Miguel I de Rumanía, el monarca condecorado por Stalin que fue aliado de Hitler

Historia
BORÍS YEGÓROV
Fue capaz de conservar su trono haciéndose amigo de la URSS. En Moscú se referían de broma a Rumanía como una “monarquía socialista” y el propio rey era conocido como el “Rey Komsomol”.

Es difícil describir a Miguel I como un rey afortunado. Ocupó el trono rumano en dos ocasiones y en ambas tuvo que desempeñar el papel de marioneta de fuerzas políticas más influyentes. Sin embargo, fue en gran parte gracias a él que Rumanía, con éxito y a tiempo, cambió de bando durante las etapas finales de la Segunda Guerra Mundial, lo que acabó salvando la vida de decenas de miles de sus ciudadanos y de los soldados del Ejército Rojo.

Un rey sin poder

Inmediatamente después del final de la Primera Guerra Mundial, cuando las potencias europeas dominantes aún estaban en ruinas, comenzó un período de prosperidad para el reino de Rumanía. Aprovechando la debilidad de sus vecinos, les arrebató vastos territorios poblados por rumanos o por los moldavos, emparentados étnicamente, y que los rumanos consideraban sus tierras ancestrales.

En 1927, tras la muerte de Fernando I, su nieto Miguel le sucedió en el trono de la Gran Rumanía, como se solía llamar a este país balcánico en aquella época. El niño no tenía ni siquiera seis años.

En un principio, el trono estaba destinado a su padre -el príncipe heredero Carol- pero, a raíz de una escandalosa relación extramatrimonial, se vio obligado a renunciar a su derecho a la corona y abandonó el país en 1925.

Durante un breve periodo, Miguel I reinó bajo la tutela de regentes. En 1930, a invitación de la oposición descontenta con el gobierno, el príncipe heredero exiliado regresó a Rumanía. Destituyó a su hijo y fue coronado como Carol II. Sin embargo, Miguel fue designado heredero al trono.

Diez años más tarde, el país se vio afectado por una profunda crisis política. Sus vecinos habían recuperado su fuerza e intentaron reclamar el territorio que habían perdido. Rumanía se vio obligada a ceder Besarabia y el norte de Bucovina a la Unión Soviética, y el norte de Transilvania a Hungría.

Tras perder vastos territorios, el país se vio arrastrado por una ola de descontento público y la popularidad de Carol II cayó en picado. El 6 de septiembre de 1940, el primer ministro del país, el general (desde el 21 de agosto de 1941, mariscal) Ion Antonescu, tras conseguir el apoyo del partido nacionalista Guardia de Hierro, obligó al rey a abdicar. Antonescu, sin embargo, no se atrevió a abolir la institución de la monarquía, que seguía siendo muy apreciada en el país.

El rey abandonó Rumanía por segunda y última vez, y Miguel I volvió a ser rey, de nuevo privado de toda influencia política. Todo el poder se concentró en manos de Antonescu, que en enero de 1941 fue proclamado líder nacional - Conducător (un título equivalente a Führer o Duce).

Rumanía se unió firmemente al campo de los aliados alemanes y esperaba recuperar sus tierras perdidas con la ayuda del Tercer Reich.

Alianza con Hitler

“Esta decisión fue tomada por Antonescu y a mí ni siquiera se me consultó”, fue como comentó el rey Miguel I en una entrevista de 2011 sobre la entrada de Rumanía en la guerra contra la Unión Soviética del lado de la Alemania nazi. “También debo decir que el pueblo rumano estaba muy perturbado por la anexión de Besarabia por parte de la URSS, por lo que la guerra por su devolución fue popular. Pero el hecho de que Antonescu permitiera a Hitler involucrar a Rumanía en una guerra prolongada condujo al desastre”. 

Sin embargo, en un discurso a la nación el Rey había calificado la guerra contra la URSS como “sagrada”, y ante el rápido avance de las tropas alemanas y rumanas en lo más profundo del territorio soviético, envió al Conducător un telegrama en el que le expresaba su gratitud por haber revivido la “alegría de los días de antigua gloria”.

Realizó visitas personales a las tropas y entregó medallas a los soldados que habían servido con más valentía.

