Millones de personas en la URSS se vieron atrapadas en las represalias políticas y las deportaciones que barrieron el país en la década de 1930-1950. Sus hijos y nietos aún están profundamente afectados por aquellos trágicos acontecimientos.
El hecho de que las heridas infligidas en aquel entonces todavía siguen abiertas lo demuestran las recientes novelas de Guzel Yájina, que se ha abierto un hueco en la literatura actual. Sus dos novelas tratan el tema de las deportaciones y el trágico rastro que han dejado tanto en la vida de personas concretas como en la de grupos étnicos enteros.
La novela debut de Yájina fue la obra Zuleijá abre los ojos, que ha sido traducida a 30 idiomas y ha sido adaptada para la televisión. El libro describe la deportación de kulaks - campesinos ricos - de un pueblo tártaro en la década de 1930. Los bolcheviques toman todas sus propiedades, provisiones y ganado. Aquellos que intentan oponer resistencia son a menudo fusilados, mientras que otros, tras quitarles su casa, son llevados en vagones de carga, como el ganado, lejos de sus aldeas y mezquitas nativas, a Siberia. Allí se supone que deben construir desde cero un asentamiento soviético ejemplar, donde habrá trabajo, rutina reglamentada, ningún Dios y, en general, una vida mejor, aunque impuesta por la fuerza.
Su otra novela, Hijos míos (no ha sido traducida el español todavía), cuenta la historia de los alemanes del Volga. Llegaron al Imperio Ruso por invitación de Catalina la Grande en el siglo XVIII y construyeron ciudades a orillas del Volga con una cultura y una forma de vida distintivas. Pero las autoridades soviéticas también destruyeron sus poblados y los expulsaron del Volga, que ya se había convertido en su patria, a las duras estepas de Kazajistán. En la novela, se presenta a los lectores una descripción desgarradora de los pueblos alemanes desiertos: “El sello de la devastación y de los años de tristeza ha caído en las fachadas de las casas, las calles y los rostros de la gente”.
¿Por qué se deportaron a estas personas?
Las deportaciones han sido reconocidas como una de las forma de represalia política de la era de Stalin y una de las formas de fortalecer y centralizar su poder personal. El objetivo era mermar la población de las zonas donde había una gran concentración de ciertos grupos étnicos, que tenían un estilo de vida distintivo, que hablaban, criaban a sus hijos y publicaban periódicos en sus idiomas diferentes.
Muchas de esas zonas gozaban de cierta autonomía, ya que en los albores de la Unión Soviética muchas repúblicas y regiones se formaron con arreglo a líneas étnicas.
El historiador Nikolái Bugái, investigador de las deportaciones soviéticas, dice que Stalin y su socio Lavrenti Beria veían las deportaciones “como una forma de resolver los conflictos interétnicos, 'rectificar' sus propios errores y suprimir cualquier manifestación de descontento con el régimen antidemocrático y totalitario”.
Y aunque Stalin, como señala Bugái, declaró un rumbo hacia “la observancia obligatoria del internacionalismo”, era importante para él eliminar todas las autonomías que pudieran separarse y evitar cualquier posibilidad de oposición al poder centralizado.
Este método se había utilizado repetidamente en Rusia en otras épocas. Por ejemplo, cuando el Príncipe Vasili III de Moscú anexó Pskov en 1510, desalojó a todas las familias influyentes de Pskov. Se les dieron tierras en otras partes de Rusia pero no en su Pskov natal, de modo que la élite local no podía, confiando en la gente común, oponerse a las autoridades de Moscú.
Vasil III tomó prestado este método de su padre, el fundador del estado de Moscú, Iván Vasílievich III. En 1478, después de una victoria sobre la República de Nóvgorod, Iván Vasílievich llevó a cabo la primera deportación. Desalojó a más de 30 de las familias boyardas más ricas de Nóvgorod y confiscó sus propiedades y tierras. Los boyardos recibieron nuevas propiedades en Moscú y en ciudades del centro de Rusia. A finales de la década de 1480, más de 7.000 personas fueron deportadas de Nóvgorod: boyardos, ciudadanos ricos y comerciantes con sus familias. Fueron reasentados en pequeños grupos en diferentes ciudades como Vladímir, Rostov, Murom o Kostromá, con el objetivo de “disolver” la antigua nobleza de Nóvgorod en la población de Rusia central. Tras su deportación, las familias de Nóvgorod perdieron su elevado estatus, convirtiéndose en gente de servicio ordinaria, nobles “ordinarios” en su nuevo lugar de residencia.
La deportación también se utilizó en la Rusia zarista en años posteriores, en casos similares, cuando las autoridades reprimían los levantamientos locales. Por ejemplo, después de las sublevaciones polacas de 1830 y 1863, miles de polacos -participantes en las sublevaciones y sus simpatizantes- fueron exiliados a las tierras centrales de Rusia, principalmente a Siberia.
