Los peores crímenes de guerra cometidos por los nazis en territorio soviético

Historia
BORIS EGOROV
La Alemania nazi y sus aliados intentaron destruir la población soviética a una escala monstruosa. Miles de ciudades y pueblos de la URSS fueron completamente aniquilados, junto con sus habitantes.

La guerra emprendida por la Alemania nazi contra la Unión Soviética fue una guerra de aniquilación. Si en los países occidentales ocupados los agresores conservaron un mínimo de civismo hacia la población local, los nazis no hicieron lo mismo con las poblaciones del Este.

Siete millones y medio de ciudadanos fueron sistemáticamente asesinados en los territorios ocupados de la URSS, incluyendo judíos, gitanos, comunistas y civiles sospechosos de ayudar a los partisanos. Por cada soldado alemán asesinado, los nazis podían arrasar en represalia un pueblo entero con todos sus habitantes. 

Los crímenes de guerra fueron cometidos no solo por los Einsatzgruppen -escuadrones de la muerte paramilitares creados especialmente para el exterminio de judíos y bolcheviques-, sino también por soldados de las Waffen SS y la Wehrmacht. Contaron con la ayuda activa de colaboradores bálticos, bielorrusos, ucranianos y rusos.

Babi Yar

El 19 de septiembre de 1941, las tropas alemanas tomaron Kiev, la capital de la Ucrania soviética, y ocho días después comenzaron allí las ejecuciones en masa. Las primeras víctimas fueron 752 pacientes de un hospital psiquiátrico local.

Les siguió la población judía de Kiev, a la que se ordenó presentarse en el barranco de Babi Yar, en la parte noroeste de la ciudad, a las 8 de la mañana del 29 de septiembre, supuestamente para realizar un recuento y reasentamiento. Negarse a obedecer se castigaba con la muerte.

Miles de personas empacaron sus pertenencias y fueron a la muerte sin darse cuenta. Los que adivinaron su destino e intentaron huir fueron arrastrados al barranco por la fuerza. “Mamá trató de protegernos lo mejor que pudo, para que los disparos le dieran a ella y no a nosotros”, recuerda Genuia Batasheva, que sobrevivió milagrosamente: “La gente se arrancaba el pelo, gritaba histéricamente, se volvía loca. Vi a un bebé llorando en el suelo. Un fascista se acercó y le rompió la cabeza con la culata de un rifle. Probablemente perdí el conocimiento, no recuerdo lo que pasó después”.

En el lugar de la ejecución, los condenados fueron alineados al borde del precipicio en grupos de 30-40 y ejecutados con ametralladoras. Para que no se oyeran tanto los disparon, un avión sobrevolaba el barranco. Los niños pequeños fueron empujados cuando aún estaban vivos.

El 29 y 30 de septiembre, 33.771 personas fueron fusiladas de esta manera. Así, en dos días, los invasores fascistas exterminaron a casi toda la población judía de Kiev. Cuando la ciudad fue liberada por el Ejército Rojo en 1943, entre 70 y 200.000 personas habían sido asesinadas en Babi Yar.

Jatin

En la mañana del 22 de marzo de 1943, una unidad del 118º Batallón Schutzmannschaft en la región de Minsk de la Bielorrusia soviética fue emboscada por la brigada partisana “Tío Vasya” de Vasili Voronyanski. Durante el tiroteo murieron varios soldados, entre ellos uno de los favoritos de Adolf Hitler, el campeón de lanzamiento de peso de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, Hans Welke.

Se buscó a los partisanos hasta encontrarlos en el pueblo de Jatin. Fueron ayudados principalmente colaboradores ucranianos, así como por la infame Brigada Dirlewanger de las SS. Tras una breve escaramuza, el pueblo tuvo que ser abandonado y fue inmediatamente rodeado por los escuadrones de la muerte.

Los residentes fueron expulsados de sus casas y llevados a un granero, donde fueron encerrados. Cuando los ucranianos prendieron fuego al tejado de paja, cundió el pánico. La gente gritaba, lloraba, pedía clemencia e intentaba romper las puertas cerradas.

