando conoció a su marido Robert. Sonia Delaunay (de soltera Sara Stern) es quizás la única musa en esta lista que ha tenido una próspera carrera artística.

Nacida en el Imperio ruso en 1885, Sonia pasó su infancia en San Petersburgo después de ser adoptada por un tío rico. Tuvo una formación privilegiada y recibió educación artística, lo que le permitió estudiar en Alemania y luego en París. Fue allí donde conoció a Robert antes de casarse con él en 1910.

Después de que naciera Charles, el hijo de Robert y Sonia, en 1911 ella confeccionó una colcha de estilo ucraniano en la que “evocaba conceptos cubistas”. La fusión del cubismo y el neoimpresionismo, apodado “simultáneo”, demostró cómo los colores pueden alterarse dependiendo de cuales sean los que están alrededor. Esto se evidencia en Prismas eléctricos (1914) de Sonia, o en Forma circular (1913) de Robert.

Desde ese momento en adelante, Sonia trataba de llenar de vitalidad todos los ámbitos de su vida y declaró que “el color es la piel del mundo”. El apartamento de la pareja se convirtió en un lugar de experimentación artística; donde ella usaba colores que contrastaban en las paredes, muebles e incluso ropa. La pareja exhibió sus obras en el club de tango Bal Bullier de París. Después de la Primera Guerra Mundial, este mismo apartamento se convirtió en un salón para las vanguardias mundiales.

A lo largo de la década de 1920, Sonia siguió como diseñadora de moda y llegó a abrir su propio estudio. Después de la muerte de su marido en 1941, la pintura volvió a ser su medio preferido. Su amplia y extensa obra hizo que el Louvre le dedicara una exposición en 1964, por cierto, fue la primera dedicada a una mujer.

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