Las tres veces que los rusos han tomado Berlín

Historia
BORIS EGOROV
Antes de 1945 el ejército ruso entró en la capital rusa dos veces antes, aunque nunca les costó tanto como en la Segunda Guerra Mundial.

1760

Los habitantes de Berlín vieron a los soldados rusos entrar en su ciudad por primera vez el 9 de octubre de 1760, durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Por aquel entonces, la ciudad era la capital del Reino de Prusia, y se barruntaba un conflicto con un frente compuesto por fuerzas combinadas de Austria y Rusia.

Viena y San Petersburgo estaban muy preocupadas por la política agresiva del rey prusiano, Federico II, que había transformado el pequeño principado en uno de los estados más belicosos del continente europeo. La guerra era solo una cuestión de tiempo.

La capital prusiana podría haber sido tomada antes, en 1759. El 12 de agosto de ese año, las fuerzas aliadas derrotaron al ejército del rey Federico en la batalla de Kunersdorf. Sin embargo, en lugar de marchar sobre la indefensa Berlín, se dirigieron en una dirección completamente distinta, Cottbus. El sorprendido y aliviado monarca prusiano proclamó este incidente como “el milagro de la Casa de Brandeburgo”.

Sin embargo, al año siguiente nada pudo salvar la ciudad. A principios de octubre, el cuerpo de 20.000 hombres del general ruso Zajar Chernishev y una fuerza de 15.000 hombres del general austriaco Franz Moritz von Lacy avanzaron sobre Berlín.

La primera embestida de las tropas rusas que se acercaban la consiguieron rechazar los alemanes, pero pronto los austriacos aparecieron en las afueras del sur. Los prusianos se retiraron sin luchar, y el 9 de octubre los aliados victoriosos entraron en la ciudad.

Gottlieb von Totleben, un general ruso de origen sajón, exigió a la ciudad la considerable suma de 1,5 millones de táleros, además de apoderarse de todas las fábricas y el arsenal reales como trofeos. Sin embargo, no permitió que la ciudad fuera saqueada, como pretendían los austriacos antiprusianos. “Gracias a los rusos, Berlín se libró de los horrores que los austriacos amenazaban con infligir a mi capital”, diría más tarde Federico II.

Sin embargo, la ocupación ruso-austríaca de Berlín sólo duró tres días. Al enterarse de que 70.000 soldados avanzaban en su dirección bajo el mando del rey prusiano, los dos aliados se retiraron rápidamente de la ciudad el 12 de octubre de 1760.

1813

Después de que la Grande Armée de Napoleón encallara en Rusia en 1812, las tropas rusas se embarcaron en una campaña por todo el continente para liberar a Europa de las garras del “ogro corso”.

Uno de los primeros estados en llegar a París fue el Reino de Prusia. Habiendo perdido casi la mitad de sus territorios tras una serie de duras derrotas en 1806, el reino era un vasallo francés. Como tal, la fuerza de Napoleón que invadió Rusia contaba con decenas de miles de soldados prusianos.

Pero cuando en enero de 1813 las tropas rusas aparecieron en la frontera de Prusia Oriental, el rey Federico Guillermo III comprendió que había llegado el momento de cambiar de bando. Sus tropas se unieron inmediatamente al avance del ejército ruso, expulsando los vestigios de la Grande Armée de suelo prusiano.

Durante febrero de ese año, la mayor parte del reino fue liberada. Pero el enemigo aún mantenía en su poder algunas grandes ciudades, entre ellas Berlín. El ataque a la capital prusiana fue dirigido por las tropas de los generales Nikolái Repnin-Volkonski y Alexander Chernishev. Este último, pariente de Zajar Chernyshev, continuó la tradición familiar de capturar esta ciudad alemana.

El 20 de febrero una avanzadilla de varios centenares de cosacos irrumpió repentinamente en Berlín. “Comenzó con los cosacos asaltando la Puerta de Brandenburgo, dispersando y abrumando a los guardias. Luego, con una audacia escandalosa, individualmente y en pequeños grupos, arrasaron de una punta a otra de la ciudad", recuerda un testigo local. Sin embargo, encontraron una fuerte resistencia y tuvieron que retirarse hasta que llegó la fuerza principal.

Como los franceses carecían de caballería, no pudieron evitar que los destacamentos de cosacos atacaran su retaguardia y cortaran sus líneas de comunicación. Después de que las tropas rusas consiguieran tender un puente improvisado sobre el río Oder, el comandante de la guarnición, Laurent de Gouvion Saint-Cyr, decidió abandonar Berlín.

Las tropas rusas entraron en la ciudad el 4 de marzo, prácticamente echando el aliento al enemigo en retirada, y fueron recibidas calurosamente por los lugareños. El general Peter Wittgenstein informó de que “cien mil labios exclamaban sin cesar: '¡Viva Alejandro, nuestro libertador! El rostro de todos y cada uno de ellos expresaba la más viva alegría y afecto. El pincel de ningún artista podría hacer justicia a este delicioso cuadro…”

1945

El 25 de abril de 1945, las tropas soviéticas completaron el cerco de Berlín y al día siguiente iniciaron un asalto decisivo a la “guarida de la bestia”. Alrededor de 400.000 soldados del Ejército Rojo participaron en los combates en las calles de la ciudad, que fueron defendidas por hasta 200.000 soldados de la Wehrmacht, las SS y la milicia Volkssturm.

Los alemanes hicieron todo lo posible para convertir su capital en una fortaleza inexpugnable. Cada calle se convirtió en una línea de defensa, llena de barricadas, trincheras y nidos de ametralladoras. Además, el enemigo utilizaba el metro de Berlín para ocultar y trasladar rápidamente a las tropas. Los soldados también se dirigían allí para esconderse de los bombardeos de artillería y los ataques aéreos.

Cuanto más se acercaban los soviéticos al centro de la ciudad, más feroz era la resistencia. “Nos encontramos con problemas al entrar en los distritos centrales, donde había grandes casas con sótanos”, recuerda el sargento menor Pavel Vinnik: “Desde allí, los alemanes ametrallaban toda la calle con disparos. Ni siquiera un tanque podía entrar”.

El 30 de abril comenzó la sangrienta batalla por el Reichstag. “En este vasto edificio, los combates se volvieron muy localizados”, escribió el general de división Vasili Shatilov en sus memorias: “Grupos desarticulados, que se esforzaban por orientarse por el laberinto de pasillos y salas, empezaron a abrirse paso hasta el segundo piso. La iniciativa mostrada por estos grupos y por cada soldado individual fue decisiva". Aunque la bandera soviética fue izada sobre el Reichstag el 1 de mayo, los disparos continuaron un día más.

Tras el suicidio de Hitler el 30 de abril, el general Hans Krebs, jefe del Estado Mayor alemán, realizó una visita a su homólogo soviético proponiéndole concluir una tregua. Se le informó de que la URSS no aceptaría otra cosa que la rendición incondicional. Después de que los nuevos dirigentes alemanes se negaran a dar este paso, los combates se reanudaron con renovado vigor.

Sin embargo, la resistencia de los defensores de la ciudad no duró mucho y el 2 de mayo la guarnición de Berlín capituló. La batalla de Berlín se había ganado a costa de la vida de más de 75.000 soldados soviéticos.

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