La actitud de Miguel hacia la campaña militar empezó a cambiar en 1942. Comenzó a expresar abiertamente la opinión de que sólo se debían enviar tropas al Frente Oriental si se garantizaba la devolución del norte de Transilvania a Rumanía. Tras la catástrofe de Stalingrado, el rey se convirtió en participante activo de un complot para derrocar al gobierno de Antonescu y sacar al país de la guerra. Estableció contactos con líderes de las fuerzas políticas opuestas al régimen, con representantes de los países de la coalición antihitleriana y con una parte de la cúpula rumana descontenta. Durante mucho tiempo, ni los alemanes ni el propio Conducător adivinaron que se estaba planeando un golpe de Estado.

“Todo está tranquilo en Rumania. El rey Miguel es el mejor garante de la fortaleza de la alianza entre Rumanía y Alemania”, informaba regularmente a Berlín el embajador alemán en Bucarest, Manfred von Killinger. 

En el campo aliado

La derrota de las tropas alemanas en la Operación Jassy-Kishinev en agosto de 1944 y el rápido avance del Ejército Rojo hacia la frontera rumana empujaron a los conspiradores a una acción decisiva. “Cuando me desperté la mañana del 23 de agosto, no estaba seguro de estar vivo al día siguiente. Pero tomé la firme decisión de retirar a Rumanía de su alianza con Hitler. Los ejércitos de Stalin estaban a las puertas de Rumanía, el frente se desmoronaba y la población estaba harta de la guerra”, recuerda Miguel I. Ese mismo día, Antonescu fue convocado aд palacio, donde el rey le ordenó que iniciara inmediatamente las conversaciones de paz con la URSS. Cuando el mariscal se negó, Miguel I emitió una orden de arresto contra el Conducător y los miembros de su gobierno.

Después de esto, los comunistas, tal como habían planeado, montaron una insurrección armada en Bucarest, tomando lugares clave de la ciudad bajo su control. El Rey pronunció un discurso por radio al pueblo de Rumanía en el que anunció el traspaso de poder, el fin de la guerra contra la URSS y los aliados occidentales, y la formación de un nuevo gobierno bajo el mando del general Constantin Sănătescu.

“Personalmente, la noticia me dejó completamente atónito”, escribió en sus memorias el general Johannes Friessner, comandante del Grupo de Ejércitos Sur de Ucrania. “Todavía hoy no puedo creer que Antonescu no supiera nada de un complot tan avanzado cuando me visitó el 22 de agosto. Es incomprensible cómo el jefe del gobierno no pudo darse cuenta de toda la intriga que se desarrollaba a su alrededor hasta el último detalle, sobre todo porque, según Ion Gheorghe [Ion Gheorghe Maurer fue un activista del movimiento comunista rumano durante la guerra], ¡el golpe se había preparado durante mucho tiempo y el Rey conocía los planes!”

El 31 de agosto de 1944, el Ejército Rojo ocupó Bucarest sin combatir. Rumanía se unió a la coalición antihitleriana, mientras sus tropas, bajo el mando soviético, se embarcaban en feroces batallas contra sus antiguos aliados.

El rey del Komsomol

El 6 de julio de 1945, el mariscal Fiódor Tolbujin entregó al rey Miguel I la Orden de la Victoria soviética. Esta orden se concedía, por regla general, a los comandantes militares que habían llevado a cabo con éxito una operación estratégica de gran envergadura que había tenido un impacto significativo en el curso de la guerra. Según un documento oficial, el monarca fue honrado “por el valiente acto de cambiar decisivamente la política rumana hacia la ruptura con la Alemania hitleriana y la alianza con las Naciones Unidas en un momento en que la derrota de Alemania no era todavía una conclusión inevitable”. Otros condecorados con esta orden fueron el general Dwight Eisenhower, el mariscal de campo Bernard Montgomery, el mariscal de Yugoslavia Josip Broz Tito y el mariscal de Polonia Michał Rola-Żymierski.

Al pasar de enemigo a amigo de la Unión Soviética, Miguel I consiguió conservar su trono. Se produjo una situación paradójica ya que entraba firmemente en la esfera de influencia de los intereses de la URSS pero el país seguía siendo una monarquía. En Moscú Rumanía se describía irónicamente como una “monarquía socialista” y el Miguel I era el “rey del Komsomol”. Sin embargo, esta situación no podía durar mucho tiempo. El 30 de diciembre de 1947, el gobierno comunista local obligó a Miguel I a renunciar al trono y a abandonar el país. Ese día se proclamó la República Popular Rumana.

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