¿Quién fue deportado y dónde?
Las deportaciones en la URSS se llevaron a cabo a gran escala. Según documentos del NKVD (el precursor de la KGB), en la década de 1930-1950, alrededor de 3,5 millones de personas fueron obligadas a abandonar sus lugares de origen. En total, más de 40 grupos étnicos fueron reasentados. Las deportaciones tuvieron lugar principalmente desde las zonas fronterizas hacia regiones remotas en el interior del país.
La primera deportación fue de polacos. En 1936 se reasentaron en Kazajistán unos 35.000 “elementos políticamente poco fiables” de los antiguos territorios polacos de Ucrania occidental. En 1939-41, otros 200.000 polacos más fueron deportados al norte, a Siberia y Kazajistán.
También se reasentó por la fuerza a personas de otros territorios fronterizos: en 1937 se deportaron más de 171.000 personas de etnia coreana de las fronteras orientales de la URSS a Kazajistán y Uzbekistán.
A partir de 1937, Stalin aplicó una política sistemática de reasentamiento de personas de etnia alemana. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes se convirtieron en parias en toda la URSS. Muchos eran denunciados como espías y enviados a campos. A finales de 1941, unos 800.000 alemanes étnicos habían sido reasentados dentro del país, mientras que durante toda la guerra, la cifra alcanzó más de un millón de personas. Fueron deportados a Siberia, los Urales, Altái, y casi medio millón de alemanes terminaron en Kazajistán.
Las autoridades soviéticas también se ocuparon de reasentar a la gente durante la guerra. Un gran número de personas fueron deportadas de territorios liberados de la ocupación alemana. Muchos pueblos del Cáucaso septentrional fueron expulsados de su tierra natal con el pretexto del espionaje y colaboración con los alemanes: decenas y cientos de miles de karachos, chechenos, ingushes, balcánicos, kabardinos fueron deportados a Siberia y Asia Central. Del mismo modo, los calmucos y unos 200.000 tártaros de Crimea fueron acusados de ayudar a los alemanes y se reasentaron. Los grupos étnicos más pequeños también fueron atacados, incluyendo a los turcos meskhetianos, kurdos, griegos y otros.
Los habitantes de Letonia, Estonia y Lituania se resistieron a su integración en la URSS. Hubo incluso destacamentos armados antisoviéticos operando allí, lo que dio al gobierno soviético una excusa para ser especialmente duro en las campañas de deportación de los residentes de las repúblicas bálticas.
¿Cómo se llevaron a cabo las deportaciones?
El Comisario del Pueblo de Asuntos Internos, Lavrenti Beria, firmó personalmente instrucciones detalladas sobre cómo se organizaban las deportaciones. Además, las instrucciones eran diferentes para cada grupo étnico. Las deportaciones las llevaban a cabo los órganos locales del partido y los miembros de la cheka enviados a las regiones. Recopilaban listas de las personas a deportar, preparaban el transporte para llevarlas y sus pertenencias a las estaciones de ferrocarril.
A las personas se les dio muy poco tiempo para empacar. Se les permitía llevar sus pertenencias personales, pequeños artículos domésticos y dinero. En total, la “franquicia de equipaje” de una familia no podía exceder de una tonelada. En efecto, la gente sólo podía llevarse las cosas más esenciales.
Por lo general, a cada grupo étnico se le asignaban varios trenes, con guardias y personal médico. Bajo escolta, las personas eran colocadas en vagones de ferrocarril, que se llenaban hasta el límite de su capacidad, y eran llevadas a su destino. Bajo instrucciones, durante el viaje la gente recibía pan y una comida cocinada una vez al día.
En una instrucción separada se establecía en detalle cómo debía organizarse la vida de los deportados en asentamientos especiales, donde debían vivir en sus nuevos destinos. Los colonos aptos participaron en la construcción de cuarteles y, más tarde, de edificios residenciales más permanentes, como escuelas y hospitales. La agricultura y la ganadería solo podían realizarse en granjas colectivas. Las funciones de control y administración eran realizadas por oficiales de la NKVD. Al principio, la vida de los colonos era muy dura, la comida escaseaba y la gente sufría enfermedades.
A las personas deportadas se les prohibía abandonar su nuevo lugar de residencia bajo pena de prisión en los campos del Gulag. La prohibición de viajar a cualquier lugar de la Unión Soviética no se levantó hasta la muerte de Stalin, en 1953. En 1991, estas acciones de las autoridades soviéticas fueron declaradas ilegales y criminales y, en relación con algunos grupos étnicos, incluso reconocidas como genocidio.
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