El período inicial de la Operación Barbarroja supuso una verdadera pesadilla para el Ejército Rojo. Durante varios meses, la Wehrmacht había ocupado toda la región del Báltico, Bielorrusia y la mayor parte de Ucrania. Cientos de miles de soldados soviéticos habían sido muertos o capturados, mientras que los alemanes estaban muy cerca de las principales ciudades del país, Leningrado y Moscú.
A principios de octubre de 1941, a sólo 200 km de la capital, cerca de Viazma, cuatro ejércitos soviéticos, tras haber sido rodeados, perdieron alrededor de un millón de efectivos entre muertos, heridos o capturados. Moscú terminó prácticamente indefensa. El 15 de octubre, la ciudad fue presa del pánico, ya que sus residentes huyeron en masa hacia el este, y el caos fue acompañado de saqueos y robos. “Un montón de gente en la calle forzaba las puertas de una tienda, algunos ya robaban comida”, recordaría la ingeniera Susanna Karpacheva. “Había un flujo interminable de personas con mochilas moviéndose a lo largo de la autopista, así como coches y camiones cargados con enseres domésticos. La gente salía de Moscú, igual que lo había hecho el día anterior de Viazma”.
Sólo aplicando medidas duras, como el toque de queda y el despliegue de patrullas militares, las autoridades lograron que la situación en la ciudad volviera a la normalidad.
Hasta que tropas de refresco de Siberia, los Urales y el Lejano Oriente llegaron para defender la capital, el mando soviético trató de ganar tiempo y retrasar al enemigo todo lo posible. Todos los regimientos y divisiones disponibles fueron enviados a las líneas de defensa construidas apresuradamente en las cercanías de Moscú. Fueron reforzados por cadetes de escuelas militares de Moscú y Podolsk muchos de los cuales aún no tenían 18 años. Al graduarse, se suponía que se unirían a las Fuerzas Armadas como oficiales, pero se dirigieron al frente como soldados rasos.
En un combate intenso y feroz, los destacamentos combinados de cadetes de las escuelas de infantería y artillería de Podolsk, tras haber perdido 2.500 personas de un total de 3.500, lograron contener al enemigo durante 12 días, aunque su orden había sido de aguantar sólo cinco días como máximo. “El primer pelotón vuela un búnker donde rompemos las líneas”, recordó Adalbert Wasner de la 19ª División Panzer de la Wehrmacht. “Se produce un combate cuerpo a cuerpo extremadamente feroz, con ambos lados sufriendo pérdidas. Los primeros prisioneros son tomados. Estos son cadetes de la escuela militar de Podolsk. Conocidos como ‘cadetes de Stalin’, todos lucharon con gran valentía."
El 7 de noviembre, el 24º aniversario de la Revolución Bolchevique, se celebró un desfile militar en la Plaza Roja. Algunas de las unidades que participaron en él marcharon directamente al frente, que se acercaba implacablemente a la capital. Como el Mariscal Gueorgui Zhúkov escribió en sus Memorias y Reflexiones: "Ese acto jugó un gran papel en el fortalecimiento de la moral del ejército y del pueblo soviético y fue de gran importancia internacional.” El desfile mostró al mundo que la Unión Soviética aún no había sido derrotada. Lo que más impuso a los moscovitas era que el propio Stalin estuvo presente en el desfile y pronunció un discurso allí. La gente vio que el comandante en jefe supremo estaba todavía en Moscú, aunque la mayor parte del gobierno ya había evacuado a Kuibishev (Samara).
El 2 de diciembre, unidades de la 2ª División Panzer de la Wehrmacht ocuparon el pueblo de Krasnaia Poliana, a sólo 30 km del Kremlin. Dado el vasto territorio y los recursos humanos de la URSS, los líderes militares alemanes entendían que la guerra no había terminado todavía, pero estaban seguros de que la columna vertebral del Ejército Rojo se había roto. “El poderío militar de Rusia ya no representa una amenaza para Europa”, escribió Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Alto Mando del Ejército, en un diario de guerra el 23 de noviembre.
Y sin embargo, el desfile triunfal la Wehrmacht en su camino hacia la capital soviética no iban tan bien como a la dirección militar alemana le hubiera gustado. La obstinada resistencia del Ejército Rojo y los constantes contraataques agotaron y sobrecargaron a las tropas alemanas. El avance de las unidades blindadas germanas se vio obstaculizado por la gran cantidad de minas colocadas en todas las vías de acceso a a la ciudad, llevada a cabo competentemente por los ingenieros militares soviéticos. Además, las tropas de Hitler empezaron a tener problemas con los suministros y sus caballos murieron en masa al quedarse sin forraje cuando empezaba el invierno.
El ejército alemán esperaba lazar un último y decisivo enbite hacia Moscú, pero no tuvo en cuenta el hecho de que grandes reservas del Ejército Rojo recién entrenadas se estaban reuniendo en la ciudad. El 5 de diciembre, las tropas del Frente Occidental comandadas por Gueorgui Zhúkov y del Frente Sudoccidental dirigidas por Konstantín Timoshenko lanzaron una contraofensiva a gran escala. “Cuando avanzamos, nuestra artillería se entregó a un fuego tan pesado que a menudo suprimió las defensas alemanas incluso antes de que la infantería se acercara a sus posiciones. Por eso cuando entramos en las aldeas, los alemanes ya las habían abandonado. Fue allí donde vi por primera vez a los lanzadores de cohetes Katiusha en acción…un espectáculo inolvidable. Y, por supuesto, todas las aldeas ardieron hasta los cimientos”, recordó el soldado Gerts Rogovoy.
Las tropas alemanas comenzaron a retirarse rápidamente de la capital. En algunos lugares la retirada se convirtió en una huida teñida de pánico, y las unidades del Ejército Rojo que avanzaban se apoderaron de los equipos de artillería abandonados por el enemigo. El 19 de diciembre, Adolf Hitler reemplazó a Walther von Brauchitsch como comandante en jefe del Ejército Alemán y despidió a Fedor von Bock como comandante del Grupo del Ejército Central. El comandante del 2º Grupo Panzer, Heinz Guderian, que también había sido relevado de su puesto, escribiría muchos años después en sus Memorias de un Soldado: “El ataque a Moscú fracasó. Todos los sacrificios y esfuerzos de nuestras valientes tropas fueron en vano.” Hasta principios de enero de 1942, los alemanes no lograron estabilizar la línea del frente.
Habiendo infligido un golpe contundente a la Wehrmacht, el Ejército Rojo empujó al enemigo entre a 100 y 250 km de Moscú. Logró liberar territorios importantes y en general eliminar la amenaza contra la capital. Sin embargo, los ambiciosos planes de la dirección militar para continuar la ofensiva y derrotar completamente Grupo Centro del Ejército alemán dieron lugar a intensos combates, arduos intentos de escapar del cerco y a grandes pérdidas para las tropas soviéticas. A pesar del triunfo en la batalla de Moscú y el colapso de la estrategia de la guerra relámpago, el punto de inflexión de la guerra aún estaba por llegar.
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