Cuando finalmente consiguieron arrancar las puertas de sus bisagras y salir corriendo del cobertizo en llamas, fueron recibidos con fuego de ametralladora. “Mi hijo Adam, de 15 años, y yo estábamos cerca del muro, la gente masacrada caía sobre mí, los que aún vivían pasaban como una ola, la sangre brotaba de los cuerpos de los heridos y los muertos”, recuerda Joseph Kaminski. “El techo en llamas se derrumbó, el aullido salvaje y terrible de la gente se intensificó. Los que estaban debajo se quemaban vivos, gritaban y se convulsionaban, el techo daba literalmente vueltas”.

Tras sufrir graves quemaduras, Kaminski sobrevivió milagrosamente, pero perdió a su hijo en aquel infierno.

149 personas fueron quemadas vivas en ese granero cerrado del pueblo de Jatin, 75 de ellas niños, el más joven de los cuales, Tolik Yaskevich, tenía solo siete semanas de vida. Tras el asesinato de la población de Jatin, los alemanes y los ucranianos saquearon y luego incendiaron el propio pueblo.

Grigori Vasyura, jefe del batallón 188, que dirigió la ejecución, consiguió ocultar su pasado bélico y vivir tranquilamente en la Unión Soviética años después, haciéndose pasar por un soldado veterano del frente. Solo en 1986 fue desenmascarado y condenado a muerte, cuando tenía 71 años.

Jatin no fue, ni mucho menos, el primer ni el último pueblo soviético destruido por los alemanes junto con sus habitantes durante la Segunda Guerra Mundial. Pero se convirtió en uno de los símbolos más potentes de la crueldad nazi en los territorios ocupados.

La aniquilación de Jatin constituyó el argumento de una de las películas más terribles de la Segunda Guerra Mundial, “Ven y mira”, de 1985, del director Elem Klimov. “Me dije a mí mismo: ¡el mundo no conoce Jatin! Conoce Katyn y la ejecución de oficiales polacos. Pero nada sobre Bielorrusia, aunque más de 600 pueblos fueron quemados. Así que decidí hacer una película sobre esta tragedia”, explicó el director.

Koriukovka

La noche del 27 de febrero de 1943, un grupo dirigido por el legendario partisano soviético Alexéi Fedorov atacó la guarnición húngara estacionada en el pueblo de Koryukovka, en la región de Chernihiv, en la Ucrania soviética. La incursión tuvo éxito: 78 soldados enemigos murieron y ocho fueron hechos prisioneros, y un aserradero, la oficina del comandante, la estación de tren, un puente y un almacén de combustible fueron volados. Además, más de cien prisioneros fueron liberados de la cárcel.

En represalia, los ocupantes no atacaron a los partisanos, sino a los habitantes de Koryukovka. El 1 de marzo, destacamentos de las SS y unidades de la 105ª División Húngara y de la Policía Auxiliar Ucraniana rodearon el pueblo en un movimiento de pinza.

Bajo el pretexto de comprobar los documentos, los escuadrones de la muerte entraron en las casas y fusilaron a sus habitantes. Otros fueron encerrados en sus viviendas y quemados vivos, mientras que los que lograron escapar fueron acribillados. El teatro, la escuela, el restaurante y la clínica locales se convirtieron en lugares de ejecuciones masivas. Con la esperanza de escapar, unas 500 personas huyeron a la iglesia, pero también fueron asesinadas, junto con el sacerdote.

“Mi hija pequeña estaba tumbada sobre mi pecho cuando empezaron a disparar contra nosotros en el restaurante. La gente fue conducida como ganado a un matadero... Un fascista me disparó en el ojo... No recuerdo nada más. Tres de mis hijos fueron asesinados. Ni siquiera pude enterrarlos... Los miserables asesinos los quemaron”, recuerda el superviviente Evgueni Rymar.

Durante dos días, los escuadrones de la muerte asolaron el pueblo, quemando 1.390 casas y matando a unas 6.700 personas (5.612 cuerpos no pudieron ser identificados), lo que convirtió la masacre de Koryukovka en uno de los peores crímenes de guerra de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Dos semanas después, el Ejército Rojo entró en el pueblo. Pero no quedó casi nadie para recibir a los liberadores.

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